viernes, agosto 08, 2008

Una extraña ciencia

Me encontraba solo. Habia cruzado la entrada y miraba sigiloso y titubeante. Solo era un movimiento, que tantas veces había visto antes, pero aún así algo dentro me hacía dudar, como si una parte dentro de mí no creyese lo que estaba sucediendo. Como si una parte de mí todavía no entendiese aquella extraña ciencia. Como si una parte de mí se acordara de mi endeble sociabilidad y conspicua extrañeza. Como si una parte de mí se siguiera rehusando a hacer las cosas que cualquier hijo de vecino hace en nuestros tiempos. Después de todo se trataba de una experiencia vicaria, extraña, ajena. Crucé el verdadero umbral de la adultez, o de la burguesía, o quizá ingresé al por fin al insufrible y vergonzoso escalafón de la mal llamada normalidad. Ya no hay marcha atrás, o al menos así lo sentí. Es como si todo hubiera cambiado para siempre. Como si se resquebrajara uno de los misterios de ellos, los humanos. Aunque también es como si se abrieran posibilidades nuevas para mí, aunque la mayoría de ellas con pedantes trajes, portafolios e insoportables yuppies. Había enfrentado a un cajero automático por primera vez en mi vida, y sobreviví para contarlo.