El viernes fue un día gracioso. Para empezar tuve un examen del curso de Personalidad, a las 8am, al que llegué con 20 minutos de retraso por haberme comido la noche anterior no solo estudiando sino también haciendo el trabajo que tenía pendiente de Desarrollo Humano II (también desarrollaré un post al respecto). Me fue extrañamente bien, recordé todo, y me dio mucha risa porque no había estudiado de manera seria, básicamente por la intromisión del trabajito sorpresa de Desarrollo Humano II, y porque, en fin, me quedé dormido con las lecturas bajo la nariz.
El jueves, luego de la práctica de Motivación, habíamos quedado con Úrsula y Harumi -dos compañeras de la especialidad- para hacer un experimento de dicho curso a eso de las 12:30 del día viernes.
Se supone que teníamos que trabajar las respuestas agresivas que podrían provocarse por pulsiones ya sean de tipo sexual o del estómago. -Claro que yo hubiese preferido el tema sexual, pero en fin, optamos, en grupo, por trabajar el otro tema-. Para esto, nos plantamos en unas bancas cerca a La Tía, un concurrido quiosco -cercano al Polideportivo, para los lectores extraños a la PUCP- y esperamos a que gente común y corriente comprara algo para comer. Recuerden que era la hora del almuerzo. Nuestro experimento era sencillo: sorprender a los compradores del quiosco, personas totalmente extrañas a nosotros, y pedirles que por favor nos invitaran lo que estaban consumiendo. Para esto, dividimos el experimento en los 4 casos posibles: observador masculino-participante femenino, observador masculino-participante masculino, observador femenino-participante masculino y observador femenino-participante femenino. Resulta que los participantes -que dicho sea de paso fueron involuntarios, por obvias razones- nos complicaron el trabajo, ya que fuimos con la hipótesis siguiente: "el hambre influye en una respuesta hostil"(la práctica fue sobre Agresión, por lo que ese tenía que ser el tema), mas nos dimos con la sorpresa de que no, las respuestas dependían demasiado del factor social, la norma.
En los casos en que el experimento fue heterosexual (observador masculino-participante femenino, observador femenino-participante masculino) las respuestas ante la tan fresca solicitud de comida -imagínense que cualquier desconocido les pida que le inviten comida- fueron positivas, es decir, los hombres le invitaban su merienda a las mujeres, y las mujeres a los hombres, independientemente si habían o no tomado desayuno o se estaban o no muriendo de hambre. Por otro lado, en los casos en el que el observador era del mismo sexo que el participante, las respuestas sí fueron hostiles. Nos salió el tiro por la culata al pensar en que íbamos a comprobar nuestra hipótesis agresión-hambre; lo que comprobamos fue que había una relación entre las variables sexo y agresión, de modo que los hombres respondían agresivamente a sus observadores masculinos, y lo mismo las chicas, que agredían a las observadoras femeninas.
Esto nos llevó a la inesperada conclusión de que la cuestión social, es decir, la norma, el tino, supera a la pulsión alimentaria, en tanto que todos los participantes refirieron que la actitud dramatizada por los observadores era absurda, inapropiada, fuera de contexto; conchuda, para ser más claro. Lo interesante aquí es que ahí no acaba la cosa, esto nos ha demostrado que los hombres somos más agresivos con los mismos hombres, y lo mismo las mujeres entre ellas. ¿Será un afán incosnsciente de competitividad? ¿Será una reminiscencia inconsciente a nuestras épocas de animales inferiores en competencia con los pares por intereses reproductivos? Un dato bastante interesante de un experimento que inicialmente no tenía nada que ver, pero que, con suerte, nos enriqueció mucho. -Imagínense que otras personas lo tomarían como una cabal pérdida de tiempo.- Somos, pues, aunque no lo crean, potencialmente más hostiles con personas de nuestro mismo sexo. -Obvio que esto se refiere a situaciones extremas, por si acaso, nadie está aseverando que sea así para todos los casos; algo que no sería, por último, mi estilo, ya que tengo clarísimo que el contexto influye, y que las máximas abiertas sin sustento empírico son solo eso, inválidas conjeturas, inducciones sin sustento, palabras al viento.- Siempre aprendemos cosas nuevas, o por lo menos, las racionalizamos de modo que las experiencias que vivimos son significativas. Cada vez me doy cuenta, más, -dudas tengo, qué duda cabe, valga la redundancia, jaja- que estoy eligiendo bien mi profesión.
