sábado, septiembre 30, 2006

Revolución

Las agujas del reloj pasan como hormigas. Y yo, como si fuera el gran insecto muerto que devoran, impávido, veo que el tiempo se apresta sobre mi carne lentamente, y no hago nada por defenderme, pese a estar vivo, pese a poder evitarlo.
El tiempo es arena en mis manos. Los años se me escapan, se me escurren, se me caen. ¿Qué he hecho, aparte de darme cuenta dello cientos de veces, y luego olvidarme para volver a advertirlo como si fuera la primera vez -con la fuerza que implica el advertirlo por primera vez-? ¿Qué he hecho, pues, además de remitir mis continuas revoluciones?
El camino se me nubla, mi cuerpo se resquebraja, los vacíos empiezan a ceder. Descubro nuevas grietas en mi despreocupado corazón. Advierto múltiples forados en mi desarticulada mente. Encuentro que necesito tiempo para construir el primer piso de mi alma, que hace mucho está en ruinas.
Empiezo a despertar del letargo que significó tantas horas perdidas, tantos días en el que el ocio limpió el piso de mi desempeñó con mi pobre compromiso, tantos años desperdiciados por la inoperante y culposa ignorancia del nintendo y la televisión, tantas etapas que se quemaron por mi desidia: colegio, academia, pregrado y presente... tanta vida que se me fue de las manos.
Capitulé siempre ante mis revoluciones intelectuales. Me faltaron huevos. Me faltó coraje. Me faltó fuerza. Necesito deconstruir mi persona y reedificarme. No más sueños sin atender, no más hacer de la vista gorda mis inquietudes, no más capitulaciones a mis deseos. Será lo que será. La revolución comienza hoy.

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