Quién lo diría, después de un prolongado receso vengo a manifestarme en la madrugada previa a mi primer examen parcial de segundo ciclo. No se alarmen, todo bajo control, el balotario ya fue resuelto, aunque he tenido ciertas dificultades para mantener la concentración. Es interesante como el estado de ánimo incurre y condiciona predisposiciones, pensamientos y acciones. Y sí, no faltaron los amigos que me estrellaron la sartén en la cara y dijeron "¡Despierta, el examen es el lunes... faltan dos días... es mañana...", o aquellos otros, más críticos y directos, que no mezcle los ámbitos privado y académico. En parte tienen razón, y en parte están equivocados, éstos están también entrelazados, por diversos factores.
Abatido, psicoseado y abrumado por estos conflictos internos, es cierto, una vez más dejé para el final todos los pendientes. Pero traigo por fin novedades, aleluya, hosana, por fin. Reorganicé mi dormitorio, todos los documentos de todos los ciclos están correctamente colocados en files, uno para cada semestre en la universidad. Oh sí, cuando uno tiene sobrecargada la mente por problemas emocionales, personales, le es más fácil dedicarse a algo mecánico, manual, como ordenar documentos que a ponerse a definir, conjeturar, idealizar e hipotetizar (podría decir estudiar, claro, pero no, eso suena a paporreteo escolar anacrónico, desfasado), aunque el sólo hecho de hacer esto ya es algo significativo. Bueno, al menos para mí.
En la mañana del domingo; y dicho sea de paso, hoy lunes a las 4pm es el primer examen parcial de la facultad; había ya terminado de ordenar completamente todo el dormitorio, incluyendo la pequeñísima biblioteca de consulta, el escritorio, las vetustas y empolvadas repisas de libros y cuadernos varios, en fin. Tuve que esperar, como quién dice, el golpe del destino, anímico, motivador, el móvil que me llamaría a empezar a leer, señalar un poco el tao y apartarme, aunque sea por un instante del ambiente privado y centrarme en el académico. Y este golpe vino subliminal, mientras bajaba las diapositivas de clase y las imprimía, del televisor de mi madre... Pérez Albela en su programa Bien de Salud, pasando un vídeo de un guitarrista manco, que tocaba con los pies, y que fue condecorado por el mismísimo Juan Pablo II. En otros momentos, tranquilamente, me hubiera puesto a cuestionar al mismísimo representante de Pedro en la tierra, o bien centrarme en la falta de resolución del vídeo mismo, que de lejos era del año de la pera, o en la traducción (el cantante era brasileño, y aquí pude haber recordado los comerciales de madrugada de Pare de Sufrir y esas pelotudeces). Pero no, esta vez recibí una cachetada, una amonestación de mí mismo. Agaché la cabeza y mis mejillas se ruborizaron, confesé mi debilidad y traté de reponerme. Albela mencionó a la música, particularmente a la canción Ave Maria, una ópera muy difundida por este y otros lares. Lejos de extrañarme y criticar lo que este gurú de la medicina naturista dijo de la misma, al tildarla de una canción celestial, que hubiera sido lo usual en mí, la recordé en la época en que solía cantarla en el coro de mi colegio. Súbitamente, sentí una pequeña ráfaga de energía y casi sin esperar a la pobre impresora que finalice los documentos pendientes, me encerré en mi cuarto y empecé a leer. Debo reconocer que todo no fue color de rosa, de hecho, fue recién a las 8pm que el recuerdo hizo efecto y empecé a resolver tibia pero progresivamente el balotario de 38 preguntas. Sin embargo, y como siempre, agradezco a esas pequeñas casualidades que impulsan a uno a hacer, rehacer y deshacer.
Abatido, psicoseado y abrumado por estos conflictos internos, es cierto, una vez más dejé para el final todos los pendientes. Pero traigo por fin novedades, aleluya, hosana, por fin. Reorganicé mi dormitorio, todos los documentos de todos los ciclos están correctamente colocados en files, uno para cada semestre en la universidad. Oh sí, cuando uno tiene sobrecargada la mente por problemas emocionales, personales, le es más fácil dedicarse a algo mecánico, manual, como ordenar documentos que a ponerse a definir, conjeturar, idealizar e hipotetizar (podría decir estudiar, claro, pero no, eso suena a paporreteo escolar anacrónico, desfasado), aunque el sólo hecho de hacer esto ya es algo significativo. Bueno, al menos para mí.
En la mañana del domingo; y dicho sea de paso, hoy lunes a las 4pm es el primer examen parcial de la facultad; había ya terminado de ordenar completamente todo el dormitorio, incluyendo la pequeñísima biblioteca de consulta, el escritorio, las vetustas y empolvadas repisas de libros y cuadernos varios, en fin. Tuve que esperar, como quién dice, el golpe del destino, anímico, motivador, el móvil que me llamaría a empezar a leer, señalar un poco el tao y apartarme, aunque sea por un instante del ambiente privado y centrarme en el académico. Y este golpe vino subliminal, mientras bajaba las diapositivas de clase y las imprimía, del televisor de mi madre... Pérez Albela en su programa Bien de Salud, pasando un vídeo de un guitarrista manco, que tocaba con los pies, y que fue condecorado por el mismísimo Juan Pablo II. En otros momentos, tranquilamente, me hubiera puesto a cuestionar al mismísimo representante de Pedro en la tierra, o bien centrarme en la falta de resolución del vídeo mismo, que de lejos era del año de la pera, o en la traducción (el cantante era brasileño, y aquí pude haber recordado los comerciales de madrugada de Pare de Sufrir y esas pelotudeces). Pero no, esta vez recibí una cachetada, una amonestación de mí mismo. Agaché la cabeza y mis mejillas se ruborizaron, confesé mi debilidad y traté de reponerme. Albela mencionó a la música, particularmente a la canción Ave Maria, una ópera muy difundida por este y otros lares. Lejos de extrañarme y criticar lo que este gurú de la medicina naturista dijo de la misma, al tildarla de una canción celestial, que hubiera sido lo usual en mí, la recordé en la época en que solía cantarla en el coro de mi colegio. Súbitamente, sentí una pequeña ráfaga de energía y casi sin esperar a la pobre impresora que finalice los documentos pendientes, me encerré en mi cuarto y empecé a leer. Debo reconocer que todo no fue color de rosa, de hecho, fue recién a las 8pm que el recuerdo hizo efecto y empecé a resolver tibia pero progresivamente el balotario de 38 preguntas. Sin embargo, y como siempre, agradezco a esas pequeñas casualidades que impulsan a uno a hacer, rehacer y deshacer.
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