El jueves, luego de la práctica de Motivación, habíamos quedado con Úrsula y Harumi -dos compañeras de la especialidad- para hacer un experimento de dicho curso a eso de las 12:30 del día viernes.
Se supone que teníamos que trabajar las respuestas agresivas que podrían provocarse por pulsiones ya sean de tipo sexual o del estómago. -Claro que yo hubiese preferido el tema sexual, pero en fin, optamos, en grupo, por trabajar el otro tema-. Para esto, nos plantamos en unas bancas cerca a La Tía, un concurrido quiosco -cercano al Polideportivo, para los lectores extraños a la PUCP- y esperamos a que gente común y corriente comprara algo para comer. Recuerden que era la hora del almuerzo. Nuestro experimento era sencillo: sorprender a los compradores del quiosco, personas totalmente extrañas a nosotros, y pedirles que por favor nos invitaran lo que estaban consumiendo. Para esto, dividimos el experimento en los 4 casos posibles: observador masculino-participante femenino, observador masculino-participante masculino, observador femenino-participante masculino y observador femenino-participante femenino. Resulta que los participantes -que dicho sea de paso fueron involuntarios, por obvias razones- nos complicaron el trabajo, ya que fuimos con la hipótesis siguiente: "el hambre influye en una respuesta hostil"(la práctica fue sobre Agresión, por lo que ese tenía que ser el tema), mas nos dimos con la sorpresa de que no, las respuestas dependían demasiado del factor social, la norma.
En los casos en que el experimento fue heterosexual (observador masculino-participante femenino, observador femenino-participante masculino) las respuestas ante la tan fresca solicitud de comida -imagínense que cualquier desconocido les pida que le inviten comida- fueron positivas, es decir, los hombres le invitaban su merienda a las mujeres, y las mujeres a los hombres, independientemente si habían o no tomado desayuno o se estaban o no muriendo de hambre. Por otro lado, en los casos en el que el observador era del mismo sexo que el participante, las respuestas sí fueron hostiles. Nos salió el tiro por la culata al pensar en que íbamos a comprobar nuestra hipótesis agresión-hambre; lo que comprobamos fue que había una relación entre las variables sexo y agresión, de modo que los hombres respondían agresivamente a sus observadores masculinos, y lo mismo las chicas, que agredían a las observadoras femeninas.
Esto nos llevó a la inesperada conclusión de que la cuestión social, es decir, la norma, el tino, supera a la pulsión alimentaria, en tanto que todos los participantes refirieron que la actitud dramatizada por los observadores era absurda, inapropiada, fuera de contexto; conchuda, para ser más claro. Lo interesante aquí es que ahí no acaba la cosa, esto nos ha demostrado que los hombres somos más agresivos con los mismos hombres, y lo mismo las mujeres entre ellas. ¿Será un afán incosnsciente de competitividad? ¿Será una reminiscencia inconsciente a nuestras épocas de animales inferiores en competencia con los pares por intereses reproductivos? Un dato bastante interesante de un experimento que inicialmente no tenía nada que ver, pero que, con suerte, nos enriqueció mucho. -Imagínense que otras personas lo tomarían como una cabal pérdida de tiempo.- Somos, pues, aunque no lo crean, potencialmente más hostiles con personas de nuestro mismo sexo. -Obvio que esto se refiere a situaciones extremas, por si acaso, nadie está aseverando que sea así para todos los casos; algo que no sería, por último, mi estilo, ya que tengo clarísimo que el contexto influye, y que las máximas abiertas sin sustento empírico son solo eso, inválidas conjeturas, inducciones sin sustento, palabras al viento.- Siempre aprendemos cosas nuevas, o por lo menos, las racionalizamos de modo que las experiencias que vivimos son significativas. Cada vez me doy cuenta, más, -dudas tengo, qué duda cabe, valga la redundancia, jaja- que estoy eligiendo bien mi profesión.
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