Para mí la felicidad no se explica, se vive, no tiene razón de ser, simplemente viene y la coges, el momento que te dure, y eso no significa que el resto del tiempo vives triste, pues no hay contraparte, no hay antagonismo, no hay dualidad. Para mí, la felicidad no es un estado, está en el aire, hay que saber respirarla. Está ahí, en un día soleado, en el arcoiris, en el canturrear de unas palomas, en la añoranza que producen las notas de una guitarra, los versos de un poema. Cuando menos te lo esperas, aparece espontáneamente, sin aviso, sin razón. Y es que en su transitoriedad, en su inaprensibilidad, en eso consiste su misticismo.
Yo creo que las creencias, en líneas generales, lejos de procurarte felicidad, lo que hacen es satisfacer la necesidad de control percibido -tan inherente al ser humano- producto del miedo al vacío, a la incertidumbre, o a la muerte, concretamente. Las creencias, como tales, son simples asociaciones de ideas que no tienen por qué mantenerse en el tiempo, pues nada sino ellas mismas lo justifican. La transitoriedad, por otro lado ineludible, el inconstratable paso del tiempo, finalmente vencen a estas ataduras mentales. Entonces, o bien estas burbujas de mundos fatuos revientan y uno se enfrenta de lleno con el vacío, o bien uno cree que es capaz de alcanzar la felicidad en tanto un estado, como si fuera posible asirla, lo cual le restaría intensidad a la naturaleza de la misma, a todas luces efímera, impredecible, inaprehensible. Entonces, lejos de procurarte una verdadera felicidad, las creencias te proporcionan un manojo de escudos y burbujas, mundos de supuesta pero finalmente fatua felicidad, en los cuales refugiarte, volviendo muy difícil, sino imposible, estar alerta de estos espacios, de estos momentos, instantes de verdadera felicidad que aparecen de repente y sin razón. El truco es, a mi modesto parecer, tratar de procurársela -la felicidad- en los detalles, en procurar que la vida misma sea un concierto de buenas vibraciones, y eso, considero, solo es posible a través de la apertura como un estilo de vida. Se trata de una buena praxis, que seguramente será más manejablemente emulada en la constancia, pero que nunca se va a alcanzar porque sí, pues no es algo gratuito, sino un ejercicio permanente.
Y sin embargo respeto las creencias. Y sin embargo me aproximo hacia a ellas, o a los grupos que las comparten, o concretamente a los individuos que las incorporan, defienden o legitiman, con una actitud abierta, cálida, sincera, tolerante. Pues mucho he de aprender de ellos.
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