La navidad es un tiempo, como dice el comercial ese que está de moda -el de los niños en situaciones adultas-, El Tiempo para volverse niño otra vez y olvidar rencillas, retomar caminos, perdonar, agradecer, conciliar, etc. Nuestro niño interno aflora y se confunde con la parafernalia, el chocolate, el panetón y un desubicado viejo gordo y barbón. La familia extendida, en muchos casos, se reune, y aparecen las odiosas tías con tufo naftalinoso que se prenden de tus cachetes, como si no fueran conscientes de tu incipiente barba, como si no se hubieran percatado de que ya no tienes 8 años.
No hace falta recordar que el árbol navideño viene de la tradición nórdica, y se entiende que un Papá Noel abrigado y de rasgos arios solo puede provenir del hemisferio norte, y morirse de calor en nuestras costas, sudando su prominente barriga. Y nosotros, tomando chocolate caliente en pleno verano. No intento quejarme de la tan acostumbrada falta de originalidad sudaca, ni tampoco de esa actitud profundamente pasiva con respecto a lo que viene de fuera, como si fuera la panacea para todo mal y lo más resaltante, atrayente, vanguardista, digno de copiar sin chistar; no, mi hígado no quiere molestarse en estas fechas, así que dejaré la confrontación y la crítica -por el momento, solo por el momento-. No intento quejarme de eso, ¿quién no ama el chocolate y el panetón? Quiero sí, advertir, empero, que no hay que caer tanto en la forma, sin descuidar el fondo -error tan común en nuestros tiempos-. Estas fiestas son para pasarlas en familia, sí, pero cuidado, son veinte mil veces mejores unas fiestas en el calor del hogar -y no porque se esté en verano o se requiera chimenea, precisamente, sino por el calor humano, la familia, sea nuclear o extendida- que la ostentación parafernálica, la compra masiva de regalos, etc.
La navidad y el año nuevo, fuera de las celebraciones báquicas, exige por lo menos, una pizca de tiempo de reflexión. La navidad para la familia, el año nuevo para uno. La navidad para acentuar los valores familiares, el compartir, el fomentar la empatía, la calidez, la comunión, y el año nuevo para elaborarse nuevos planes, metas, proyectos para el año que se avecina.
No se trata pues, tanto de papanoeles, mamanuelas -pufff... qué horrible sonó eso-, nacimientos y adornos. Tampoco se trata de religión. La navidad, por lo menos en nuestro país, escapa diferencias religiosas, por la misma tradición católica de erigirse sobre la religiosidad popular y milenaria, confundirla. Yo, como agnóstico, considero importante la fecha porque la siento un símbolo familiar, de comprensión -y compresión, en el sentido de unión de la misma-, de amistad, de afiliación. Por lo que, más allá de nuestras distinciones de todo tipo, el mensaje es uno solo: compartir, reflexionar, cultivar las relaciones con nuestros allegados.
No se trata pues, tanto de papanoeles, mamanuelas -pufff... qué horrible sonó eso-, nacimientos y adornos. Tampoco se trata de religión. La navidad, por lo menos en nuestro país, escapa diferencias religiosas, por la misma tradición católica de erigirse sobre la religiosidad popular y milenaria, confundirla. Yo, como agnóstico, considero importante la fecha porque la siento un símbolo familiar, de comprensión -y compresión, en el sentido de unión de la misma-, de amistad, de afiliación. Por lo que, más allá de nuestras distinciones de todo tipo, el mensaje es uno solo: compartir, reflexionar, cultivar las relaciones con nuestros allegados.
Eso sí, mi espíritu no dejará jamás de quejarse de ciertas incongruencias, como el chocolate en la semana más calurosa del año y el Papá Noel ario, gordo y abrigado -no solo es incongruente el que esté tan abrigado, denotando su procedencia eurasiática, sino también su color y su barriga, en un país tan pobre como el nuestro. Está bien, exagero, el punto es que, por lo menos, podrían cambiarle la vestimenta, ¿no? Algo más ligero, un papanoel en trusa no estaría nada mal, una bodyboard bajo el brazo tampoco. En vez de tanto chocolate (y no es que no me guste, sino solo por la inconsistencia), mejor algo de chicha, y en vez de un pavo (aceptémoslo, no todos podemos llevar un pavo a casa), tal vez sea mejor un sanguchito de pavo con su camote, su canchita serrana y su vaso de chicha. Que rico.-.
He compartido con ustedes -con mucho gusto-, en una serie de imágenes, como se vive el ambiente navideño en mi casita. ¿Y en las suyas, cómo es? -incluso los colores del post, de manera planificada, han sido lo más parafernálicos posible, jeje, disculpen si es muy cargado a la vista.-
Muy felices fiestas a todos.
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