domingo, noviembre 26, 2006

Nubecita negra

Mala suerte. No soy supersticioso ni mucho menos. Es más, creo que los supersticiosos tienen severos problemas, pero hay días en los que es inevitable preguntarse... ¿acaso tengo mala suerte?

Ayer salí luego de tres meses. Libé ron, Bacardi para ser preciso -no quería destruirme el hígado-, luego de tres meses, y también algo de pisco con ginger ale. Me desperté a las dos de la tarde, y obviamente, la familia ya se había ido a almorzar fuera, y me vi en la imperiosa necesidad de calentarme la lasagne que sobró -con lo mucho que me gusta calentarme comidas pasadas, y sobre todo, weaj, las lasagnes de la casa, que nunca han sido de mi preferencia-. Saqué una copa y me acompañé la merienda con un Poblete blanco semi-seco, además de bastante parmesano. Entonces, reflexioné sobre la semana que pasó, sobre los miles de trabajos que tengo pendientes, sobre mi mala suerte del día, sobre mis actitudes, mis comportamientos, sobre mí en la praxis vivendi, en la olvidada faceta del salir de noche a reuniones.

Era el cumpleaños de una amiga. No estaba animado para ir, la verdad, y nunca lo estuve; digamos que asistí por inercia, que me convencieron, sí, pero que pesó más un ya pues, a ver. Quedé, para ello, con otra amiga en común, para encontrarnos a una hora determinada en la puerta de la universidad, a fin de ir a su casa. Cuando me estaba bañando, un amigo que también quería ir me llamó, y al ir a contestarle, me resbalé, caí y golpeé el brazo. Suerte que no fue nada de consideración, sin embargo me hice la idea de que ese día no sería provechoso. No me equivocaría. Luego de hablar con el amigo que me telefoneó y regresar a la ducha, busqué el único jean que me quedaba -los otros ya no me quedan-, que tenía tan solo una puesta de uso desde la última vez que lo lavó la chica, y no estaba. Quién sabe dónde estaba el puto jean, yo que nunca me los pongo. Al final tuve que desistir y vestir uno de esos pantalones de buzo elásticos, salvación de los gordos como yo. Luego de alistarme, bajé y busqué un taxi. ¿Alguien sabe por qué siempre que necesitas uno no pasan por nada del mundo, y más bien, cuando quieres caminar, se te ponen en frente a joder como moscas? Cuando por fin encontré un taxi, me quiso cobrar una exorbitante cantidad, a lo que le dije estás loco, no. El energúmeno entró en razón, y me cobró un sol más de lo usual, y por la premura acepté. En fin, ¿qué podía ser peor? Como siempre que me hago esa pregunta, la respuesta me apareció casi al momento. Me tocaron todos los semáforos rojos del mundo, y estaba con la hora por haber buscado el maldito jean y el maldito taxi, y arg. Suerte que llegué apenas unos minutos después de lo acordado, y que mi amiga fuera comprensiva, ya que, como no contaba ni con celular, ni reloj, ni el número ni la dirección de la chica, me hubiera sido muy difícil llegar a la reunión. Nos tomamos una combi para ir a la casa de la cumpleañera, y en eso subieron dos demoníacos cantores, que se sentaron a mi costado a agredirme auralmente con ramplones alaridos que más parecían de borrachines tabernarios y no de simples mocosos de la calle. Y no es que no me guste Muchacho Provinciano -es más, es una de mis favoritas, y lo digo sin falta modestia-, sino que los mocosos ¿qué carajo estaban haciendo en una combi? Y peor aún, a mi costado, reventándome los tímpanos. Estaba pensando en darles unos cinco soles sólo para que se callen. En fin, no estaba muy lejos la casa de la amiga, así que abrí la ventana y respiré. A la hora de bajar, por si fuera poco, casi me caigo hacia adelante con el pitufesco asiento. Llegamos, pero eso no sería todo.
Igual habíamos llegado muy temprano, no había gente, salvo esa tipa que viene con su enamorado y cuando se maquilla queda aún peor, que además es atorrante, tiene una voz gritona y te cae como un pedo porque te recuerda los trabajos de la universidad que encima no hace, pero que saludas con una sonrisa para que no te diga ¿qué te pasa, por qué tan hostil? Mi amiga me dijo, entonces, para ir a hacer tiempo con ellos hasta que se arme la fiesta. No tuve fuerza para decir no, carajo. Fuimos, entonces, a una sanguchería de mala muerte, nos demoramos ochenta horas, compré luego el Bacardi, unos bocadillos y una gaseosa, y regresamos en ese momento de las reuniones en el que solo puedes acomodarte a un lugar, relegado quizá, alejado, porque la fiesta ya comenzó hace bastante rato y los grupos ya se formaron.
No sé si fue mi falta de fogueo social, si mi propia pusilanimidad, pero no estuve a gusto ni conmigo, ni con los demás, ni con la fiesta, pese a que no estuvo mal, pese a que encontré algunos amigos, a que me gustó la música ochentera. Es difícil explicarlo. Saber que hay algo mal en medio que no te deja reír, bailar, conversar libremente, sin tapujos, sin ataduras, sin complejos. Que una chica que te parece interesante esté ahí, mirándote cada cierto rato, acercándose a conversar contigo, pero que no encuentres el tema. Es como una suerte de impotencia. Y no es que no quiera conversarle, sino que no sé por qué, simplemente, las palabras no me salen, no fluyen, y los temas tampoco.
Será que necesito salir, despejarme, tratarme, auscultarme, medicarme. Será que la autorreclusión que me produje me está pasando factura. Que aún no se me quita el olor de cerrado, del cuartel de invierno en el que se refugió mi eremítico corazón. Qué se yo, muchachos. Eso sí, no me pidan que cambie el fondo del blog a negro, que ya tengo una nubecilla bruna que me acompaña a todas partes.

