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En ese inaugural viernes 9 de junio, Alemania decretaba su enorme potencia y superioridad sobre una aguerrida Costa Rica que no se rindió nunca y que le metió dos con su legendario artillero Wanchope. Inmediatamente después, Ecuador medía fuerzas con su similar de Polonia. Yo estuve ahí, en la cafeta, alentando a los sudamericanos desde el primer minuto, y hasta recibía miradas de desaprobación. Delante de mí un sujeto era más polaco que Karol Wojtila, y tal parecía que todos abogaban por una victoria de los europeos. Nadie daba un mango por Ecuador. Y sin embargo, pudo. Al minuto 24' Tenorio de cabeza sentó el 1-0. Se escucharon rechiflas aquí y allá, algunos pocos gritamos el gol como si se tratara de uno de Cubillas. Luego, Ecuador fue creciendo con el correr de los minutos, y al segundo tiempo, ya más gente gritó el 2-0. Terminado el cotejo, algunos se levantaron molestos.
La misma historia fue el segundo partido de los ecuatorianos. Esta vez derrotaron por un 3-0 claro e inapelable a Costa Rica, eliminándola del mundial. Nuevamente, media cafeta era tica. Desde un comienzo se alentaba y se alentaba a Costa Rica, lamentándose el que no convirtiera sobre la valla del joven portero Mora. Ecuador, sin embargo, volvió a encontrar el gol temprano, silenciando a los diz que ticos -antiecuatorianos-. Un 3-0 categórico bastó no solo para que me sintiera satisfecho y hasta feliz, sino que, presto, salté a comentar la victoria aquí y allá.
Superemos de una vez por todas nuestras añejas y obsoletas diferencias. El fútbol es para disfrutarlo en compañía y en amistad, no para reavivar arcaicas rencillas que no son nuestras. Aboguemos por la paz, la amistad y la integración. ¡Forza, Ecuador!
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