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viernes, marzo 16, 2018

Viva el sereno



El serenazgo. Según Martha Hildebrandt, sereno en Perú y Bolivia es un "vigilante diurno o nocturno encargado de cooperar con los vecinos y ponerlos en relación con la policía en caso necesario"(1). Aquí una definición extensa según la Municipalidad de Lima (2).


Hoy regresaba a casa de una reunión de trabajo y me sorprendió ver una extraña comitiva de fiscalizadores de tránsito, serenos, policías y curiosos. Inmediatamente pensé en una fatalidad, así que me aproximé lo más rápido que pude. Cuando pude divisar más, me tranquilicé, puesto que vi que en realidad se trataba de una intervención de tránsito.


Me acerqué a preguntar a un grupo de uniformados de azul con chalecos amarillos: los serenos, y cuando me enteré de los hechos respaldé su trabajo. El objeto de la intervención: el auto del policía, Suboficial Poma Orita, sin placa delantera, había invadido parte de la vereda, estaba estacionado pésimo, con parte del bólido dando a la pista y en propiedad privada. Todo ello, por supuesto, vulnera diversos puntos del Reglamento Nacional de Tránsito(3). Como si no fuera suficiente, el mal efectivo se resistía al accionar de los serenos. Ya había llamado a dos compañeros gendarmes, que, lejos de hacer justicia, estaban tratando de retrasar la intervención para apoyar al compañero en percance.


El suboficial intentaba llamar por teléfono celular a otros efectivos, ¿acaso de mayor grado?, puesto que los dos que habían acudido en su rescate poco podían hacer frente a los argumentos de los fiscalizadores, y a mí, que estuve registrando en vídeo y en fotografías el incidente, por si acaso, para recolectar evidencia en favor de los mencionados serenos. El suboficial in fraganti intentaba conseguir ayuda para evitar el remolque de su vehículo.


Una vez cerrada la calle y con la grúa llevándose el vehículo, aplaudí en solitario a este pequeño grupo de gente que solo está motivada por hacer su trabajo, cumplir su función, por molesta que resulte. Pobres los serenos, su chamba es difícil. Tienen una responsabilidad, pero no la autoridad necesaria. Frecuentemente chocan con policías y civiles que, amparados en su poder o contactos, los ignoran, maltratan e inclusive los amenazan. Uno de los serenos me comentó que esto es moneda corriente en su diario accionar como serenazgo en San Isidro. Policías que creen que porque tienen uniforme están por encima de la ley que ellos mismos juraron proteger.


Después nos preguntamos: ¿Por qué nadie respeta las normas de tránsito? Policías como éste tienen parte de la culpa. La sensación de anomia social y colectiva encuentra justificación y raíz en la imagen negativa de la autoridad que, pese a tener el encargo de salvaguardar el orden, en la práctica se comporta con el peor de los ejemplos, y por tanto, es percibida como corrupta, impune y abusiva. Tal es uno de los razonamientos para lo que Fernández-Dols llama la "norma perversa" (1992)(4).


Para graduarme en Psicología Social, hace varios años, sustenté una tesis acerca de la transgresión de las normas de tránsito, uno de los autores en que basé mi marco teórico de referencia fue justamente Fernández Dols y su norma perversa. Una norma perversa es una norma social explícita, y sujeta a sanciones, que no es respetada. Como lo que ocurre con el RNT y el comportamiento de los conductores. Fernández-Dols, además, hacía referencia a que cuando el fiscalizador es percibido como infractor, abusivo o corrupto, refuerza el comportamiento transgresor de los subordinados, e incluso un comportamiento cínico de revanchismo. Un ejemplo de este revanchismo cínico puede verse en Rostros Criollos del Mal (Portocarrero, 2004) (aquí una breve reseña del libro completo)(5).

Mientras tomaba fotos y daba mensajes de aliento a los serenos, que parecía que se daban ánimos a sí mismos mientras se quejaban conmigo de la impunidad de los policías, les mencioné uno de los datos interesantes de mi tesis de licenciatura (6): El 25% de mis entrevistados señalaba a los policías como uno de los principales responsables en el problema del tránsito en Lima Metropolitana.


Quizás las palmas no sean la mejor recompensa, pero al menos les causó alegría en medio del disgusto. También aproveché para recomendarles la película "3 anuncios por un crimen", en el que la protagonista tiene una tirante relación con los policías de su pueblo en Ebbing, Missouri. La actuación de estos serenos me hizo acordar al comisario de recambio, que le dijo a la protagonista: "No todos somos el enemigo". Y claro está, cuando las autoridades hacen bien su trabajo no son el enemigo.