miércoles, noviembre 22, 2006

El paiche tetudo en su estofado*

¿Lágrimas de cocodrilo panzón? El presidente García, aparentemente apenado, declaró a la prensa desde Chiclayo que la derrota del Partido Aprista Peruano (PAP) en las pasadas Elecciones Municipales en Trujillo lo hizo llorar, y que, a fin de retomar el bastión sagrado e histórico aprista de la ciudad cuna y tumba de Haya de la Torre, no dudaría en postularse a la alcaldía de dicha ciudad. ¿Será que en verdad está apenado o que estos resultados le dan el pérfido, narcicista y psicopático placer de sentirse el único que hace y deshace al interior del PAP? ¿Será que con esta derrota electoral el presidente asuma la autocrítica y la responsabilidad de restructurar su partido o se dejará, más bien, obnubilar por pensamientos delíricos de grandeza recidivantes? Hagan sus apuestas...

* [Conversando en una oportunidad con Miss Jones (http://frecuenciajones.blogspot.com) en el messenger, ella se refirió al actual presidente de la república -en ese momento candidato- como el Paiche Tetudo, una ingeniosa y original manera de graficarlo. Lo de tetudo, bueno, Bayly ya habló e ironizó bastante del tema, y lo de paiche, quién sabe si fue por lo de las escamas -en la amazonía se hacen collares y otras artesanías con escamas de paiche-, habría que preguntarle, además de excusarme por utilizar una frase de su autoría.]

El presidente García declaró, desde Chiclayo, sobre las pasadas Elecciones Municipales en Trujillo, y lo hizo visiblemente afectado. Bueno, aparentemente; todos sabemos que con AGP nunca se sabe, es una persona de notables habilidades camaleónicas, sobre todo frente a la prensa, ante la cual se suele desenvolver muy suelto de huesos. Pero lejos de tener motivos para sentirse triste, puesto que el PAP perdió la emblemática plaza que fuera siempre aprista desde que Belaúnde en su primer período tuviera la idea de convocar a elecciones democráticas para las alcaldías de los diferentes distritos y provincias del Perú -salvando, por supuesto, los años de la dictadura velasco-moralesbermudecista-, Alan tiene motivos para sentirse aún más alto y respingado. Ya lo dijo Carlos Bruce en declaraciones a Canal N, además de César Hildebrandt: "El APRA no es nada sin AGP."

Ante una aseveración tan categórica, solo queda esbozar, con pinzas, claro, una respuesta, un aludido, un culpable: Mauricio Mulder, quien, por supuesto, fue puesto a dedo por Mr. President. ¿Será que AGP, macquiavélicamente puso a Mulder en la secretaría general del PAP, a sabiendas de su notable incapacidad de gestión y dirigencia, para luego vanagloriarse cual pavo real de su innegable y único liderato al interior del partido? Es una posibilidad que no podemos echar a un lado, dados los antecedentes de megalomanía del reelecto mandatario.

La realidad del PAP se avecina dura, difícil y harto complicada. Las malas gestiones de los presidentes regionales le han pasado factura al partido de Haya de la Torre, qué duda cabe, pero además, podrían estar inflando el ego del jefe de estado, que es su punto débil. A menos que el líder del partido aprista asuma él mismo la derrota destas elecciones y se deje, criollamente, de huevadas, volando las cabezas que haya que volar -Mulder, Mulder y Mulder, además de Mulder, Mulder y otros múlderes-, el panorama político de los próximos años, y concretamente, los procesos de regionalización, descentralización, Sierra Exportadora, TLC hacia dentro y otras cuasipanaceas, se verán afectados, por no decir inviables.

La cosa es seria, señor García Pérez. Lejos de vanagloriarse y obnubilarse en delirios grandiosos megalomaníacos de que sin usted el PAP no es nada, preocúpese por devolverle la fuerza al partido de Haya de la Torre, del que usted se ha autodenominado hijo. Cualquier imbécil se daría cuenta de que sin un partido no se puede gobernar un país, de que sin partidos políticos no hay auténtica democracia. No caiga usted, pues, en la debilidad cuasipsicopatológica de la que ya tiene data -y vasta, por cierto-, sino más bien reafirme su liderazgo consolidando la fuerza de su partido.

El pueblo ha sido claro el 19 de noviembre. Está cansado de la ineficiencia, inoperancia, ineficacia y mil palabras con prefijos in-, a- y afines que denotan el fracaso de los partidos políticos y su alicaída raigambre y cobertura nacional. Es peligroso que existan tantas y tan fuertes fuerzas independientes y microregionales, puesto que responden a necesidades inmediatas, específicas y no concertadas que podrían frustrar la integración y los planes nacionales de desarrollo económico-social. No se puede llorar ya sobre la leche derramada, como lo ha hecho usted y confesado desde Chiclayo, sino poner las manos a la obra y tomar las medidas que sean necesarias para recobrar la fuerza de los partidos políticos -no solo del APRA, evidentemente-, piedras angulares de la democracia en cualquier país.

Esperemos, pues, que el paiche tetudo no esté feliz en su estofado megalomaníaco y figuretista, sino que, por el contrario, se rasgue las vestiduras -o se saque los ruleros, aunque sin bailar el teteo, por favor- en pos de una verdadera restructuración partidaria basada en una autocrítica de humildes golpes de pecho y asumires de responsabilidades. El PAP lo necesita. La democracia lo necesita. El Perú lo necesita.

