Quién lo diría, estudiando para Estadística II a lo largo de la madrugada, incliné más mis pensamientos a ayudar a una amiga con su examen final de Realidad Social Peruana. Voy a hacer un pequeño recuento de esa conversación tan productiva y merecedoramente repetible.
En la década de los 30's, en el Perú, se forjaron 3 diferentes visiones políticas, visiones que incluso hoy en día se mantienen, mal que bien, en el acontecer diario nacional: la izquierda radical, el APRA y la derecha. Mientras Mariátegui planteaba la lucha de clases, la refomra del socialismo marxista, la reivindicación del indio y la consolidación de la clase proletaria; Haya de la Torre sostenía la idea del frente único de trabajadores manuales e intelectuales, la social-democracia y el espacio-tiempo histórico, la necesidad de creación de un modelo nuevo que refleje las diferencias de América Latina con respecto a las ideas europeas; Belaúnde, por su parte, planteó la "síntesis viviente", el reconocimiento del aporte peninsular e indígena en la consecución de la identidad peruana, así como el crisitianismo como unificador, pacificador y eje de la cohesión.
En la década de los 30's, en el Perú, se forjaron 3 diferentes visiones políticas, visiones que incluso hoy en día se mantienen, mal que bien, en el acontecer diario nacional: la izquierda radical, el APRA y la derecha. Mientras Mariátegui planteaba la lucha de clases, la refomra del socialismo marxista, la reivindicación del indio y la consolidación de la clase proletaria; Haya de la Torre sostenía la idea del frente único de trabajadores manuales e intelectuales, la social-democracia y el espacio-tiempo histórico, la necesidad de creación de un modelo nuevo que refleje las diferencias de América Latina con respecto a las ideas europeas; Belaúnde, por su parte, planteó la "síntesis viviente", el reconocimiento del aporte peninsular e indígena en la consecución de la identidad peruana, así como el crisitianismo como unificador, pacificador y eje de la cohesión.
Haya de 1928. Un Haya de la Torre de 33 años , habiendo sido deportado por el gobierno dictatorial y represivo de Augusto B. Leguía, formula en 1928 su polémica obra El Antimperialismo y El Apra. Sus postulados, revisados a la ligera por los liberales, hicieron a estos señalarlo como comunista. Los comunistas, por el contrario, al no encontrar que estos eran los mismos que los suyos, lo tildaron de liberalista. Ambos se equivocaban en su necedad de reducirlo todo a ambas tendencias. Haya lo demostró con el tiempo. Foto tomada de http://balcon1.tripod.com/sitebuildercontent/sitebuilderpictures/victor-raul-dedicat-atuei.jpg
La derecha en nuestro país sufrió altibajos considerables, desde el tradicionalismo latifundista, el conservadurismo, el legado económico-social virreino-aristocrático hasta la inserción del liberalismo en la concepción social. Inspirado en el determinismo científico y el positivismo, el liberalismo parecía ser la panacea de todos los males nacionales, el racismo científico se iba consolidando como una vertiente del pensamiento aburguesado, clasista, racista, separatista, que desconocía al indio, que ignoraba al Perú profundo, real -en ese tiempo, con seguridad más del 80% de la población-, que se hallaba en la montaña, en la estepa, pobre, condenado a la indiferencia, anclado en la periferia. No había sustento real de su aplicación, dada las antagónicas diferencias que separaban al Perú de los países de vanguardia económica, política y social donde se cocinaron estos preceptos.
La izquierda extrema, visceral, poco sesuda, nada programática, muy confrontacional, se fue diluyendo en peleas internas y llega hasta nuestros tiempos como vetustas imágenes, reminiscencias incoloras, que no despiertan la pasión de otros personajes entrañables que marcaron época por su influencia directa en el pueblo, en la sociedad, en la política y en el pensamiento del siglo que se iba forjando. El marxismo proletario no tenía sentido en un país cuya fuerza se centraba en trabajadores del campo y no de la industria. Su biliosa protesta con el sistema era antimperialista, mas se quedaba con otro tipo de imperialismo, el comunista. Los rabanitos se quedaron en la creencia falsa de que su postura era la única posible de tomar, puesto que era marcadamente antimperialista, sin embargo en Rusia se tejía otro imperio. Y no hace falta decir que, como es evidente, este sistema marxista reflejaba la realidad de un país enteramente diferente al nuestro, cuya fuerza proletaria era más que significativa -por eso cobra tanta importancia la lucha clasista en su ideología político-económica-, mas por eso mismo inaplicable en nuestro terruño, realidad totalmente distinta.
