¿Y qué me dirían si les digo que no les llegué a decir que extravié mi webada esa que llevan casi vacía los misios y pierden los piñas que nunca tienen viernes comunes por la noche? Imagínense que estaba sobrio cuando me sucedieron toda esa bola de eventos infortunados ya mencionados, y que olvidé mencionar algo que en suma es tanto o más importante que el librito de Fromm que no llegué a perder, y que sí perdí ahora, o mejor dicho ese día, pero ahora me vengo a dar con la sorpresa. Sí, qué webón. Imagínense que estaba sobrio. Hablando de eso, a mí nunca me pasan esas estupideces que les pasa a los borrachos, eso de que me pongo necio, que tú eres mi pata del alma y yo te quiero mi yunta mi hermano mi brother. Hablando de eso, a mí nunca me hacen el recuento de lo que pasó el fin de semana que no te acuerdas, webón, te agarraste a tal webona, y luego estuviste witreando en el jardín. Ni siquiera se me pierden webadas como el celular, las llaves o la propia billetera. No, a mí nunca me pasa nada de eso borracho, es más, a mí me pasan estupideces, exclusivamente, de puro sobrio, como si el cuerpo me pidiera que me emborrache un poco, siquiera, qué te cuesta, vao al frente, vao al hueco verde, al elos, al chelín.
Y de puro piña, es verdad. Perder una billetera, y con ello perder tus documentos, y con ello la flojera y la necesidad forzada de ir a sacarlos, maldita sea, que implica tomarte más combis o micros o carros chistosos y a la vez terrórificos de chóferes transgresores y cobradores violentófilos y ambientes recargados de odores repulsivos y lunas abigarradas de colorinches huachafos y paredes de metal y plástico con stickers de condorito, pirañitas sacando el dedo y orinando, y el demonio de tazmania carajeando a esos pasajeros webones que no me peguen chicles ni me escriban en el asiento, carajo, que no me ensucien el carro puta madre, o que usen el cinturón de siguridá, pe, cuide su vida, míster. Y escuchar el asesinato del castellano o el inkarrí mítico del quechua no superado con frases como esquina bajan, cuando solo baja uno, o de cercenaciones y/o alienaciones sociolécticas como sssajes o asencíllame, varón, respectivamente; o bien las defunciones del lenguaje y la humanización con el sonar de las monedas, de las puertas y los cláxones, y de los gritos repetitivos, compulsivos y viscerales que además son expansivos y auralmente contaminantes.
Ahora tengo que sacar mis duplicados de los carnets de biblioteca, del de 1/5 menos de pasaje -porque medio no es eso ni cagando, no me vengan- y del de mi DNI o documento de identidad lorcho. Tengo que ir después de mi liiiiiiindaaa clase de las 8am con este frío samputezco, llevando no sé qué tanta vaina que por ahí tengo apuntada en una hoja suelta de esas mini agendas que regalan en las clínicas y que siempre están en las mesitas de teléfono de las casas de niños bien que mañana más tarde estudian carreras que la mayoría desconoce o preconcibe como improductivas en términos de yuppismo de pequeño burgués o de montañistas de escalas sociales. Tendré que soplarme primero el burocratismo del caviarismo usurero y pucpiano de pagar un huevo por los duplicados de los carnets universitarios. Y después, por si fuera poco, la hazaña de viajar al ultramar de la Bolívar y la Brasil a tiempo y sin perderme para lo del DNI. Por suerte voy a cambiar la foto del mismo, que es la peor foto carnet que me han sacado alguna vez en mi vida, en la que aparezco con pinta de panadero vespertino y que por suerte nadie verá más, ya que aprovecharé para cambiarla por otra nueva; eso sí, sin ir a esos centros de fotografía misteriosa y sospechosamente ubicados al costado de Registros Públicos que te sacan fotos sin avisar y hasta las patasmente. Aprovecharé también de reducir el tamaño del DNI, para que cuando me vuelva a comprar una billetera no tenga dificultades en caletear la vista de una foto carnet mal tomada que sale peor que yo en mis sobriedades de etílica estupidez.
Ahora, debo reconocerlo, ya no me da tanta risa lo que me pasó.
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