Mi sombra sí fuma.
Se escabulle en las terrazas, los balcones y los cafés mirando la luna.
Pasea por los jardines del Malecón de la Reserva,
se avienta por el acantilado, de cabeza, zambulléndose entre los aires grises;
camina sobre las aguas negras de Makaha y se sube a la Rosa Náutica.
Mira la cruz de luces, con nostalgia, mientras huele las maderas salinas.
Mi alma no lee.
Se transporta a la China, la Tierra Media y el medioevo.
Fue un cimarrón rebelde, un elfo noble y un samurai temible.
Anduvo en las calles de París, Chicago y Buenos Aires,
y entre los padros mujiks y los verdes sajones, escribía versos al andar.
Sosegada y calma, aunque melancólica, me comparte sus memorias al anochecer.
Ambas parten y regresan.
Envidio sus aventuras, sus escapadas; el tiempo parece no ser hostil con ellas.
Les invito un café cada noche, y comparten sonriendo,
se cocinan silencios comunicativos, instantes significativos,
en cálidos espacios sin tiempo, eternidades fugaces a luz de vela.
Y ahí van de nuevo, mis amigas, cada una a lo suyo, y yo, a esperarlas me quedo.
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