Es así que Haya de la Torre, un joven revolucionario -no por su beligerancia, rebeldía o afinidad por las armas, sino por su valentía y su originalidad- entró en escena elaborando un profundo análisis de la realidad social latinoamericana. Indoamérica, refiere, es un mundo distinto a Europa, y por ende, las cosmovisiones, las culturas, lo mismo que las políticas, las ideologías no pueden ni deben ser las mismas. Haya de la Torre no solo criticó duramente a la aristocracia peruana y latinoamericana, acostumbradísimas a leer y estar al tanto de los movimientos europeos, pero más por una cuestión de identificación, de añoranza asolapada*, que de voluntad política y social; acostumbradas a nutrirse de estas ideas sin tomar en cuenta criterios elementales en la constitución de estos pensamientos, como son las características de las sociedades donde proceden, donde se cuecen; no solo hizo una profunda crítica Haya de la Torre -ganándose la antipatía de muchos conservadores, liberales y comunistas-, sino que además, fiel a su crítica, a su metodología y a su pensamiento, postuló una nueva política, enfocada en la realidad social latinoamericana, en sus características particulares, únicas, que la hacen muy distinta a las europas o las américas no amerindias. Haya no aprobaba que se adoptaran estos postulados exógenos, perfectamente aplicables para las realidades sociales donde fueron creados, qué duda cabe, por una cuestión de congruencia espacio-temporal, contextual, situacional, pero inaplicables en realidades distintas. Lo que Haya criticaba era esa falta de originalidad, esa pasividad creativa, ideológica, esa falta de voluntad crónica, heredada de casi 300 años de dependencia europea, dependencia que a su juicio, fue más intelectual que cualquier otra cosa. Dependencia que instauraba un pensamiento acrítico en la aristocracia latinoamericana con respecto a la idealizada europa, "cuna del progreso", la ilustración, la modernización.
Esta aristocracia tenía un solo objetivo, centrado en la forma y no el fondo, en el aliño y la elegancia al vestir, en el Palais Concert, en la diferenciación con lo indígena, con lo indio, con lo autóctono, un rechazo visceral -casi tan equiparable a los movimientos comunistas- a lo peruano; es decir, como ya mencionamos, una añoranza asolapada, una idealización de lo europeo, una pulsión inconsciente que los obligaba a aceptar sin cuestionamientos posturas, corrientes e ideologías, tan solo por el hecho de haber sido postuladas en el mediterráneo, y no tanto en el análisis de las mismas, en la aplicabilidad, en las semejanzas. Haya y muchos otros intelectuales ya habían vislumbrado que esta pasividad no era otra cosa que ese patrioterismo parafernálico costero y criollo, rezago de una emancipación parcializada, que solo benefició a los españoles americanos y no a los amerindios. La nación no contemplaba la sierra ni la montaña, ni el indio campesino, solo al intelectual limeño, trujillano, arequipeño, o al gamonal, al hacendado, al latifundista. En este sentido, como ya suena obvio, la cultura y la ideología política, la filosofía y el conocimiento, era tomado aquello prístino, aquella meta, constatación que te diferenciaba del indio bruto y atrasado. En esa búsqueda por europeizarse frenética e irracionalmente, precisamente, se debilitaban las cuestiones elementales. Haya era consciente de todo esto, era consciente de la debilidad del intelectual peruano, de su falso patriotismo, de su visión clasista, centralista, de su afiliación inconsciente a europa en pos de esa vergüenza por ser asociado con el indio.
Muy distinto y humano fue Haya. En su juventud cultivó diferentes y varias artes, pero básicamente un humanismo, un amor por el Perú profundo, por el campesino pobre y desolado, abandonado a su suerte en la periferia, una comprensión empática con el poblador peruano. No fue ajeno a la verdadera realidad social peruana. Se conmovía hasta las lágrimas con la injustia, y aplaudía la resiliencia y el ingenio de aquellos que progresaban con esfuerzo.