Yo pasaba por ahí, tenía hambre y deseos de ir al baño. Bien pude pasarme de frente. Sin embargo, me tomé el tiempo de indagar y de tomar una decisión: apoyar una causa justa. Sancionar aquello que debe ser sancionado. Recuperemos nuestra capacidad de indignación. Denunciemos lo denunciable, y actuemos cuando podamos hacerlo, y sobre todo cuando debamos hacerlo. Dice Alicia Maguiña en su clásico vals: Viva el Perú, y sereno. De vez en cuando, pensemos también en estos buenos serenos, y démosle vivas.

Notas:
1. Hildebrandt, M. El Comercio, Versión en línea del 15 de febrero de 2011. Tomado el 16.03.18 desde: http://archivo.elcomercio.pe/sociedad/lima/significado-palabraserenazgo-martha-hildebrandt-noticia-713987
2. Municipalidad de Lima. Qué es el Serenazgo. Tomado el 16.03.18 desde: http://www.munlima.gob.pe/programas/seguridad/serenazgo-de-lima
3. Reglamento Nacional de Tránsito. Descargar desde: http://transparencia.mtc.gob.pe/idm_docs/normas_legales/1_1_56.pdf.
4. Fernández-Dols, JM. (1992). Norma perversa. Descargar desde: https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/111773.pdf
5. Portocarrero, G. (2004). Rostros Criollos del Mal. Una breve reseña del libro en: http://revistas.pucp.edu.pe/index.php/anthropologica/article/download/1040/1003.
6. Delgado, J. (2013). Mecanismos Atribucionales de Transgresión de las Normas de Tránsito en taxistas limeños. Tesis para optar por el título de licenciado en Psicología Social. Lima, PUCP. Puede ser descargada de: http://tesis.pucp.edu.pe/repositorio/handle/123456789/5101

lunes, diciembre 10, 2012

Nuevo depa, nuevos problemas


Mi pareja y yo adquirimos un departamento hace casi un mes. El amor y el compromiso nos hizo emprender la aventura de la primera propiedad en Barranco, llenos de ilusión… Son más de las 3 de la mañana y la bulla no nos deja dormir. Un retumbar frenético sin ton ni son, desacompasado, una borrachera terrible de sonidos que algunos entendidos llamarían salsa dura. Porque ambos trabajamos mañana lunes temprano, llamamos varias veces al Serenazgo[1] y ninguna unidad va ni viene, ni da razón.  A lo mejor se han sumado al jolgorio en lo que es el Embarcadero 41, la Peña del Carajo, Mr. Fish y otros tantos nombres que tiene un mismo puñetero local en la calle Catalino Miranda, aquisito nomás, a dos cuadras. 

¿Quién en su sano juicio puede asistir a un concierto un domingo hacia el lunes pasadas las 3 de la madrugada? ¿Qué acaso no tienen que trabajar un lunes?  Este es otro ejemplo de por qué la propiedad privada debería tener sus límites. No puede ser que por el derecho legítimo que puedan tener unos pocos cientos de jaranearse le estropeen la noche a miles de vecinos que tienen que levantarse temprano al día siguiente a trabajar. No puede ser que un serenazgo que se preste de ser servicial pasee de esta manera a quienes, con sus tributos, les dan un sueldo. No puede ser que un mismo local de diversión sea, a su vez, varias empresas que operan indistintamente, con un nombre por cada día o momento del día. Eso suena mal, y seguramente les evita varios problemas legales. No puede ser que una alcaldesa participe en una ceremonia de inauguración de un edificio de departamentos y se comprometa a solucionar el problema de los ruidos molestos de estos establecimientos y pasado un mes no haga nada al respecto. 

Nos pasean. Nos insultan. Nos quitan toda la ilusión. Y no hay derecho.  Me pongo a pensar que hay miles de vecinos que no se han sumado tan entusiastamente a vivir por aquí hace un mes como nosotros, sino que a lo mejor tienen varios años soportando estos atropellos. No sé si lo harán por puro y religioso estoicismo, o porque no saben cuáles son sus derechos. Me huele a lo segundo. No sé si a lo mejor también les quitaron la ilusión, a punta de patadas al amor propio y frenéticos ruidos en la madrugada, a los que, a lo peor, ya se acostumbraron a resistir.

