(Escrito el 27 de diciembre a las 8:30am).
El presidente regional de Áncash es uno de los grandes ejemplos de la ineficiencia burocrática peruana. Apenas gasta el 48% de su presupuesto, y de ello el 17% del canon minero. El resto del dinero duerme el sueño de los justos ganando intereses que quién sabe a quién redituará. Pero no solo las cabezas están corrompidas, como tampoco tenemos solo en la región ancashina estos lastres.
Nosotros hemos vivido esta conspicua ineficiencia connacional en carne propia el día 26 del presente en Trujillo. Mi mamá y yo iniciamos una investigación genealógica hace un par de años de palabra y un par de meses de obra por un bisabuelo anarquista y escapista que apenas ha dejado rastro de su existencia. Tuvimos ayer una maratónica jornada de Pilatos a Herodes, o de la ceca a la Meca, como se dice, que ya relataré.
Estuvimos indagando, en primer término, entre las iglesias más antiguas de la ciudad –San Lorenzo y San Francisco- buscando la partida de bautizo de un tío abuelo, uno de los hijos del bisabuelo, a fin de corroborar el segundo apellido de este último, en vista de que, como llegó al Perú perseguido por la revuelta anarquista catalana de 1909, había utilizado, en ciertos documentos, algunos datos falsos; ora bien, en otros, recelosamente, apenas daba su primer apellido. Si bien en San Lorenzo nos atendieron de buena gana y accedieron a nuestra petición de búsqueda, en San Francisco por el mismo favor la encargada frunció el ceño y citó a mi madre para el día siguiente a media hora antes del cierre del local –quién sabe si para cerrar y no atender-. Pero eso no es nada comparado a lo que nos pasó más adelante.
Pasamos también por el centro de Trujillo, también, en parte, porque en La Industria habían avisado que la exposición acerca del Desagravio a Vallejo, por el incendio y posterior juicio que lo llevó a prisión, que ya había terminado antes de nuestra llegada –era hasta mediados de diciembre-, pero que había sido supuestamente ampliada hasta el mes de enero. Entonces fuimos al local donde estaba indicado que era la exposición y nos tocó el típico guachimán Pacheco, puros nones y prepotencia, e indicó que no sabía nada de una exposición de esa índole, que esa ya había acabado hacía tiempo, y que seguro se trataba del día de los inocentes. Casi se me salió preguntarle cuándo él celebraba el día de los ignorantes, por confundir la fecha, pero lo dejé allí.
Saliendo del local, algo contrariada y molesta por el trato del guachimán, mi mamá me contó que su papá había conocido a su abuelo materno –el que estamos buscando- en el Grupo Norte, grupo de intelectuales que incluía a Vallejo, a Haya de la Torre, Alcides Spelucín, Antenor Orrego, Macedonio de la Torre, Carlos Valderrama, entre otros. Es decir, mi abuelo materno, por un lado, y mi bisabuelo materno, por otro, habían pertenecido a ese grupo de intelectuales de renombre, y podíamos descubrir alguna imagen de este último en alguna de las fotos de dicho grupo. Mi mamá, entonces, me convenció de ir a la municipalidad, porque ahí había una fotografía del Grupo Norte, enmarcada, en la que podría, con algo de suerte, verse al bisabuelo entre los intelectuales contertulios.
Entonces fuimos a la municipalidad, o dicho de otro modo, los dominios del Enano. Qué horrible color tiene ahora, afeando toda la Plaza de Armas, un azul pitufesco, emulando quizá la envergadura del burgomaestre, además de los colores de su partido. Tampoco se ha salvado el escudo de Trujillo a sus poco sobrias preferencias. Allí nos enteramos de que la foto del Grupo Norte había sido removida porque en ella aparecía el fundador del APRA. El cuadro está ahora guardado y sin acceso al público. Todavía más ridículo que el color de su ratonera, este Enano. Figúrense que privar a la ciudad de un cuadro histórico en el que aparecen Vallejo, Orrego, Spelucín y varios más personajes ilustres de la solariega ciudad colonial de distintas tendencias, solo por sus propios resentimientos políticos. Debería saber el Enano que ese cuadro es de todos, y que ser el alcalde no le da derecho a estas infantiles acciones. En fin, proseguimos nuestro recorrido hacia el local de La Industria.
Allí solicitamos información acerca de cómo comprar un diario de 1991 y otro de 1916, pero que por el momento no sabíamos las fechas y las tendríamos que buscar. Nos dijeron que teníamos que tener las fechas precisas para ver aquellos documentos. Entonces le dije a mi mamá que vayamos a la Biblioteca. Allí una señorita nos atendió muy bien, aunque el encargado de la hemeroteca no había llegado todavía, y que volviéramos en la tarde para encontrarlo. La señorita nos dijo que ella le informaría y dejaría indicados los paquetes de diarios que íbamos a usar, porque se encontraban en el segundo piso del archivo. Entonces nos fuimos a almorzar y de paso a buscar unos libros que quería comprar, aunque terminé comprando otros, pues no encontré en 5 librerías los dos textos que quería de Herman Hesse –en una tienda ni sabían quién era, muero-. Regresamos a la biblioteca y nos dejaron pasar amablemente, y entonces nos sumergimos en tres paquetes de periódicos de Julio, Agosto y Setiembre de 1991. Habíamos solicitado estos tres meses porque mi madre había estimado la fecha de la publicación del año 91 y una serie de datos combinados la habían hecho restringir la búsqueda a esos meses (la visita de una prima que vivía en Europa, los meses de edad de mi hermanito, etc.).