La izquierda extrema, visceral, poco sesuda, nada programática, muy confrontacional, se fue diluyendo en peleas internas y llega hasta nuestros tiempos como vetustas imágenes, reminiscencias incoloras, que no despiertan la pasión de otros personajes entrañables que marcaron época por su influencia directa en el pueblo, en la sociedad, en la política y en el pensamiento del siglo que se iba forjando. El marxismo proletario no tenía sentido en un país cuya fuerza se centraba en trabajadores del campo y no de la industria. Su biliosa protesta con el sistema era antimperialista, mas se quedaba con otro tipo de imperialismo, el comunista. Los rabanitos se quedaron en la creencia falsa de que su postura era la única posible de tomar, puesto que era marcadamente antimperialista, sin embargo en Rusia se tejía otro imperio. Y no hace falta decir que, como es evidente, este sistema marxista reflejaba la realidad de un país enteramente diferente al nuestro, cuya fuerza proletaria era más que significativa -por eso cobra tanta importancia la lucha clasista en su ideología político-económica-, mas por eso mismo inaplicable en nuestro terruño, realidad totalmente distinta.
Es así que Haya de la Torre, un joven revolucionario -no por su beligerancia, rebeldía o afinidad por las armas, sino por su valentía y su originalidad- entró en escena elaborando un profundo análisis de la realidad social latinoamericana. Indoamérica, refiere, es un mundo distinto a Europa, y por ende, las cosmovisiones, las culturas, lo mismo que las políticas, las ideologías no pueden ni deben ser las mismas. Haya de la Torre no solo criticó duramente a la aristocracia peruana y latinoamericana, acostumbradísimas a leer y estar al tanto de los movimientos europeos, pero más por una cuestión de identificación, de añoranza asolapada*, que de voluntad política y social; acostumbradas a nutrirse de estas ideas sin tomar en cuenta criterios elementales en la constitución de estos pensamientos, como son las características de las sociedades donde proceden, donde se cuecen; no solo hizo una profunda crítica Haya de la Torre -ganándose la antipatía de muchos conservadores, liberales y comunistas-, sino que además, fiel a su crítica, a su metodología y a su pensamiento, postuló una nueva política, enfocada en la realidad social latinoamericana, en sus características particulares, únicas, que la hacen muy distinta a las europas o las américas no amerindias. Haya no aprobaba que se adoptaran estos postulados exógenos, perfectamente aplicables para las realidades sociales donde fueron creados, qué duda cabe, por una cuestión de congruencia espacio-temporal, contextual, situacional, pero inaplicables en realidades distintas. Lo que Haya criticaba era esa falta de originalidad, esa pasividad creativa, ideológica, esa falta de voluntad crónica, heredada de casi 300 años de dependencia europea, dependencia que a su juicio, fue más intelectual que cualquier otra cosa. Dependencia que instauraba un pensamiento acrítico en la aristocracia latinoamericana con respecto a la idealizada europa, "cuna del progreso", la ilustración, la modernización.
Esta aristocracia tenía un solo objetivo, centrado en la forma y no el fondo, en el aliño y la elegancia al vestir, en el Palais Concert, en la diferenciación con lo indígena, con lo indio, con lo autóctono, un rechazo visceral -casi tan equiparable a los movimientos comunistas- a lo peruano; es decir, como ya mencionamos, una añoranza asolapada, una idealización de lo europeo, una pulsión inconsciente que los obligaba a aceptar sin cuestionamientos posturas, corrientes e ideologías, tan solo por el hecho de haber sido postuladas en el mediterráneo, y no tanto en el análisis de las mismas, en la aplicabilidad, en las semejanzas. Haya y muchos otros intelectuales ya habían vislumbrado que esta pasividad no era otra cosa que ese patrioterismo parafernálico costero y criollo, rezago de una emancipación parcializada, que solo benefició a los españoles americanos y no a los amerindios. La nación no contemplaba la sierra ni la montaña, ni el indio campesino, solo al intelectual limeño, trujillano, arequipeño, o al gamonal, al hacendado, al latifundista. En este sentido, como ya suena obvio, la cultura y la ideología política, la filosofía y el conocimiento, era tomado aquello prístino, aquella meta, constatación que te diferenciaba del indio bruto y atrasado. En esa búsqueda por europeizarse frenética e irracionalmente, precisamente, se debilitaban las cuestiones elementales. Haya era consciente de todo esto, era consciente de la debilidad del intelectual peruano, de su falso patriotismo, de su visión clasista, centralista, de su afiliación inconsciente a europa en pos de esa vergüenza por ser asociado con el indio.
Muy distinto y humano fue Haya. En su juventud cultivó diferentes y varias artes, pero básicamente un humanismo, un amor por el Perú profundo, por el campesino pobre y desolado, abandonado a su suerte en la periferia, una comprensión empática con el poblador peruano. No fue ajeno a la verdadera realidad social peruana. Se conmovía hasta las lágrimas con la injustia, y aplaudía la resiliencia y el ingenio de aquellos que progresaban con esfuerzo.