Nuestros vecinos del departamento no se quedan atrás: pese a firmar todos ellos un contrato en el que estaba establecido que no iban a tener mascotas, muchos igual las trajeron, contraviniendo a la lógica y a las normas que ellos mismos se comprometieron a respetar. Inclusive tuvieron la frescura de negar que en el contrato que firmaron estaba la cláusula en la que se comprometían a no tener mascotas por tratarse de un departamento de alrededor de 70 metros cuadrados. Este tema estaba claro desde el documento de la separación del inmueble (antes del contrato, incluso). Qué puedo decir, se supone que la gente civilizada, cuando firma algo, cumple; el que firma afirma, dicen. ¿Los puedo culpar? A lo mejor es gente que está acostumbrada al sinsentido de vivir en una sociedad en la que la ley no vale nada y los contratos tampoco. Una raya más al tigre, qué va, como para no perder la costumbre.

Lo que me da más cólera es que encima niegan lo que firman. Se zurran limpiamente, como el ex Ministro de Trabajo que bien renunciado se fue a su casa luego de un lamentable pero seguramente muy espontáneo altercado con una trabajadora a la que insultó, presuntamente golpeó y amenazó con quitarle el puesto de trabajo porque él era el Ministro de Trabajo. Qué cosas, no, como diría El Quico. Yo no tengo ningún problema con las mascotas, el tema es que son 70 metros cuadrados, departamentos que no están diseñados para albergar a mascotas, las mismas que se van a estresar y van a estar ladrando y jodiendo a todos. Y la gente, ¿qué podemos esperar de ella?

Podemos armar el más bonito reglamento en el que establezcamos que los poseedores de mascotas deberán ponerle a sus bonitos animalitos distintivos, limpiarlos y vacunarlos, llevarlos a los pequeños en bolsas y a los grandes con bozales, acondicionar un solo ascensor para transportarlos, exigirles que lleven en todo momento sus implementos de limpieza y que limpien todo regalito que navideñamente puedan dejarnos so pena de fuerte multa. Podemos poner todo eso en el reglamento, pero hay un pequeño detalle: ¿Cómo nos aseguramos de que cumplan? Si ya tienen el antecedente del incumplimiento del contrato. Lo diré de otra forma: No estoy de acuerdo, no porque tenga nada en contra de los poseedores de mascotas o de las mascotas en sí. No estoy de acuerdo con la tenencia de mascotas en mi edificio, simplemente porque no confío en que cumplirán las normas, por más fáciles que sean. Porque están acostumbrados a no cumplirlas.

Todo esto tiene tan poca lógica como que en la avenida en que vivimos es la cuadra 3 de una avenida importante como República de Panamá, y que más allá, para ambos lados, la numeración es distinta. Y es que en Barranco, como en Lima y en todo el Perú, ya nada parece tener lógica: las empresas se cagan en los derechos de la gente, como el Ministro de Trabajo se caga en los trabajadores; la gente no reclama, y si lo hace, no es atendida; la alcaldesa, como el presidente, padecen de una inercia procaz; las entidades a las que uno debería acudir o acude, no responden o te pasean;  los propios vecinos de tu departamento, que firmaron un contrato en el que no se permitían mascotas, desconocen el contrato apenas se mudan, y tienen la frescura de negar la cláusula que han firmado.

Resulta que no me da la gana de aceptar estas condiciones. Resulta que quiero vivir en un edificio en el que uno pueda dormir de noche; en un distrito en el que la alcaldesa y el serenazgo no nos paseen; en el que los vecinos sepan sus derechos para protestar en conjunto cuando una empresa se sobrepase en los decibeles permitidos, pero a la vez sean conscientes de pagar impuestos y respetar los contratos que han firmado, así sea por las mascotas o por lo que fuere. Resulta que quiero vivir en un distrito en el que las avenidas tengan los números en el maldito orden en el que deben tenerlos, y que la gente sea proactiva y haga algo porque esto sea así. Resulta que quiero vivir en un país en donde el Ministro de Trabajo, el policía o el presidente no se caguen en el tránsito y espere su lugar para pasar, como el que menos, porque carajo son servidores públicos. Y resulta que no quiero tener que irme a Suecia para que todo esto sea realidad.



[1] Sistema de vigilancia privado asociado a la Municipalidad o Ayuntamiento local.