lunes, abril 13, 2020

"Su padre ha sido un santo": homenaje cuadragésimo al fallecimiento de mi abuelo Manuel E. Taboada Leyva


Mi madre tiene un seguro particular en el que recibe un seguimiento médico mensual que incluye visita médica a domicilio, prescripciones y asesoría en caso de necesitarlo. Luego de más de un año de visitas mensuales, la recurrente doctora una vez le preguntó a mi madre qué relación tenía con el señor Manuel Taboada Leyva. Al responderle mi mamá que don Manuel era su padre, la doctora replicó: "Su padre era un santo. Sin tener ninguna obligación, educó a mi padre desde el colegio hasta la universidad, solo por caridad. Mi padre siempre me dijo que tenga al Señor Manuel Taboada Leyva en mis oraciones, pues él ha sido mi protector y mi ángel guardián". 

Mi mamá se quedó en una sola pieza. No tenía idea de esa historia. No esperaba que su doctora, con su bata de médico, cambiara las agujas y las anotaciones por el pañuelo, sollozando entre lágrimas y contándole una historia de mi abuelo. Mi abuelo era de aquellas personas que hacía caridad discreta: como debe ser ésta. El hombre al que mi abuelo educó era el hermano pequeño de su novia de entonces, quien enfermó severamente y con quien mi abuelo se casó en artículo mortis, para hacerse cargo del hermano, pues vivían solos. Lo educó hasta terminar su carrera de contador. Este contador fue el padre de la doctora que atendió a mi mamá. 

Mi abuelo había quedado viudo aproximadamente en 1932. Trabajaba ya en la administración de la farmacia de la familia, bajo la supervisión del tío Teodoro Taboada, médico y empresario, su hermano mayor y patriarca de la familia, un conservador hasta la médula, que había incursionado en la importación de productos farmacológicos, ferreteros, licores y juguetes. La botica quedaba en el Jirón Pizarro, cuadra 6. El abuelo, viudo, y conforme a la costumbre de la época, llevaba un cintillo negro en el brazo, para indicar la viudez y el luto. En la tienda de al lado, denominada "Clark & Pera", trabajaba una agraciada vendedora, la bella señorita Esperanza Vives Alvarado, hija de un trotamundos catalán del que se hablará en otra ocasión. Esperanza y Manuel se cruzaron varias veces, pues la abuela le contó a mi madre que murmuró, cuando se dio cuenta de sus miradas: "Qué tanto me mira ese viudo cuatro ojos". 

El abuelo don Manuel y mi abuela Esperanza, a la moda de los intocables, en los años 50.

Se casaron en 1934. Tuvieron 7 hijos juntos: Manuel, Esperanza, Teodoro (Tito), Javier, Iván, María del Pilar (Marita) y Silvia Isabel, mi mamá. Pero el viejo sinvergüenza, "enamorado del amor", además, tuvo hasta donde se sabe, 3 hijos fuera del matrimonio: dos Manueles y una Cecilia, cada uno de madre diferente. “Ahí está con su carita de mosquita muerta”, le dijo alguna vez mi abuela a mi madre, con una queja pícara característica de los Alvarado, mientras miraba la foto con los primeros hijos chicos en la casa de Moche, expropiada por Velasco. En otra ocasión, exclamó, viéndolo caminar y conversar a la distancia con el Padre Van Riest: “Pobre el padrecito Van Riest, escuchando sabe Dios qué cosas”, en referencia a los pecados del abuelo. 

La famosa foto de la "Mosquita muerta", año 1940.

Pero no era tan malo, y con el padre lejos de hablar de sus pecados, prefería hablar de filosofía. Educó no solo a sus hijos, sino también a sus ahijados e incluso a huérfanos diversos, cuyos descendientes luego nos han contado de estas acciones. Conforme a sus principios morales y políticos, se adelantó y varios años a la Constitución de 1979, y a los prejuicios de la época y la propia ley, incluyendo a todos sus hijos, sin distinción, en su testamento, algo que solo fue obligatorio a partir de la carta magna liderada por Víctor Raúl Haya de la Torre. En esa época, legalmente, se hacían diferencias entre los hijos considerados “legítimos” e “ilegítimos”. 