Referencias de las imágenes:
(1).
http://www.myfreecolouringpages.com/coloring_pages/crocodile.gif
(2). http://www.monkey-studio.com/alan_garcia.jpg

domingo, noviembre 19, 2006

Comprobado: la imbecilidad supera el 47% en San Isidro

La semana pasada los muchachos disforzados (1) Jaime Bayly y Christian Meier utilizaron de manera desleal, amoral, el espacio del primero para atacar al alcalde de San Isidro, Jorge Salmón. Un manifiesto firmado por intelectuales de la talla de Fernando de Szyszlo sentó la protesta y la indignación de la comunidad, que obviamente no fue recogida por la estúpida prensa -cuándo no- capitalina.
Como nunca en la vida vi a un anciano que apelaba a su hijo de la manera más patética y ridícula para obtener la alcaldía de mi distrito. Y aunque se diga que este es el mejor distrito del Perú, por supuesto, aquí también hay gente imbécil que vota no por propuestas, sino por el color de ojos del candidato, por el hijo que es actor, por el apellido que no parece del Perú. Así como hay lugares en que se vota por un polo, por una bolsa de arroz, aquí se vota por otras nimiedades afines. La falta de criterio, de cultura, de inteligencia, no es monopolio de las zonas pobres, en San Isidro también hay gente con estas carencias, señores, claro que sí -naturalmente que, al tener las posibilidades materiales de desasnarse, esta gente no tiene excusa-. Por algo Toño Meier, ex candidato del fujimorismo, alcanzó casi el 50% de intención de voto. Por algo, Salmón, el alcalde del considerado el mejor distrito de América del Sur, perdió las elecciones. Por algo la gente no protesta por esta absurda y desleal manera de competir, por algo no se ofenden con ello.
La cuestión es la siguiente, mis amigos: podemos pasar esa risible y hasta pueril fórmula de ayuda del disforzado Bayly, pero no podemos tolerar la campaña de guerra sucia hecha por el "señor" Meier, quien apeló a infames planfetos repartidos dos días y un día antes de las elecciones en las residencias de los vecinos sanisidrinos, de la manera más desleal e inmoral. En éstos, se decían sandeces tales como el agua de caca y banalidades afines -por cierto, panfletos llenos de errores ortográficos-. La única caca es el papel en el que imprimió estas propagandas, señor Meier. Los coliformes fecales se sienten en su conducta. La única caca aquí, es usted. Usted ha apelado a su esposa ex miss universo, a su hijo actor. Usted no merece ser alcalde. Usted no merece nada.
Yo voté en Miraflores, dado que no acredité mi cambio de domicilio a tiempo, a pesar de haberme mudado a finales de abril -se cerró el plazo en junio, para evitar a los votantes golondrinos-. Pero si hubiera podido votar en San Isidro, sin duda hubiera votado por Salmón, aunque sea por la reactancia que me produjo la conducta lumpenesca del papá del galán, a quien parece no importarle que la única caracerística saltante a los ojos de la comunidad, sea justamente, ser el papi de Christian Meier, en desmedro de sus aparentemente nulas cualidades -de las que no hace gala-. Así es, pues, mis amigos. En San Isidro ha vencido la farándula sobre la política, la nimiedad sobre la trascendencia, la estupidez sobre la razón.
Nota:
(1). "muchachos disforzados": Así se refirió Jorge Salmón en La Hora N, programa que conduce Jaime de Althaus, a Jaime Bayly y Christian Meier, respectivamente, en respuesta al programa del primero de ellos, quien hizo uso de su espacio televisivo para hacer campaña abierta por el papá del segundo, candidato a la alcaldía de San Isidro en las Elecciones Municipales últimas, algo que si bien no está penado por ley, sí lo está por la moral, el tino y las buenas costumbres.

