Oso. Los animales, al ver reducido su hábitat natural, empiezan a adaptarse a vivir en las urbes, como lo demuestra este pícaro oso paseándose en una residencia privada en Canadá.
En la era de las macro ciudades, varios cientos de privilegiadas especies animales han desarrollado nuevas técnicas de adaptación para sacar así el mejor provecho de nosotros, a tal punto, que no podrían vivir sin los seres humanos. Y no me estoy refiriendo a los animales domésticos tan fácilmente identificables como las mascotas -perros y gatos en su mayoría- o los urgadores de comida como las ratas y los insectos. No. Me refiero a los animales salvajes, muchos de los cuales han alterado sus conductas de supervivencia de modo que en los últimos 100 años han podido irse adaptando a la vida en la ciudad. Urgando en la basura, cazando nuestras mascotas, de alguna u otra manera -unas mucho más originales que otras-, los animales están recordándonos que ellos también habitan nuestro mundo, y que, sencillamente, tenemos que convivir.
Urbanos. En la India, los monos beduinos andan libremente por las calles. Se dan incluso el lujo de robar granos, carnes y legumbres y no son reprendidos, dado que son considerados, como la gran mayoría de animales, sagrados.
¿Algunos ejemplos? Tenemos el caso de los monos beduinos en la India, que organizan hasta pandillas, y se dedican al hurto de vegetales y frutas. Tenemos el particular caso de los cuervos japoneses, que muy inteligentemente, utilizan las reglas de tránsito para poder alimentarse de bellotas y almendras -usan los carros para abrirlas, y los semáforos para cruzar y alimentarse tranquilamente-. Los tan popularmente conocidos mapaches son los ladrones más efectivos y reincidentes de EEUU. En Australia, ante el desarrollo de las ciudades hacia el centro de la gigante isla, los casuarios han tenido que verse obligados a buscar su alimento en los jardines de las casas.
Casuario. Australia tampoco se salva de estos nuevos inmigrantes salvajes. En ella, los casuarios, sobre todo en las zonas interurbanas, proliferan y deambulan a placer, como este par de despreocupados pasantes.
Algo más extremo se vive en Alaska, particularmente en Anchorage, ciudad que recibe constantemente visitas indeseadas, entre las que contamos zorros, mapaches, alces -que llegan hasta los 2 metros de altura- y osos. Sin embargo, allá la gente está ya acostumbrada a interactuar con los animales. Los respetan, los entienden y los cuidan, hay leyes que avalan su protección, hay una cultura que salvaguarda sus intereses.
Eso nos falta, y mucho. Estamos en un tiempo en que las ciudades crecen a una velocidad alarmante. Cada año se extinguen cientos y cientos de especies animales y vegetales. Sin embargo, pese a esa vorágine antinaturalista expansiva de la sociedad de consumo, profundamente egoísta, no nos damos cuenta que estamos creando otros ambientes que los animales están sabiendo aprovechar, cada vez más. Las estadísticas indican que cada vez más, distintas especies y el número de las especies-ya-urbanizadas, están creciendo. Estas visitas indeseadas están aumentando. Los animales salvajes ya se adaptan a nosotros, demostremos, pues, nuestra evolución, nuestra madurez evolutiva -que ostentamos con una ciega necedad- y adaptémonos a ellos. Convivamos, respetemos y toleremos a los animales, nuestros hermanos menores, que tienen tantos derechos como nosotros.
Transeuntes. En Canadá no son extraños los signos de tránsito con alusiones salvajes. Los alces son de los más frecuentes en estas señales.
Eso nos falta, y mucho. Estamos en un tiempo en que las ciudades crecen a una velocidad alarmante. Cada año se extinguen cientos y cientos de especies animales y vegetales. Sin embargo, pese a esa vorágine antinaturalista expansiva de la sociedad de consumo, profundamente egoísta, no nos damos cuenta que estamos creando otros ambientes que los animales están sabiendo aprovechar, cada vez más. Las estadísticas indican que cada vez más, distintas especies y el número de las especies-ya-urbanizadas, están creciendo. Estas visitas indeseadas están aumentando. Los animales salvajes ya se adaptan a nosotros, demostremos, pues, nuestra evolución, nuestra madurez evolutiva -que ostentamos con una ciega necedad- y adaptémonos a ellos. Convivamos, respetemos y toleremos a los animales, nuestros hermanos menores, que tienen tantos derechos como nosotros.
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