martes, septiembre 12, 2006

¡De la que me salvé!


Mi conmemoración del 11 de setiembre no pudo ser menos sentida...


Enrumbé a la universidad apenas y despierto -sí, me levanté lo suficientemente tarde como para no poder bañarme si quería llegar a tiempo- y me subí al Chama -prefiero llamarlo el micro de colores rojo, verde y negro, ya que por colores es que los identifico, a estos y a todos los micros-. Todo iba normal, incluso algo mejor que de costumbre: normalmente, a las siete y media de la mañana el transporte público es un caos total, los micros están totalmente llenos y la gente se apretuja cual gallina en jaula rumbo al mercado, pero en esta ocasión me subí al segundo Chama que pasaba acontinuación de otro, por lo que fue el primero el que estaba lleno, y yo pude sentarme tranquilo. Sin embargo, mi apacibilidad se truncó en breve.
Cuando llegamos a las primeras cuadras de la Avenida Arequipa, subieron cinco sujetos cuyas voces y apariencia hablaban por sí solas. El vozarrón del jefe era seco y algo ido, parecía de drogadicto. Insinuó la posibilidad de que atracaran a la gente del micro, mas por alguna razón desistió. En efecto, eran asaltantes, malhechores. Acababan de hacer su jugada, y no tenían reparo en hablar de la misma luego de sentarse a lo largo y ancho de los asientos del micro, de manera que pasaran caleta. Ni la gente del bus decía nada ni el cobrador; el chofer, ni muy joven ni muy viejo, mostrábase turbado. Estupefacto y algo contrariado, guardé mi billetera en mis calzoncillos. Habían policías alrededor, mas no hubo forma de que advirtieran a los fascinerosos.
En la primera que pude, no lo dudé y salí del micro. Sin pensarlo dos veces, me subí a otro cualquiera y aparecí por Independencia. Una vez allí, cuando tomé un taxi hacia la universidad, mi respiración fue volviendo a la normalidad. Esta vez no me importó tanto el taxi tomado, ni tampoco el llegar con un retraso de casi una hora a la clase -media en llegar a la universidad, y media en calmarme con una manzanilla en la cafetería-. Y es que a veces es mejor llegar tarde que nunca.

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