Leyendo a Hemingway recogí aquella máxima que es tan verdadera, y tan humana a la vez, aquella de que es necesario atravesar una situación complicada, difícil, sentimental y psicológicamente hablando, para poder escribir con naturalidad, con destreza, con prolijidad. Por el contrario, cuando uno se encuentra inmerso en una tranquilidad absoluta, sin preocupaciones, con las cosas resueltas, cuando uno se encuentra "feliz"... pues entonces cae en una irremediable sequía literaria, en un abandono de inspiración que se siente pesado, hasta que de nuevo aparece el sufrimiento, y por consiguiente, el caos, la paradoja creadora, y es ahí, y solo ahí cuando desempolva otra vez la pluma. Es en ese estado de infelicidad completa, caótica, desordenada, desenfrenada, llena de pasión, de hiel, de intranquilidad, de sinsabor, de desesperanza, de temor, es en ese estado de las pelotas en el que la pluma se dispara sola, el cerebro no da tantas vueltas y las palabras se dejan escribir con gran facilidad. Me ha pasado a mí, una persona absolutamente normal y ordinaria, que dejara de escribir casi compulsiva y rutinariamente cuando tuve una pareja estable, a pesar de las continuas peleas y enfrentamientos, que son tema de otro post; y también le ha pasado a Hemingway, un genio. Creo, es más, que les pasa a todos.
Recordemos a la Beatriz del Dante. Imagínense que una obra tan impresionante y maravillosa como La Divina Comedia fuera escrita hacia una mujer que despreció al genio de Allighieri, que jamás siquiera le miró, que rechazó siquiera darle una sonrisa. Comentaristas y seguidores del gran genio italiano agradecen el rechazo casi mítico de Beatriz para con Dante, pues seguramente si ella no lo hubiese rechazado, nos hubiéramos quedado todos sin esta magna obra que es uno de los pilares de la esencia artística humana. Yo les aseguro que si Beatriz hubiera aceptado ser cortejada por Dante, éste nunca hubiese podido tener la vena genial para escribir jamás su gran coloso literario. En el rechazo más primario y absoluto, nuestro Dante sintió el amor más platónico, la más grande añoranza del qué pudo ser, y lo llevó a recrear un mundo sin igual.
Quizás esa hubiera sido la mejor respuesta que hubiera podido jamás darle a mi ex cuando se quejaba de que nunca le escribiera, y con ella a todas las chicas que alguna vez se quejaron de no haber merecido algunas páginas o versos. No se trata de ustedes, se trata del estado cuasi hipnótico, cuasidepresivo, cuasihipoactivo que produce la espera del amor, la ansiedad inquietante del no saber, del no tener nada serio, nada seguro, nada comprado, o de la amargura del desamor, de la pesadumbre de la desolación, la desconfianza, la tristeza escéptica, el rechazo hepático al "Vivieron felices para siempre" tan hollywoodense y falso. Solo así se puede escribir con toda la vena del alma, con toda la sangre del cuerpo, con toda la pasión del corazón.
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