viernes, octubre 28, 2005

Identidad Nacional, parte III. Fin

Por dios, qué mala suerte hemos tenido los asistentes al coloquio. Si ayer pensamos que los errores fueron producto del estrés del primer día, hoy corroboramos que fue más bien la desorganización. Asistí a la primera ponencia del día, a las 9:20am, por un retraso producto de la organización, sin embargo, la ponencia que se brindó fue la segunda. ¿Cambio de planes? Beto a saber. Por otro lado, en la mesa de debate faltó Margarita Suárez, y para colmo, los ponentes, por más que son personajes de renombre, valgan verdades, no estuvieron a la altura. Cada uno corrió por su lado, divagaron y se perdieron en otros temas, que poco o nada tenían que ver con el tema del debate, por increíble que parezca. Tanto Miguel Marticorena como José de la Puente Brunke son, evidentemente, profesionales a carta cabal, probos, distinguidos y reconocidos. No obstante, y lamentablemente, la ponencia no estuvo a la altura que sus afamados nombres profesan.


Elementos Virreinales de la construcción de la Identidad Nacional

Es evidente que el tema hacía referencia a la influencia de la cosmovisión, cultura y pensamiento peninsular en el desenvolvimiento de lo que a la larga se llamaría peruanidad. Oh! Sorpresa! Ninguno de los dos lo tocó seriamente. Ya hablaremos de los errores de enfoque de los dos ponentes.

Participación de Miguel Marticorena
Nadie pone en tela de juicio la producción y la obra de esta institución viviente, un verdadero inacabable profesional. Sin embargo, se remitió, someramente, a señalar los aspectos componenciales del estado, que son, claro está, la soberanía, el territorio, la población, la lengua, la economía, la religión, el pasado (la historia) y el futuro (proyecto nacional). Estos criterios son dominados por cualquier persona medianamente entendida en el tema, de sobra carecen de profundidad temática.
Si bien es cierto Marticorena hizo una interesante diferenciación entre nación y nacionalidad, por ejemplo, desperdició tiempo valioso de la ponencia en análisis políticos aislados, que ni siquiera se molestó en entrelazar, para por lo menos dar una referencia de contigüidad que nos lleve a asociarlos con criterios afines al tema en cuestión.
Indicó que hay una relación muy directa entre la lengua y la nacionalidad. Con respecto a la nación, la definió como la suma de distintas nacionalidades presentes en un país.
Someramente, planteó la idea de la política del buen ejemplo, sistema social embrionario de la colonia, que en un principio incluyó a españoles e indios en los mismos corregimientos, poblados y casas. Luego de detectarse el abuso de los primeros para con los segundos, Belisario de las Casas propulsó la división del estado en la república de indios y en la república de españoles. La división jerarquizó el sistema social, propició la separación, la separación la distancia, y esta el beligismo. Con la llegada de la independencia, supuestamente, estas repúblicas se condensaron.
Marticorena, en síntesis, acusó el peso de la edad, siendo extremadamente juicioso, quizás muy severo en la crítica. Su ponencia se vio matizada por pequeñas ocurrencias, como que al declamar llevaba el micrófono fuera del alcance de su voz y le tenían que hacer señas para que se diera cuenta de ello. Se perdió en vericuetos aislados de la política, opinó de Olivera, Toledo y Fujimori. Se le disculpa todo, empero, por su simpatía aprista hayadelatorreana.

