El concierto del día de ayer fue magnífico. No fue para menos que el cabalístico 09.09.09 nos deparara el gran espectáculo que fue escuchar en vivo a Plácido Domingo. Las dos veces anteriores que vino me lo perdí, era bastante joven y mi madre no me solía llevar a los conciertos, pero ahora fue diferente, ahora la acompañé a mis flamantes 24 años, y con mi hermano menor, también ya bastante crecido.
La última vez que lo pudimos ver fue en la Plaza de la Familia Real, en Madrid, el 2007, cuando a la salida del Teatro Municipal en su celebración por los 10 años de dicho establecimiento, se asomara al balcón y le dedicara al público asistente varios de sus mejores temas, totalmente gratis y con fuegos artificiales y millones de papelitos. Para nosotros aquélla fue una grata sorpresa, puesto que era nuestra última noche en la capital española, y yo particularmente por aquel capricho de mi madre tuve que sacrificar días en Barcelona.
En esa ocasión, empero, no nos homenajeó con las soberbias interpretaciones de La Flor de la Canela y El Cóndor Pasa, porque eso lo tenía reservado para su última visita al Perú, en la que un timidón canciller José García Belaúnde le honrara con El Sol del Perú en el grado de Gran Cruz a mitad de la ceremonia. Luego de su más clásica interpretación, El Granado cerró con tres temas mexicanos, llevándose al bolsillo al público y al corazón al Perú. Antes de despedirse, confesó que le encantaría regresar y cantar al lado de Juan Diego Flórez, nuestra gran figura. Esperemos que regrese pronto, porque es un grande de esos que quedan pocos.
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