Era muy culto y manejaba chino mandarín y japonés. Visitaba frecuentemente a sus clientes, y los saludaba en su propio idioma y se ponía a conversar alegremente con ellos. La gente lo respetaba y lo trataba como “Doctor”, “Manuelito”,“compañero” y "Lancha" o "Lanchagira" para los amigos de antaño. 

También fue un padre ejemplar. Según mi madre, siempre tenía en el bolsillo de la solapa caramelos y toffees, y en los bolsillos del saco chocolates y otros dulces. Le encantaban los helados, y siempre que caminaba con mi mamá por la calle Ayacucho con Junín compraba sus helados de cartucho. Como sabía que a mi madre le gustaba la música, le compraba el abono completo para el Festival de la Canción de Trujillo, año a año y sin que ella lo solicite, haciéndola saltar de alegría.

En 1975, en el Club Central, en una fiesta de año nuevo en que el orgulloso abuelo presentaba a mi mamá en sociedad.

Muerto el tío Teodoro en 1958, el abuelo asumió la conducción de los negocios de la familia como presidente del directorio y gerente. Sus ideas de justicia social, como aprista, las plasmó en el cumplimiento de los derechos laborales de sus empleados y obreros, los cuales le tenían mucho cariño y aprecio, al punto que lo homenajeaban y agasajaban por su onomástico cada año. Asumía un rol protector para con ellos, teniendo varios "ahijados" entre sus empleados, y fungiendo de tutor, consejero y asesor de los mismos.  

1970: El abuelo, a la cabecera, y a la izquierda, parecido a Enrique Cornejo, el tío Manuel, primogénito.

Nació con el siglo, como decía la canción de Piero, el 3 de marzo de 1900, aunque hacia el atardecer de sus días prefirió al entonces joven Julio Iglesias con su canción "La vida sigue igual" o el vals "Todos vuelven" de César Miró, popularizado por Los Morocuchos.
"Todos vuelven, a la tierra en nacieron" señalaba el popular vals antes mencionado, aunque al viejo no le gustaba salir de Trujillo, o mejor dicho, no le gustaba venir a Lima. Coincidía con Salazar-Bondy, y a Lima solo venía obligado por trabajo.  

El viejo don Manuel era muy cómodo pero a la vez intrépido, siendo uno de los primeros clientes de Faucett, la antigua aerolínea peruana, en su ruta Lima-Trujillo, mientras otros le tenían miedo a los aviones. Uno de sus amigos alguna vez le preguntó:
- “Manuelito, ¿tú no tienes miedo de viajar tanto en avión?” 
- “No. Tengo tranquila mi consciencia y no tengo nada de qué arrepentirme”, le respondió rotundamente. ¿Se habrá referido a sus hijos?
Tampoco, como yo, le tenía miedo a los temblores, y generalmente continuaba trabajando, leyendo o durmiendo según el momento en que lo sorprendía el evento, mientras el resto de la familia salía despavorido a la calle. El terremoto del 70’ ni siquiera lo inmutó a salir, a pesar de los ruegos de mi abuela Esperanza y mi tío Iván, y prefirió seguir durmiendo.

Mi abuelo pudo haber sido varias veces senador, a petición del propio Víctor Raúl Haya de la Torre, que estaba muy interesado en contar con él como representante de La Libertad del Partido Aprista, pues el abuelo tenía liderazgo, carisma, cultura y don de gente. Pero no era ambicioso, ni se imaginaba viviendo en Lima, quería demasiado a la ciudad de Trujillo. La quería tanto que perteneció al "Club de los adoradores de la puesta de sol", un grupo de bohemios señorones que se reunían por la tarde a contemplar el atardecer huanchaquero. También fue parte de los "Amigos de la Ciudad", una cofradía que hacía obras sociales a favor de la ciudad de Trujillo. Era una persona afable y conversaba con los pescadores, pobladores y gente de toda condición social, como consta esta simpática nota a su persona por un amigo suyo en "La Industria" (años 70'):

Víctor Raúl Haya de la Torre fue muy amigo suyo. Tanto que dice la leyenda que mi abuelo era el único que tenía permitido tomarse una cerveza en su presencia. Para todos los demás era una ofensa mayúscula, pero cuando llegaba mi abuelo a las reuniones a las que era convocado, se le escuchaba decir al mismísimo Víctor Raúl, con una sonrisa:
- "A Manuelito sírvanle su cervecita".

Y es que mi abuelo fue siempre aprista, incluso antes de la fundación del partido, pues se metía de arrimado a las reuniones del Grupo Norte, un grupo de intelectuales de los años 10' y 20', que integraban Haya de la Torre, César Vallejo, Alcides Spelucin, Antenor Orrego y Carlos Valderrama, entre otros. Se pudo meter de arrimado a esas reuniones de mayores pues era muy curioso, y al mismo tiempo vecino y amigo de 'Piño' y 'Cucho' Haya de la Torre, los hermanos menores de Víctor Raúl, con quienes jugaba en la calle Ayacucho. También tuvo la suerte de ser alumno de César Vallejo cuando éste fue profesor del Colegio San Juan. Así que el abuelo fue aprista y hayista antes de la creación del APRA y del Partido Aprista. 

Con Haya de la Torre, año 1931, durante uno de los mítines del fundador y líder histórico del APRA.

Durante la revolución aprista de 1932, el abuelo se robó el automóvil del tío Teodoro, el antiaprista, civilista, conservador y oficialista; para trasladar heridos y armas. Guarecía a los jóvenes revolucionarios en su casa, y al mismo tiempo cuidaba el techo de la casa de los Haya de la Torre, ya que Víctor Raúl estaba en la cárcel. Uno de sus primos fue descubierto y enviado al paredón de Chan Chan junto con otros 6 mil insurrectos, según el cómputo de Thorndike. Desde el otro lado del árbol genealógico de mi madre, a ayudar a enterrar a los muertos de esa masacre, fue llevado por la milicia, a la fuerza, mi tío abuelo Juan Vives, quien a sus 13 años fue testigo de los horrores de la guerra.

Mi abuelo se involucró tanto en la revolución del 32’ que fue detenido para ser deportado junto con otros líderes juveniles del partido. Sin embargo, el tío Teodoro, haciendo uso de su influencia y poder, consiguió su liberación. No sería la única vez que el tío Teodoro, el antiaprista, salvara a su hermano menor, dirigente, de la deportación: lo volvió a evitar durante los años que los apristas llaman “de la gran persecución”, en que el partido estaba proscrito, tiempo en el que el abuelo asumió el cargo de tesorero del partido en el “Sólido Norte”, cargo de absoluta confianza del propio Víctor Raúl. ¿Qué hubiera sido del abuelo en Chile como los primos Edwards, que no tuvieron la misma suerte?

Mi mamá también fue aprista desde muy pequeña, y le encantaba asistir a los mítines de Victor Raúl, pero mi abuelo no acostumbraba ir a esos eventos, prefería escucharlos por radio mientras fumaba sus cigarrillos LM, que solo consumía por las noches. Una vez mi mamá le preguntó: 
- “Papá, ¿por qué no vas a los mítines de Víctor Raúl? Están todos tus amigos.”
- “A los mítines va mucho sobón. Yo solo voy cuando el Jefe me llama”, le espetó. 

No acostumbraba ir a los mítines, pero colaboraba con la pintura y con los panfletos, como era su costumbre. Era un hombre generoso  y desprendido, casero y de gustos simples. Se vestía elegante, pero no le gustaba llamar la atención y despreciaba a los fantoches y a los charlatanes. Era serio, pero justo: nunca profería insultos ni faltaba el respeto. A pesar de la enorme distancia del tiempo, y de que nunca pudimos conocernos, pues nací 5 años después de su muerte, veo con cierta nostalgia su imagen y su recuerdo, en las vivencias de quienes lo conocieron, los que guardan y atesoran recuerdos imborrables de su paso por este punto azul.

Hoy 13 de abril, a los 40 años de su partida,  rindo este homenaje a mi abuelo que no tuve el gusto de conocer.


Homenaje póstumo del Diario La Industria de Trujillo, 13 de abril de 1980.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Muchas gracias querido hijo. Magnifica reseña de tu abuelito y tocayo. "No hay Manuelito malo" se dice en el norte. Te felicito. Escribes muy bien!

Unknown dijo...

Que bonito ha sido leer sobre tu abuelo. Muy buen homenaje.

Cucha dijo...

Felicitaciones, un lindo homenaje a tu abuelo