domingo, marzo 08, 2020

Etnografía de una fiesta crepuscular

Comparsa 1789, fiesta Club Central de Trujillo. 7 de marzo de 2020. 

En pleno 2020, declarándose el coronavirus en todo el mundo, Trujillo del Norte del Perú se resiste a la locura pandémica apostando por sus tradiciones elitistas. Como la fiesta carnavalesca del Club Central, en la que tienes que venir disfrazado o con frac y encima pagar una ridículamente elevada entrada solo para codearte con la gentita de la ciudad, que estarán en un cúmulo de disfraces estrafalarios en un esquizofrénico crossover.

Me faltó fuerzas para negarme por enésima vez a mi madre el acompañarla a la tradicional fiesta del club Central. El entusiasmo de mi mamá, acostumbrada a las fiestas de alcurnia trujillana (hace muchos años la presentaron en sociedad en este mismo club, a sus 16 años), le ganó a mis excusas y pudor marxista y caviar. 

Esta es una de esas fiestas cuya entrada es una cachetada a la pobreza, a la austeridad y a la posibilidad de que cualquier hijo de vecino pueda participar. Una de esas fiestas que te recuerda a la canción de Bacilos por eso del camarero vio en mi piel y pierdo valor. Una de esas fiestas que te hacen pensar en por qué hubo reforma agraria. De esas fiestas en las que la entrada del varón cuesta más, o mejor dicho, en la que la entrada de la mujer cuesta menos, como para rivalizar con la fecha próxima del #8m. 

Mis primas me convencieron de venir para estudiar el comportamiento decadente de la esnobería trujillana. No traje cuaderno de campo, pero en mi celular guerrero, lleno de chuzos, y de marca Huawei, cuya pinta asustaría a cualquier tía pretenciosa bienvestida, tengo una aplicación en la que puedo apuntar cada una de mis observaciones. 

El club Central es un coloso otoñal y anquilosado, ambientado en algún tiempo entre la revuelta patriótica y la opulencia guanera. Como cualquier Casona trujillana tiene sus famosos ventanales virreinales, los portones clásicos inmemoriales, y los salones por dentro recuerdan a restaurantes parisinos de los años 50s.

Adicional a esto, la fiesta tiene una temática principal ambientada en "Las Mil y Una Noches", y así está ambientado todo, las paredes y ventanales con flores, los portones con telares o alfombrados persas, los pasillos con telares de colores y el techo lleno de lámparas. Los asistentes, en su mayoría, lucen disfraces de jeques, turbantes con plumas, y las mujeres con vestidos arabescos. Parece una enorme coreografía senior de la película liveaction de Aladino.

Lo primero es elegir a los mejores disfraces. Es un concurso en el que se eligen a los más esforzados artistas y a los más ridículos payasos. Se dividen en categorías: varones, mujeres, parejas, grupos y comparsas. Algunos bailan y demuestran cierta destreza. Otros simplemente participan porque es divertido, y porque pueden. 

Luego entra en comparsa primero la reina de un balneario cercano, el año pasado estuvo la reina de Huanchaco, este año la reina de Las Delicias, seguidas siempre por la Reina del Club Central, que este año viene acompañada de un séquito de odaliscas al compás de una versión instrumental del tema principal de la princesa Jasmine de Aladino. La siguiente pista es de Shakira, de sus primeras épocas cuando reivindicaba su origen oriental. 

Luego, comienza la orquesta, mientras los jurados deliberan los ganadores del concurso de disfraces. Anuncian a los ganadores de disfraces, les entregan sus premios, que básicamente han sido pagados con las entradas carísimas. Sigue la orquesta y al final reparten el aguadito. 

La entrada es ridículamente cara y solo considera una copa de vino, dos fuentes de viandas por mesa, y un plato de aguadito que se reparte hacia el final de la fiesta, a las 3am. Pero se de una fiesta que es peor, a la que nunca he ido ni iré. El Perol. En esa fiesta, todavía más ridícula, se viste únicamente de blanco, cuesta más caro el ingreso y no te dan absolutamente nada más que la mirada de desprecio típica de los apellidos coloniales. 

Me siento extraño en este lugar. Mis familiares están acostumbrados y vienen todos los años. No sé qué tanto gusto sienten por las reinas y reyes. Yo soy antimonárquico y me apestan hasta las reinas de belleza. De hecho sentí casi un placer culposo cuando una de las comparsas, que se llamaba "1789" , representaba a María Antonieta y Luis XIV, tenía una guillotina como pieza central del número, y la pareja real era ajusticiada en el centro de la pista de baile. No se si los demás asistentes ironizaron la escena con el mismo desbordante sarcasmo. Robespierre, Marx y Velasco estaban felices en mi cabeza. 

No se si venga el próximo año o alguna otra vez. Quizás me vuelvan a convencer, con la entrada de por medio, claro. 

No hay comentarios.: