A ver, trataré de ser breve. Tengo un dolor de cabeza bárbaro, además del mareo. No sé por qué se ha intensificado tanto. Supongo que tomaré un tramal después de este esfuerzo. Aquí va.
Recuerdo con cierta simpatía y dulce vergüenza pueril cuando apuntaba en un espacio de mi camarote el nombre de cada chica que se me iba cruzando en el camino. Esta práctica la llevé hasta mis diecisiete, que entré a la universidad. Supongo que no la continué porque cada vez era más frecuente que mi camarote se utilizara, y podía quedar en evidencia. Opté por desaparecer esa lista; sin embargo, era solo el comienzo de unos años de infinita levedad, vaguedad, miseria. Y sin embargo creía que era feliz. En realidad, lo justo sería decir que ni me preocupaba por eso; por nada.
No me cultivé en lo más mínimo. Los meses, los ciclos y las chicas pasaban por mi vida como se pasan las páginas de los meses de un calendario. Lo peor, reitero, era que no lo notaba, que no sentía que me hacía falta virar hacia adelante. Me faltaba interés en lo académico porque no sentía exigencia, y a consecuencia de ello no me dedicaba. Era un círculo vicioso. Ignoraba que la exigencia se la fija uno mismo. Tomaba, me divertía y fornicaba con una inusitada frecuencia. Fue cada vez peor, a medida que se fue separando la última actividad de las dos anteriores. Aparecieron -o mejor dicho, se intensificaron, se exclusivizaron- los romances y choqueyfugas eventuales, otros no tanto, otros sí. La mayoría de ellos, sino el total, placer por placer. Maquinal, hormonal, vacío. Sudor, caricias por cumplir, besos falsos. Fue la peor época, el sibaritismo, la desensibilización.
Y de pronto, como si hubiera visto mi rostro luego de diez años, me di cuenta. Entonces me enamoré como nunca antes. Entonces, dejé de ver culos y tetas y vi rostros, observé almas, contemplé la profundidad de las miradas, de los gestos, de las sonrisas. Dejé de tomar y abracé una suerte de ascetismo. Decreté mi muerte social mientras cocinaba en mi fuero interno las reformas respectivas. No salía, apenas y hablaba, pensaba mucho. Fue necesaria esa incubación. Alguien nuevo en mí nacía para bien, por fin. Finalmente salí y vi con otros ojos el mundo. Aprendí a sentarme a leer en las tardes, a tomar un café, respirar tranquilidad, nutrirme de la simplicidad. A gozar de ello. Aprendí a sentirme bien conmigo mismo. Desde allí he vivido una levedad distinta, despreocupada en otro sentido. Encontré felicidad en ciertas pequeñas y aparentemente nimias cosas. Canciones, películas, lugares, instantes. Fui libre del sexo fácil, ya no me interesaba, ya no me interesa más. Desde allí vivo sin prisa, ni busco ni espero, solo expando mi esencia. Desde allí me enamoro de la simplicidad, de la originalidad, de la sencillez. De la misma sensibilidad.
3 comentarios:
ahora sientes el peso de la vida, haz dejado la levedad como dices eso es provechoso en cuanto lo sepas llevar. no te dejes consumir
Vale eso !..confio por el hoy.
Gracias por la visita, muchachos.
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