Dícese de un universo distinto, de una realidad alterna, de un mundo diferente, en el que sin embargo, también existe el sufrimiento, la muerte y sobre todo, el amor. Los seres que comprenden este mundo son también similares, por no decir idénticos, por lo que ustedes pueden imaginarse tranquilamente seres humanos risueños, otros tímidos y reservados, otros idealistas y arrebatados, otros reflexivos y ensimismados, otros melancólicos y acongojados. Existen sociedades, países, adelantos tecnológicos, comodidades, comunidades, universidades, religiones. Existe de todo, y también, pero sobre todo, dos seres que se conocieron en la casualidad, en la irremediable coincidencia.
¿Qué hubiera pasado si ella hubiese viajado, si no hubiese desertado, si no hubiese pensado? ¿Qué hubiera pasado si ella no hubiera lamentado tanto su sensata decisión, y no hubiese, en un intento de buscar la compostura y el reenganche con tan bonito día, salido a la calle, llegado a la universidad, sentado a la mesa?
¿Qué hubiera pasado si ese día no hubiese estado allí, tomando ese café, acabándose ese tercer o cuarto cigarrillo, dejando al viento sus cabellos, y a sus mejillas las lágrimas copiosas de la desventura anterior...? ¿Qué hubiera pasado si ella no se hubiese sentado en aquella segunda mesa de la entrada, con ese vestido claro que a él le permitió reconocerla en el acto?
¿Qué hubiera pasado si él no hubiese jalado aquél curso que le permitió advertirla, conocer su sonrisa, entre revisiones de ejercicios, correcciones de escritos y pequeñas y tibias pseudo conversaciones en clase, propias de dos desconocidos que simpatizan? ¿Qué hubiera pasado si él no hubiese pasado por allí y no hubiera advertido su estado de ánimo, si no se hubiese acercado, si no se hubiese sentado a la misma mesa? ¿qué hubiera pasado si él no le hubiera hecho caso a esa corazonada jubilosa que impulsó sus pies y sus labios antes de que su cabeza se percate de que ya la conversación se había iniciado, y con ella la compenetración, la apertura, la bienvenida y el afecto?
¿Qué hubiera pasado si ambos no hubieran congeniado tan rara pero tan linda, tan veloz pero tan feliz, tan rápida pero tan profundamente? ¿Qué hubiera pasado si ambos no hubieran advertido que hacia atrás y hacia adelante, tenían coincidencias que los unían como si fueran pedazos separados de una misma esencia? ¿Qué hubiera pasado si ambos no hubieran recordado el mismo nido, la misma ciudad, las semejanzas de la infancia? ¿Qué hubiera pasado si ese día no hubieran iniciado una relación? ¿qué hubiera pasado si sí lo hubieran hecho? ¿qué hubiera sucedido si con el tiempo, en lugar de irse apagando lentamente por la dejadez de ambos, se hubiera continuamente cimentado con el aporte de los dos aquel vínculo que tanto los había reanimado, que tanto les había cambiado la cara en ese instante de compartida sensibilidad, de mutuo entendimiento, de progresiva complexión, de íntima comunión?
¿Qué hubiera sucedido si la distancia no hubiera hecho mella en ese sentimiento tan vívido, tan prístino y diáfano, tan dulce y tan plácido? ¿Qué hubiera pasado si ambos no hubiera cometido los errores que tristemente los alejaron, los enemistaron, los reconciliaron y nuevamente los distanciaron? ¿Qué hubiera sucedido si la verdad hubiera salido a la luz a tiempo, si ambos hubieran admitido sus verdaderos sentimientos, sin tapujos, sin rencores, sin temores ni observaciones, sin tantas elucubraciones y tan pocas manifestaciones? ¿Qué hubiera acontecido entonces? ¿qué sucedería ahora? ¿qué mañana y qué en mil años más?
Quizás no hubiese sido necesaria esa ruptura final tan vaga, tan incongruente, tan inconsistente con tanta historia subjetiva, sentimental y emotiva. Quizás el resentimiento desenfrenado, no hubiera brotado tan bilioso, tan temperamental y rencoroso. Quizás tantas cosas hubieran sucedido o dejado de suceder si ambos, dejando de lado la calentura, la impotencia de la amargura, la prepotencia del orgullo, quizás. Pero estamos hablando de un mundo, un escenario, un universo imaginario. Quién sabe si en un mundo paralelo, la historia de ellos mismos sí se formó. Quizás en otra vida, estas almas que se encontraron, contra todo pronóstico, vuelvan a juntarse, esta vez y para siempre, con el tiempo o de repente, intempestiva o cuidadosamente, pero progresiva y definitivamente.
Dícese que hoy se vieron, que no se saludaron, que ni siquiera se inmutaron. Dícese que él la ama y no la amó, dícese que ella lo amó y no lo ama. Dícese que la historia no termina y sin embargo ya no se encontrarán más palabras.
2 comentarios:
En realidad...lo lei y tienes un punto de vista mui valido...por lo menos en mi experiencia...ojala no existieran esas casualidades...para que empezar algo, si todo termina?
Gracias por tu comentario, Lumina. Sin embargo, no comparto eso de evitar las casualidades. Las casualidades, creo, son el motor de nuestras historias, sin embargo, si nuestro desempeño no se dispara conjuntamente, poco se puede esperar, y sí mucho lamentar. Entonces, la rabia, la impotencia y el rencor nublan nuestra mente, y las lágrimas nuestra vista.
No es cuestión de no empezar algo si sabes que va a terminar, sino el dar todo de si en pos de luchar. ¿Qué es la vida sino un continuo luchar? ¿Qué es la filosofía si no la ciencia del aprender a morir? ¿qué es el amor, sino hay que sufrir?- aquí la letra de El Duelo de La Ley & Ely Guerra sería apropiada-.
La casualidad, entonces, es el motor que nos impulsa. Recién allí comienza el aporte de nosotros mismos, nuestra responsabilidad.
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