Esas cosas que nos pasan en Ley Seca

Gracias, tío Lucho.
Toda mi familia se reunió esta noche, espontáneamente. Padre, sonriente, nos dijo para salir. Yo ya había cenado, y aunque me dolía la cabeza -una jaqueca soberbia, de ésas que para qué les cuento-, di el visto bueno y enrumbé presuroso con hermano y madre. Hermano y madre querían cenar, el viejo pasear, y a mí no me incomodaba salir a tomar un poco de aire. Hasta ahí todo iba bien, una noche en familia. No nos imaginábamos lo que sucedería.
Fuimos a pasear por la Lima Nocturna, como hiciéramos en enero 19 -día de Lima-, a contemplar orgullosos los progresos de la Ciudad de los Reyes, hoy convertida, de noche, por lo menos, en El Centro de las Luces; nos subimos al segundo piso del Club Unión para admirar la Plaza de Armas -que por supuesto, no tiene nada qué envidiarle a ninguna plaza de armas de Sudamérica-, al segundo piso del Hotel Bolívar, para observar la tan simpática Plaza San Martín, y al Country Club Hotel a pasear un momento por sus instalaciones. Luego, ante los reclamos de mi joven hermano, paramos en el Haití a comer algo. Se me ocurrió pedir un Irish Coffee, y mi papá dijo que cómo, si me dolía la cabeza. Nos habíamos olvidado de la ley seca. Fue muy chistoso cuando el mozo insistió que no podía servirnos, hasta que reparamos en que, en efecto, era por el respeto a las elecciones. Carcajadas. A la salida, hermano quiso pasear por la esquina del ajedrez y padre saludó a uno que otro viejo conocido. Luego, paseamos por Miraflores y Barranco, como siempre, la clásica paseada de noche por las calles, respirando los marinos aires del Parque Grau, el Faro y Malecón de la Reserva, la Costa Verde, Chorrillos. Lo divertido vendría después.
Luego de habernos distraído, padre se dispone a dejarnos, cuando en eso madre abre bien los ojos, cambia su sonrisa por una mueca y se petrifica frente a la puerta. No abre, se alarmó. Intentó una, dos veces. Nada, musitó estupefacta. Padre bajó del carro a ver qué pasaba. Hermano y yo fantaseábamos telepáticamente con una escena divertida en la que perderíamos las elecciones por un disparatado y ridículo descuido, teniendo que dormir en un hotel ante la indisponibilidad de entrar al domicilio. Pasamos de las miradas a las risas, por supuesto. Mi padre, impaciente como él solo, empezó a perder el control. La pierna derecha se le empezó a agitar, mientras que cortaba el aire con movimientos de brazos o se agarraba los cenizos y escasos cabellos. Mi madre prendió un cigarrillo.
En eso vino el serenazgo alertado por los vecinos. Una camioneta gris, sospechosa, estaba estacionada en la puerta de una casa. Mi padre puso el grito en el cielo cuando se supuso que él era el sospechoso, ya que, por supuesto, la camioneta gris estacionada era la de él. Será por tu cara de siciliano, dije animado. Mi mamá no aguantó la gracia y estalló en risotadas compartidas con mi hermano. Los serenos, divertidos aunque atentos, nos facilitaron el teléfono de cerrajeros 24 horas. Al acto fuimos a la cerrajería a traerlos para que nos solucionen el percance.
Eran dos sujetos. Uno subió en la hilera de asientos de atrás, entre mi hermano y yo. El otro, subió a la tolva con los instrumentos. Si pensaban que eso era todo, se equivocan. Llegamos de nuevo a la casa, y a la hora de bajar, el sujeto que estaba en la tolva casi se mata, mientras que el del asiento de atrás nadó hasta la puerta. Estaban en una bomba increíble, y no nos habíamos dado cuenta. El viejo intentó tranquilizarse conversando con los serenos, puesto que mis risas no contribuían a su calma. Intenté ser un buen hijo y me acerqué a masajear sus endurecidos hombros. Como vas a reirte en una situación así, hijo, me reclamaba. Viejito, tómalo a la deportiva, ¿qué es mejor? ¿el estrés o la risa?, le aconsejé. Volteó, por supuesto, la mirada, callando, aunque no pudo evitar una sonrisa casi imperceptible, que también vieron, para su desgracia, los serenos, y compartieron en el acto. Uno de ellos se atrevió a decir: "Esos cerrajeros están más zampados...". Animado, exclamé: "Esto tiene que ser contado". Con las risas de los serenos de fondo, fui a ver a madre y le comenté lo último, nos reímos con hermano. Los serenos se despidieron y padre caminó hacia la esquina, meditabundo. Lo alcancé, mimándolo, y conseguí que volviera. Sí, es para reírse, dijo.
Por fin, los alcoholizados cerrajeros se habían hecho maña para vencer las vetustas trampas de la chapa. Me despedí de los hombres, mientras que mi padre los fue a dejar. Ni bien entramos, hermano subió a dormir como lapa, y mi madre y yo nos arrastramos de risa por un rato, hasta que padre llamó a decir que los hombres le habían invitado a seguir chupando en su local, con lo cual seguimos riendo varios minutos más. Concluí que mi despistaje usual no era una simple cuestión mía, sino que había una suerte de correlato genético, lo que por supuesto me divirtió aún más.
Luego, nos acordamos que fue un 18 de noviembre de 2001 que partió el risueño tío Lucho a la eternidad, y que seguramente esta anécdota era un regalo para que nos acordemos de él, o una venganza del mismo por nuestro olvido. El hecho es que se debe estar matando de la risa de lo que nos pasó, esté donde esté. Y nosotros también, por supuesto.
Mejoras el ambiente previo a las elecciones, bastante agrio ya con estos candidatos.
Gracias, tío Lucho.

viernes, noviembre 17, 2006

Dos amigas

Mi sombra sí fuma.
Se escabulle en las terrazas, los balcones y los cafés mirando la luna.
Pasea por los jardines del Malecón de la Reserva,
se avienta por el acantilado, de cabeza, zambulléndose entre los aires grises;
camina sobre las aguas negras de Makaha y se sube a la Rosa Náutica.
Mira la cruz de luces, con nostalgia, mientras huele las maderas salinas.

Mi alma no lee.
Se transporta a la China, la Tierra Media y el medioevo.
Fue un cimarrón rebelde, un elfo noble y un samurai temible.
Anduvo en las calles de París, Chicago y Buenos Aires,
y entre los padros mujiks y los verdes sajones, escribía versos al andar.
Sosegada y calma, aunque melancólica, me comparte sus memorias al anochecer.

Ambas parten y regresan.
Envidio sus aventuras, sus escapadas; el tiempo parece no ser hostil con ellas.

Les invito un café cada noche, y comparten sonriendo,
se cocinan silencios comunicativos, instantes significativos,

en cálidos espacios sin tiempo, eternidades fugaces a luz de vela.
Y ahí van de nuevo, mis amigas, cada una a lo suyo, y yo, a esperarlas me quedo.

"Comenzal' mal", o la mala suerte de un chifero comensal

Cuando entramos a la universidad nuestra vida cambia, solemos apartarnos cada día más de casa, entre libros y conferencias, clases y coloquios, prácticas y tertulias. Hasta dormimos fuera, con relativa frecuencia, por un trabajo, un examen o una exposición. Obviamente, también almorzamos fuera. Es así que frecuentamos los restaurantes y cafeterías de nuestras universidades, aunque también, cómo no, de vez en cuando, acudimos a una sebichería, a un miguelón o a un buen chifita. No reparamos, empero, en que bueno, uno se expone a ciertas peculiaridades. Es cierto que no podemos exigir mucho de establecimientos baratos y humildes, pero creo que un mínimo de consideración para con nosotros, los usuarios, clientes, y en definitiva, personas, nos merecemos.
Como buen peruano, soy buen comensal, fiel, cumplidor y hasta algo ingenuo. Frente a mi universidad hay dos chifas. Uno de ellos lo descarté una vez que me sirvieron una mosca en medio de mi arroz chaufa. No hubo problema, es decir, más allá del asco, repudio y el jamás volver a pisar aquel establecimiento; entonces elegí un chifa que quedaba dos cuadras más lejos, pero que, en comparación, valía la pena sudar caminando bajo el sol pandino hasta allí. El ambiente ciertamente es distinto, el lugar es más acogedor, más agradable a la vista, más espacioso, hay más mozos, mayor variedad de platos y la verdad que, en general, parece mejor cuidado y limpio. Ciertamente, es algo más caro que el otro, pero vale la pena. O mejor dicho, valía.
Quedó demostrado que hoy no era mi día. Me encontré con un amigo con el que suelo ir a comer cada cierto tiempo, y decidimos ir a este chifa que les digo. Como siempre, queriendo ahorrar aunque sea las energías que el caminar de más le produciría, mi buen aunque roñoso amigo protestó y quiso acudir al primero de ellos, que como sabemos, no solo es algo más barato, sino que queda más cerca de la universidad, al frente casi, apenas cruzando la avenida Universitaria. No, le dije, ya te he dicho que este otro es mejor. Me miró con cara de ya vas a ver, sobrino, pero no dijo nada y enrumbamos. Y llegamos, nos sentamos, escogimos nuestros menús, le comenté que mi padre me había dado cierto dinero para un ciclo de seminarios sobre la cultura China, y que me había sobrado algo de plata y podía pedir una fuente para pasar un buen rato entre amigos, accedió y pedimos una porción de chi-hau-kai y una incacolita de litro y medio. Todo iba bien, como siempre, bromeándonos sarcástica aunque deportivamente, hasta que aconteció aquello.
Primero, apareció un indigente con un niño en brazos, respetando poco el lugar en el que nos encontrábamos y pidiendo dinero. Mientras mi compañero comensal ni siquiera se inmutó -ni lo miraba, por cierto-, yo sentí, naturalmente, pena por la criatura y hasta culpa y vergüenza, y le entregué algo para que se fuera, no sin antes decirle que respete este tipo de espacios, que utilice la calle para estas actividades. Mi amigo se burló en seguida por mi sentimentalismo, calificándolo de absurda debilidad, y diciendo que el infortunado sujeto que nos importunó quería, adrede, apelar a la compasión de nosotros, queriendo con ello, justamente, comprometernos, para a continuación, proceder a bajarnos las defensas y obtener algunas monedas.
Pero bueno fuera que hubiese acontecido aquello, solamente. No, desgraciadamente no. Entonces vi mi plato. Nadaba algo en mi sopa wantán, y no era nada agradable. Se trataba de una larva, ni más ni menos. No sé de qué, y no pienso averiguarlo, y menos quiero hacerlo, y ni mis zoológicos intereses me sirvieron para ello en esta ocasión. Solo vi al achicharrado embrión, nadando póstumo sobre las aguas de mi alimento. Sus ojos, para colmo, negros y repugnantes, apuntaban a mi cara, y se notaban las incipientes patitas dentro de la crisálida amarilla. Me sentí muy mal; dejé inmediatamente la cuchara y aparté de mí el plato hondo y hediondo. Mi amigo me preguntó qué pasaba, y le enseñé el plato. Inmediatamente me dijo que pida que me lo cambien. Tienes razón, argüí, y levanté el brazo. Sin demasiado aspaviento, pretendía informarle al mozo lo sucedido, pero justo atendió mi llamado una chinita cuyo nombre conozco, a la que, por cierto, le guardo cierta simpatía, ya que soy cliente de relativa frecuencia en el local. Se excusó sorprendida y me dijo que me traerían otro plato.
Sin embargo, este día estaba marcado para mí. Encontré otro regalito no menos monstruoso en el segundo plato de sopa; esta vez lo detecté más rápidamente, pero ya no tenía fuerzas ni para indignarme, ni para levantar el brazo. Mi amigo, por supuesto, me sugirió la idea de protestar para no pagar nada, pero sentencié, con ninguna solemnidad y sí bastante desconcierto: no voy a venir más. El mozo trajo, con una cara de pocos amigos, la fuente y los platos de segundo. Mi compañero le devolvió esos ojos, mientras yo preferí evitarlos. Ya no podía disfrutar más la comida. De hecho, cada bocado fue lento, pausado y auscultado científica y neuróticamente. Qué paz podía haber en mí, si pensaba, no sin razón, que los arroces podían moverse o hasta volar. Mi amigo se divirtió mucho con la escena, y de hecho se rió todavía más, cuando, consultando su billetera, adujo que no iba a poder compartir a medias la cuenta, porque no le alcanzaba. Bromeando, le dije: bueno, está bien, después de todo al que le tocaron los premios fue a mí.
Regresando a la universidad, conversamos sobre qué era peor, si encontrar en la sopa una mosca o una larva de mosca. Mi compañero dijo que seguramente la larva estaba menos contaminada, y yo respondí: pero la larva implica familia... caldo de cultivo. Mi amigo suspiró: bueno, al menos yo no tomé sopa. Sus burlas fueron por mí tomadas en serio: no regresaré, por más que tenga toda la simpatía del mundo por la chinita aquella, nunca más a aqueste establecimiento.

martes, noviembre 14, 2006

Coprópolis o la ciudad de los simios llamados "cobradores"*

* ¿Hay algo más inútil que las corbatas o los cobradores de combi?
No existe término alguno para describir la naturaleza destos subhumanos patológicos, estas verdaderas bestias sin materia gris, sin conciencia del otro, de la humanidad del otro, sin respeto por la otredad. Gente -si cabe el término- sin valores, sin principios, sin un mínimo de tino, de educación, de cultura; réprobos totales, lúmpenes, animales, animales, animales.
¿Qué maldita enfermedad les hacen golpear los metales de sus autos, realizar silvidos atosigantes, tocar cláxones demenciales? Pareciera que gozaran con el chirriante e insoportable sonido del metal manoteado, de la radio a todo volumen, de los gritos desaforados -de los inútiles cobradores-, de los cláxones impunes -de los choferes-. Pareciera que disfrutaran en ese horrorífero mundo caótico e imposible de corrupción, -puesto que no solo no hay ley o norma que valga para ellos, a no ser que sea la aberración de 'Pepe el vivo'-, transgresión, contaminación y alienación. Qué maldita costumbre de golpear, de gritar, de violar la privacidad del otro, ya sea física -¿no es totalmente inhumano tocarse uno con otro, desconocidos, carajo, como si se tratara de gallinas, de carga, hasta la asfixia? ¿no les molesta, acaso?-, o auralmente -porque la contaminación también se mide en decibeles-. Música estridente, silvidos demenciales de sublenguajes asesudos, gestos simiescos e involutivos, hacinamiento cotidiano amparado en la norma subjetiva, demencial, dantesca del individualismo 100% y el otro 0%.
Ya no soporto más a estos animales. Como me gustaría apagar, como si apretara un swith mágico, mis oídos y abstraerme de este submundo abominable. El maldito tercer mundo. Esta indigencia moral caótica, infernal, de transgresores inciviles retrógrados, insensibles, infrahumanos. Pero yo sí soy humano, yo sí soy peruano, ciudadano y civil, yo sí voy a trabajar por cambiar esta coprópolis.
Aunque, por supuesto, más fácil sería decir -y más sinceramente, además-: Necesito un auto, o por lo menos unos tapones para mis oídos cada vez que subo a estos infiernos en tierra, los necesito urgentemente, ya no los soporto más.

lunes, noviembre 13, 2006

Tiempo

El tiempo son las gotas de rocío que caen de las hojas, son las hojas marchitas que adornan las veredas, son las veredas descuidadas por las que pasan los desprendidos peatones que se solidarizan con la mendiga de sombrero de paja, manos tullidas y ojos perdidos. Son sus años, sus miedos, sus arrugas. Son sus pequeños que se abrazan a ella por el frío, con sus manitas sucias, ojitos legañosos, caritas paliduzcas. Son los polluelos que trinan reclamando su comida, las palomas grises que husmean en el suelo, los transeúntes y los carros. El tiempo es la quietud y el movimiento, el instante, el sonido y el silencio. La gota de rocío, el vuelo del ave y la sonrisa del niño.
El tiempo son mis días. Hay buenos y malos días. Días que recordar, que olvidar, días en los que hay que pensar, repensar o no pensar. También hay días en los que no puedes ni pensar. Y otros en los que pensar es lo último que quieres hacer. Hay días en los que sencillamente las cosas no cuadran. Te levantas cansado, como si no hubieras dormido, no quieres hablar, no quieres nada de nada, no te gusta ni tu propio olor pese a bañarte, te molesta la barbilla aunque te afeites, tu propia saliva te sabe a resaca aunque no hayas libado hace meses, sientes una pesadez general...
De pronto los minutos pasan, las horas, la cabeza te incomoda, el cuerpo, las articulaciones, el estómago, sientes que pierdes el tiempo, que falta algo, que deberías salir a caminar, hacer algo nuevo, correr, pintar, hacer música, y al instante siguiente parpadeas, en la tertulia, pasa el rato y nada... aparecen historias en la cabeza, personajes, tramas, argumentos, y se rebobina todo otra vez... ¿y dentro de cinco, siete, veinte años? en qué estarás pensando en estos mismos días que siempre vienen, que siempre asaltan, que siempre queman. Esperas que valga la pena el vivir. A veces no hay ni ganas de seguir. Vacíos, dudas, sinsentidos.
De pronto es de noche otra vez, y no hay ni ganas de autorreprocharse el tiempo perdido. De pronto repasas los malditos noticieros domingueros, de cómo el mundo se va cada vez más al carajo con asesinos violadores descuartizadores con personalidades psicóticas, y periodistas con corbatas anaranjadas que lucran con el morbo de mostrar espeluznantes y macabras historias que psicosean los trasnochados semblantes de las abnegadas madres de familia.
De pronto pasas los canales como si el control disparara balas, como si mataras a los imbéciles que conversan sandez y media y sin embargo nunca te pierdes los domingos, religiosamente. De pronto te hastías y vas al estante de los libros y ves que te falta tanto por leer y como desperdicias el tiempo. Como hay tantos Borges que te fantasean, tantos Vallejos que te reclaman, tantos rusos y peruanos, europeos y latinoamericanos que te esperan, tantas páginas que leer, tanto que pensar, tanto que asumir. De pronto te das cuenta que escribes líneas sin sentido, que así también pierdes el tiempo, en escribir sobre perder el tiempo perdiendo el tiempo, y mejor te vas a dormir. Y mejor me voy a dormir, morir, y vivir de nuevo.