Me era imposible no detenerme en los titulares de la época, el olor agradable de los periódicos amarillos, Hernán Romero todavía con cabello, Fujimori hablando de los derechos humanos –jajaja-, Gorbachov haciendo las últimas reformas de la Perestroika y Mandela visitando a Fidel Castro. Me fue también imposible no reparar en la forma en que conservan estos archivos. Una pena. El placer de las polillas. Los diarios apilados en paquetes, desamparados ante el lento flagelo del tiempo. Encontramos, sin embargo, rápidamente lo que buscábamos. Mientras madre buscaba los periódicos de agosto y yo los de julio, y los de setiembre habían quedado a medias si es que no encontrábamos la noticia, logré encontrarlo: era el ejemplar del jueves 18 de julio de 1991. La columna “Sucedió hace 75 años”, es decir, del martes 18 de julio de 1916.
“Atropellado por un automóvil.
El sábado último a las 9:35am fue atropellado por el automóvil No. 2 el joven Enrique Hernández, empleado de la Botica Central, quien al ceder la vereda a unas señoritas transeúntes recibió un tremendo golpe en las espaldas que lo derribó ocasionándole una herida en la barba. El joven Hernández fue atendido en La Librería Popular por su dueño señor Vives Terradas.”
En el rostro de mi mamá no cabía la alegría. Por fin confirmaba el dato que estaba buscando. La abuela se lo había dicho, pero en el registro de la librería el bisabuelo había puesto otro segundo apellido. Recogimos los periódicos y los dejamos aplicadamente tal y como los habíamos solicitado y encontrado. Preguntamos por los periódicos de comienzos de siglo y nos dijeron que fuéramos o bien a La Industria, o bien al Archivo Regional. Regresamos volando a La Industria. Las mismas chicas que nos atendieron estaban todavía allí, aunque nos miraron con una cara rara. Mi mamá espetó triunfante la fecha del diario de 1991, y yo agregué la del diario de 1916. La chica escribió algo en su computador, siempre con la cara extraña, y dijo que no era posible, que saldría como s/. 500 soles, que no era posible revisar un diario tan antiguo, cuando nos había dicho lo contrario la primera vez que fuimos.
Salimos y mamá no se dio por vencida, la próxima parada era el Archivo Regional de La Libertad. Quería registrar el original, el periódico de 1916 que ampliaría la noticia, quizá con un segundo nombre o una increíble foto del bisabuelo. Llegamos algo cansados, ya, por todo el trajín. La encargada, impávida, frente a la solicitud de mi madre, siguió haciendo sus cosas otros diez minutos, y cuando mi mamá ya dudaba si preguntarle si nos iba a atender o no, se acercó con una cara de gárgola y me cerró la puerta entreabierta, donde me posaba. De una hilera lateral, apareció un enternado chimpancé haciendo nones sin haber escuchado la petición, como amaestrado para decir no antes de que se le pregunte nada. ¡Sin haber escuchado ya estaba diciendo que no el hijo de puta! Qué bestia, era el récord de la incompetencia y la mala educación.
Nos fuimos indignados, fastidiados, dolidos. Por supuesto, tengo todas las influencias –y las ganas- para cagarlos como bien se merecen, pero me detiene el sentido moral, pues la vara no es precisamente una herramienta válida para ajusticiar a estos mequetrefes, aunque bien se merecen un par de palazos por su estúpida actitud de poder frente a los que solicitan su ayuda. Deberían entender que se encuentran trabajando ahí para el pueblo, o mejor dicho, que reciben sueldo del pueblo, o que su trabajo consiste en atender al pueblo, y no es posible que en eso único que hacen no lo hagan bien. No se trata de que sean apristas, upepistas o antiapristas; aquí los trujillanos –y los peruanos en general- sufrimos los retrasos por la incompetencia de burócratas sin importar su camiseta política-ideológica, los cuales solo se dejan guiar por su ineptitud y sus ganas de no trabajar o de no hacer las cosas. Tenemos que luchar contra este cáncer sudaca si queremos salir adelante como país. Ah, y por supuesto, ya déjense de huevadas y cómprense aunque sea un par de computadoras usadas. Hasta cuándo vamos a vivir en la prehistoria de los catálogos de archivos en la biblioteca, la Región y las iglesias. Hay gente que parece no advertir que el siglo XXI está frente a sus ojos, y que el dinero está llegando hace buen tiempo y no son capaces de mejorar las cosas. Conspicuos burócratas.
Postdata. Del bisabuelo ya les contaré más en otra ocasión, quizá de una manera más extensa y por otro medio. Por mientras seguiremos investigando.