martes, enero 19, 2010

De holismo y fanatismo

Me pregunto cuál es el afán de ciertas personas de sentirse o creerse superiores a los demás, sentimiento, sensación o diz que condición que a su vez a ellas les hace prejuzgar y sentirse capaces de aconsejar y hasta atreverse a decir que son los demás los que están equivocados. A mí me parece que en realidad esconden un profundo desconocimiento, una duda terrible que les oprime el alma y el corazón, duda que les hace tragarse fácil sus creencias o dogmas, y rechazar de plano las del resto. Ese comportamiento es uno de los que más detesto de los católicos, y de todos en general que se autodefinen como seguidores de un credo, facción o incluso partido político, cuya convicción radica en la desautorización del otro, de los pareceres, creencias y pensamientos de la otredad.
Hoy asistí a una charla de don Guillermo Dañino, doctor en Humanidades por mi universidad, que ha vivido y viajado a China por casi treinta años, y que conoce al dedillo a su gente, tanto espiritual como cálida y socialmente. Don Guillermo nos dice que uno puede conocer el alma de un pueblo a través de 3 formas principales: (1) por el estudio de sus filósofos y pensadores, así como de las corrientes de pensamiento que son irradiadas en la gente y en su devenir; (2) por sus formas literarias y poéticas, y por sus literatos y poetas, y obviamente las obras, las temáticas principales, etc.; (3), y naturalmente por la experiencia en el contacto y el trato con la gente. Así nos dijo, y nos dio una charla magnífica sobre el confucianismo, el budismo y el taoísmo, sobre los tres poetas mayores de la cultura china: Tu Fu (confuciano), Wang Wei (budista) y Li Tai Po (taoísta), sobre el característico sentimentalismo y la profunda cultivación de la amistad en los chinos, la inspiración a través de la naturaleza, tantos otros temas, en fin.
Al final, salí muy contento del IRA y tomé un taxi para regresarme. El taxista me interrogó sobre el lugar, su mirada era escritunada, como si me estuviera evaluando. Le comenté que se trataba del Instituto Riva Agüero, instituto cultural de la Universidad Católica, y que salía de una charla sobre la cultura china, a cargo de un maestro, doctor en lingüística y literatura, que tenía como 30 años viviendo en China y tenía cientos de anécdotas deliciosas sobre la vida, la cultura y la amistad por esos lares. El taxista redujo todo lo dicho a que yo me había ido a la charla, y que Dañino había pasado sus treinta años en China, y el gobierno chino se había abierto al mundo, todo porque todos, yo, Dañino y el gobierno chino, todos, buscan la perfección. Lo atajé de inmediato diciéndole que eso era falso, nadie mencionó la búsqueda de la perfección, sin embargo él dijo que sí. Dijo además, que la única perfección posible era Jesucristo. Entonces le expliqué que justamente Jesucristo profesaba la unión, el respeto por el otro, y el amor a los demás, y por amor a los demás debemos entender respetar a los demás, y por tanto a los diferentes. Le expliqué que el confucianismo, el taoísmo y el budismo en China no son absorbidos por grupúsculos de personas que se sacan los ojos los unos a los otros, sino que un mismo chino puede tomar libremente preceptos de estos tres sistemas de pensamiento y ser feliz. Y también le dije que el cristianismo se basa en el amor a los demás, y que sin embargo el catolicismo a lo largo de la historia guerreó y separó a las culturas diferentes.
No sé por qué existe tanta gente que se espanta porque uno tenga a bien culturizarse como quiera. No sé por qué te salen con la cháchara bíblica como si fueran doctores honoris causa, y saltan a desautorizar sin conocer a los demás, sin conocer absolutamente nada. A mí me daría vergüenza intentar siquiera jugar a esa posición tan dogmática y absurda, tan cercenadora de la libertad, tan cerrada y tan estúpida. Me revienta esa actitud pedante. Por eso cada vez más me gusta el holismo oriental, la paradoja creadora y la cultura china.
Para una versión más ilustrativa de esta suerte de crítica, buscar en Youtube: Minos el Juez - Juicio a los fanáticos religiosos. En todos los casos, estoy totalmente de acuerdo con lo que dice Minos.

miércoles, enero 06, 2010

Amor a camiseta vista

Hoy tuve ganas de volver a escribir. Hoy estuve de paso por un centro comercial, absorto, cabizbajo, meditabundo como siempre, sin prestar atención al panorama, hasta que la vi. La observé, seducido por su belleza, por su blancura, por su acabado. Una camiseta de la U, mi equipo favorito. Recuerdo que el año que pasó -año en el que por cierto, y lo recuerdo sobre todo para mis amigos cagoncitos, la U salió campeón de la manera más justa y estadísticamente significativa en mucho tiempo, ganándolo todo en números y para variar en clásicos-, fui tres veces al estadio, a tres clásicos, además. El primero fue en el campeonato apertura, un clásico que comenzó intermitente, como tímido, como que los rivales se estudiaban mutuamente, hasta que Alianza comenzó ganando, para finalmente la U voltear con dos jugadas aéreas casi seguidas. Lindo partido, linda volteada, lindo escenario. Ese día de la pura emotividad recuerdo que regalé una camiseta nuevecita que mi padre me había comprado a una voluntaria gringa que ya estaba por regresarse a su país luego de dos meses de estar, en sus vacaciones, en el proyecto donde trabajo. Así que decidí, luego del concierto de papelitos al inicio del partido y con cada gol de la U, regalarle mi camiseta, porque era la ocasión precisa, magnífica, consecuente, irrepetible. Y así lo hice. Es por eso que cuando fui a los otros clásicos, justamente los de la definición del campeonato, y fui a los dos, no llevé camiseta actual alguna. Sin embargo, en el primero escondí un gorrito de la U en mi bolsillo porque el local era Alianza en su waterstadium, y fue una odisea salir y hacerme el cagoncito triste y lloroso por el supuesto mal resultado para que no me lincharan saliendo de Renovación; mientras que en el segundo pude llevar una camiseta antigua, de colección, del año siguiente de la muerte de Lolo Fernández, del 98', que quién sabe por qué todavía me queda, y que tiene un gran significado para mí, pero que ya no está para estarla llevando a gritar y sudar un partido, sino que más bien merecer reposar colgada en la pared.
Es por eso que ahora, soberbia, esta hermosa camiseta de la U me sacó de mi característica condición de ido. Y la compré, naturalmente, porque no he tenido en qué gastar mi grati, y sobre todo me gustó más que era la última que quedaba, de modo que justamente me llevé esa camiseta, la que quedaba en el mostrador que vi en la vitrina. Gustosamente me la llevé. Ahora me acompañará cada partido. Feliz año para todos.