sábado, noviembre 11, 2006

Desconocida

Qué idiota. Hoy te perdí dos veces, diez veces, todas las veces. Hoy te fuiste sin prisa y sin pena, mientras yo me entretenía entre vinos y conversaciones con algunos profesores. Lo que no sabías es que me era imprescindible tener esas conversaciones, porque ando necesitando proyectos de investigación que me devuelvan esa seguridad académica perdida, ese disipar de la neblina del terreno de mi porvenir, pedregoso, peligroso, incierto. Lo que no sabía es que al hablar con estos profesores, estaba perdiendo la última chance que me darías para conocerte.
Te lancé tres, seis miradas furtivas y sigilosas, y todavía seguías allí, aguaitando una respuesta que nunca llegó, mientras intercambiaba conceptos, pareceres e intereses con mis posibles futuros co-investigadores. Abusé de tu paciencia. Pensé que me darías una última oportunidad para acercarme, pero ya no pudiste esperar más. Y estuvo bien, sin duda. No tenías por qué hacerlo. Seguramente, no te veré más. Fue una lección que me servirá.
Y sin embargo te saludé con un beso a la hora de almorzar, en la cafeta. Quién me entiende, yo no. Ese fue el momento, solo aquel, en el que te sorprendiste cuando me acerqué; yo también, pues no tenía sentido que te saludara sin saber tu nombre y que además no entable conversación alguna, sino que estúpidamente regrese a mi sitio y empiece a comer. Pasaste a devolver el gesto, las mismas palabras temerosas apenas audibles, la sonrisa inocentona y la mueca trémula: turbación, pero nada más. Y luego, en el intermezzo del coloquio, el recalcitrante destino me dio el lujo de cederte el último pastelillo de la bandeja. Una sonrisa acompañó mi gesto, que respondiste con los ojos, a la distancia. Pero ya la suerte estaba cantada. Ya no encontraría otro momento. En la clausura, el vinito de honor, que parecía vinagre de horror, tampoco me dio las fuerzas necesarias para empujarme hacia ti.
Había adivinado que no te hablaría, en efecto, desde el comienzo, y aunque pensé que podría hacerlo, que encontraría la oportunidad y el momento, finalmente desistí, tal como ya lo había vaticinado. Y si alguna vez vuelves a toparte conmigo, no sé qué te diría, más allá de pudo no ser así. Aunque fue, por mi culpa, por supuesto.
Adiós, Desconocida.

jueves, noviembre 09, 2006

Timidez coloquial

Las jornadas del coloquio nos juntaron por primera vez, hoy, un día como cualquier otro. Tu rostro no me era conocido, aunque te respondí la sonrisa casi instantáneamente. Los minutos pasaban, las ponencias y las horas. La gente se iba retirando, y otras caras iban apareciendo. Y sin embargo tu presencia resaltaba cada vez más. Pasé seis horas contigo, muy cerca, pero ni supe tu nombre ni te conversé mirándote a la cara. En otros tiempos, hubiera aprovechado cualquier momento para abordarte, pero quién sabe qué sucede conmigo. No es una queja, ni tampoco un lamento. Después de todo, la gordura que hoy cubre mi apariencia la escogí yo mismo como un escape a nuevas situaciones afines, ensimismado, retraido, compungido. Y es que el desamor modifica, retrae, inhibe, desanima, descreifica. Pero por supuesto, cómo ibas tú a saber eso. Qué culpa tenías dello. Ninguna, lo siento.
Hoy se me presentaron varias oportunidades de hablarte, de entablar conversación. Y tú me mandaste varias señales, como diciendo ya pues, de ti depende; tampoco podías hacer más. Sonrisas, miradas, pequeños diálogos sin mirarnos a los ojos, frases entrecortadas, palabras temerosas, manos temblorosas, muecas sibilantes. Y no, no es que estaba desinteresado. Me gustaron tus esponjados cabellos acaramelados, tus cejas, tus ojos, tu sonrisa de interés. Eres muy bonita. Me agradó percibir ese bichito dentro, esa corazonada; pero entiende que los años van cerrando, adiestrando, aleccionándolo a uno, asentándolo, conteniéndolo. No siempre, hay veces que no hay control que valga, pero normalmente sucede. Y así fue hoy. Lo siento si te decepcioné. Lo siento si mañana ya no te encuentro más.
Te devolví las sonrisas, te devolví las miradas. Me contagiaste esos temblores de rodillas. Cruzamos los ojos. Era notorio, no había duda. Y cuando uno de los ponentes señaló el amor a primera vista, pateaste mi butaca, buscándome los ojos. Era evidente. No, tu problema en la pierna no tiene nada que ver; la muleta no me representa ningún impedimento; ni se te ocurra pensar que fue discriminación. Si sí te miraba, si sí te respondía, si no te era indiferente.
Es cierto. No puedo explicar por qué no me avalancé sin pensar en las palabras que dijera, como tantas veces lo hice en el pasado. Contuve ciertos pensamientos, ciertas sonseras que me pasaban por la cabeza. Atiné a sonreir, suspirar y caminar con las manos en los bolsillos, una vez que los asistentes se retiraban. En la mesa de los sellos, apareciste detrás de mí y, a mi lado, registraste tu presencia. Miré para otro lado, temeroso, pero no de ti. Te encontré de nuevo en la cafeta y estabas custodiada por unas amigas. Me miraste ya con otros ojos, como sin brillo, como sin color, como si la ventana de oportunidad ya hubiera pasado, como si ya se hubieran terminado las entradas a tu función, como si ya hubiera partido el tren que esperabas con ansias.
Antes, estaba acostumbrado a hacer cosas sin pensar, siguiendo corazonadas destilando toda mi espontaneidad. Ahora dejo de hacer cosas. Quizás no vuelva a verte, quizás nunca más te encuentre, y mírame aquí, escribiéndote. Qué absurdo, ¿no? A veces uno deja de hacer cosas con esa misma imprevisibilidad con la que las hacía. ¿Será que debo seguir confiando en esas corazonadas, pese a las inhibiciones propias de las arrugas que van apareciendo, de las canas y ya no la única cana que tenía en la cabeza? Será, pues.
Espero verte de nuevo mañana. Quizá, si el destino así lo quiere, será distinto. Sino, despreocúpate, ya vendrá alguien que, sin tanta alharaca, correrá el riesgo que yo dejé pasar. ¡Qué miedo es este, quisiera saber!