Participación de José de la Puente Brunke
Los vastísimos años de distancia entre los ponentes nos permitieron augurar que el más joven de los dos tuviese la varita mágica de la lucidez para centrarse en el tema. Una jugarreta de la mala suerte: De la Puente Brunke se limitó a definir, analizar y comparar las tendencias historiográficas que intentan e intentaron definir el concepto de identidad nacional. Ojo: entiéndase que evadió el tema de fondo, se centró en la forma y no en el fondo. Señaló las diferencias incontrastables de los hispanistas o conservadores y los contestatarios (indigenistas). Al criticar la vaguedad con la que algunos historiadores, pero sobre todo el vulgo se limitaron a categorizar a los "buenos" y a los "malos" (indios y españoles, respectivamente, según la copiosa y ultrachauvinista posición etnohistórica-antropológica), no cayó en la cuenta de que su propia ponencia pecaba de vaga. Luego de finalizar su exposición, un joven, con todo derecho le preguntó: ¿cuáles, pues, serían esos elementos virreinales de la construcción de la identidad nacional? Aquí, se evidenció la falta de relación de los ponentes con el tema citado. Comentaba cada detalle de esto junto a una etnohistoriadora que se sentó a mi costado, y nos pareció sumamente risible todo, anecdótico, pintoresco.
Al final me le acerqué a De la Puente Brunke, y con todo respeto, le manifesté mi opinión. Se disculpó, diciendo que, en efecto, el tema se había descentrado. Me recomendó dos textos, a su juicio, fundamentales. El primero de un hispanista a capa y espada, como lo fue Carlos Pareja Paz Soldán, Obras Completas, Tomo I (y único porque murió joven); y el segundo del integracionista, postura bastante coherente dicho sea de paso -a buen entendedor pocas palabras-, Ventura García Calderón, en sus Páginas Escogidas.

Haré un esfuerzo por resumir, concretamente, la identidad nacional en base a las ponencias que se dieron en el "XV Coloquio Internacional de Estudiantes de Historia PUCP".

Para empezar, es en parte cierto y en parte falso la idea de las distintas identidades, como aglomeración de diversidades étnicas, antropológicas, etnohistóricas. Y es en parte cierto y en parte falso porque ése es un problema de forma y no de fondo. Es un problema de divergencia de términos, simple y llanamente.

Aquí, me remito a José de la Puente, pero no Brunke, sino Candamo, y su concepción de peruanidad como el mestizaje, la mixtura, a aculturación producto de la interacción de los pueblos, cosmovisiones y realidades andinas, peninsulares, africanas e incluso chinas, japonesas, italianas, francesas, inglesas y alemanas que, siglos más, siglos menos, han ido cocinando la idea de peruanidad. El Perú es rico por su diversidad, es cierto, es rico por las múltiples nacionalidades, como han dicho ya Marticorena y Curatola. Pero el Perú no podría llamarse Perú sin el aporte fundamental y compartido, simultáneo, de la influencia española y andina, básicamente, y negra y china en menor término, y japonesa, italiana, inglesa, francesa y alemana en una pequeña fracción. El mismísimo término 'Perú' es mestizo, puesto que nace de una confusión de los alófonos "Berú" y "Pirú", por parte de los españoles conquistadores y los indios de las costas norteñas de sudamérica.

Quitémonos, pues, de la cabeza que el Perú es indígena, o que es español. Es todo eso, pero ninguno por separado. No podría entenderse el Perú sin el aporte de lo español, que se traduce en 300 años de virreinato, sistemas políticos, culturales, sociales, etc. Ni mucho menos sin el aporte de lo andino, que supone más de 3000 años de tradición.

Es la suma de estas dos posturas, una postura integracionista -que lejos de prolongar indefinidamente el sesgo entre hispanistas e indigenistas busca limar sus asperezas-, la más acertada, la más coherente, la más exacta.

Sintámonos, pues, orgullosos de lo andino y de lo español, de lo español y de lo andino. Cotejamos de una vez por todas y para siempre que, para lograr una identidad nacional, la integración es lo que debe primar, por antonomasia, por definición. Nosotros no podemos ser nosotros, sin los otros. Tengamos eso presente, incluso dentro de nuestro país, y aquí retomamos la postura etnohistórica de las múltiples identidades y nacionalidades que conforman la gran nación peruana. No caigamos, pues, en problemas de forma. Revisemos la profundidad, el trasfondo, resaltemos la importancia de lo español y de lo andino, de lo andino y lo español.

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