lunes, noviembre 06, 2006

Día en guiones.

- Hoy me desvelé por un trabajo que dejé para el final.
- Hoy saludé a mi ex con un te quiero mucho.
- Hoy llegué tarde a la primera clase del día, pero la profesora llegó más tarde.
- Hoy comencé a leer Elogio de la Madrastra, habiéndome adelantado la mitad de Los Cuadernos de Don Rigoberto.
- Hoy almorcé pollo broaster con las manos y bastante ketchup.
- Hoy conversé con una amiga que la conozco hace poco.
- Hoy llegué tarde a mi segunda clase del día por estar conversando con esta amiga.
- Hoy le dije a mi profesora que no quería opinar sobre la lectura de la semana porque no me sentía bien -Fue bien chistoso ver la reacción de la clase ante mi espontaneidad-.
- Hoy fui a Sociales a sacar el plan de estudios de Antropología.
- Hoy fui a ver una película finlandesa en el centro cultural de España, con la amiga con la que estuve conversando más temprano, a la que llegué un poquito tarde por haber sacado el susodicho plan de estudios, y mi amiga casi me mata.
- Hoy escribí guiones en mi blog, no importa qué, no interesa qué. Pero escribí, suficiente.
- Hoy me termino Elogio de la Madrastra.
- Hoy me duele un ojo, la cabeza y el alma.
- Hoy quise renunciar a todo. Salir. Destruir.
- Hoy me pregunté: ¿qué voy a hacer con mi vida?
Y no puedo responderme, ya vienen mis compañeros. Me voy a trabajar...

viernes, noviembre 03, 2006

Hoy

quise llorarte
¿cuándo lo superaré?
vano suspiro
...
Me vienen hoy día
el nebuloso susurro de tu voz
el agradable veneno de tus labios
el agrio remedio de tus agravios
el tórrido escape de tu adiós
me asaltan todavía
...

miércoles, noviembre 01, 2006

Celebraciones del 31

Algunos brainwashed peruvians todavía hoy salen a pedir caramelos en Jalogüin. Por supuesto, siempre hay algunos que ni siquiera se disfrazan, muchos de los cuales son padres que llevan a sus hijos para que estos pidan por ellos. No quiero ser insensible ni se me entienda mal por esto, pero.. los peruanos tenemos nuestra propia celebración, no tenemos por qué utilizar de pretexto y de préstamo una tradición que no nos corresponde. ¿Un préstamo cultural que solo nos sirve de pretexto para tener más dulces para darles a nuestros hijos? No tenemos que disfrazarnos para mendigar, ¿ah?. No lo creo. Aquí no se celebra una tradición mal masticada de la ancestral cosmovisión céltico-anglosajona. Que tengamos inmediatamente después el feriado por el Día de los Muertos no nos obliga a llenar los establecimientos de telas de araña de materiales ridículos, adornos de calaveras o monstruitos, ni mucho menos uniformes bufonescos de meseros, cajeros y demás personal. Fucking consumismo. Aquí no se comen calabazas. Menos tenemos por qué hacerles caritas. Aquí nacieron Pinglo y Chabuca, carajo. Canción criolla para rato.

Por mi parte, más allá de la polémica suscitada a la celebración del 31 de octubre -siempre habrán aquellos que o con una o con la otra, igual se la pegan-, hoy no celebré. O mejor dicho sí, en verdad que lo hice, y mucho. Mas no a la usanza tradicional; entiéndase, no sucumbí a báquicas francachelas, ni siquiera libé. Terminé de leer un libro fabuloso, que, como hace tiempo no sentía, me hizo revivir el placer por la lectura. El autor, Süskind. El libro, sí, El Perfume. Lo recomiendo, por supuesto. Diré que es sencillamente sensacional, aunque me faltarían palabras para describirlo -una limitación, por cierto, propia del lenguaje, no de los humanos en sí-. Un verdadero orgasmo literario. Y ayer (Lunes 30) , qué suerte la mía, me deleité con El Festín de Babette -en el cine-foro del CEF organizado por Víctor Krebs, en el Auditorio de Humanidades de la PUCP-. Estas dos obras son realmente excepcionales. Nos invitan a replantearnos esa necia idea de que el placer entra solo por los ojos y los oídos. Tenemos cinco sentidos -algunos seis, y los caballeros del zodiaco siete-, y todos sirven para deleitarnos, porque el arte también es fragancia, tacto y sabor, señores.
Celebren, y por supuesto, recuerden que cuentan con los cinco sentidos para ello. Hasta pronto.