Don Quijote es quizás el personaje de toda la literatura en lengua española, puesto que gracias a las delicias de sus peripecias en compañía de su fiel Sancho Panza, Cervantes, queriéndolo o no, se hizo un nombre para la posteridad y el legado de la humanidad, buscando impartir los ideales de la justicia por donde sea que vaya, con esa inocencia prístina y simple de los niños. Y es verdaderamente una delicia leer las ocurrencias y desventuras del orate magnánimo, paladín de la justicia, arquetipo del viejo sabio, hombre íntegro y de principios, que contrasta abiertamente con su entorno, de piez a cabeza, de esos que no abundan en estos tiempos aciagos, llenos de inmundicia, de líderes negativos, de mediocres de saco y cobarta, cabello engominado y uñas largas. Tiempos en los que los poderosos son los más mediocres de todos, porque consiguen sus triunfos de las peores formas, engañando a sus seguidores, a los que buscan dominar, y sobre todo a sí mismos, destruyendo su dignidad, acaso lo único que perdura para siempre, nuestro nombre, nuestra reputación.
En estos tiempos de tanta mediocridad, indignidad y miedo, un hombre, un equipo, nos recuerdan que la ética, las formas y los principios valen más que los fríos números y estadísticas que determinan los resultados, las suertes y las famas en este mundo infame. Franco Navarro y el León de Huánuco: el técnico y un humilde equipo provinciano de fútbol profesional -que, en una remontada histórica, luego de quince años ausente, regresó para pelear nada menos que el título nacional, convirtiendo esta en la mejor campaña de su historia-. A pesar de ser el artífice de esta epopeya de reinvindicación de todo un pueblo, Franco Navarro, y con él sus jugadores, no quisieron empañar la corajida campaña que, con más pundonor que con recursos, tanto económicos como futbolísticos, habían llegado a disputar la final y el título nacional; no quisieron, pues, desentonar y faltarle el respeto a esa campaña prodigiosa haciendo uso de una carta que fue determinada en mesa por la "comisión de justicia" -o de la injusticia- de la FPF, quien rebajara el justo castigo de la expulsión de quien fuera su mejor jugador durante el campeonato de este año, Gustavo Rodas, para que pueda jugar este partido -cosa insólita y nunca antes vista, por cierto-. A pesar de la legítima ambición del equipo y de Huánuco, Franco y sus pupilos sabían que una victoria con ayuda no sería verdadera, y decidieron pelear en equidad frente a sus rivales, con todas las limitaciones, todas volcadas en su contra desde siempre. Asumiendo las posibles críticas de los más leves de pensamiento, Franco Navarro no teme hacer escuela, acaso sacrificando el premio justo, por el consuelo de la dignidad.
No cayó presa de la necesidad y de los facilismos, no. Franco Navarro, pese a haber tenido hábil a Gustavo Rodas, ariete, apagafuegos y solución, decidió no utilizarlo, por respeto a la ética de principios que defiende con sus acciones y decisiones, y que con un gesto como este, sirve de ejemplo para muchos, para todos. León de Huánuco perdió el partido, y con ello el campeonato. El pitido final dio como campeón al San Martín, un equipo fuerte, prolijo, acertado, responsable, con un técnico que hace bien su trabajo y con experiencia y frialdad. Un justo campeón, qué duda cabe. Pero León de Huánuco no fue derrotado esta tarde. Fue derrotada la corrupción, la inmundicia de los Burgas, Silvas y Mallquis, que por extensión representan a los Garcías, Fujimoris y Montesinos. Fueron derrotados ellos y no el León de Huánuco, a pesar de la tristeza y las lágrimas, a pesar de que la hazaña no fue coronada con la gloria del primer lugar. A pesar del casi pero no, Franco y sus leones nos han enseñado que una victoria manchada es peor que una derrota justa, que la competencia era mejor rodarse de buena forma, que no de mala.
La decisión de Franco Navarro no debe pasar desapercibida, sino todo lo contrario: reconocida como un acto de integridad tal que debe marcar escuela en la forja de una sociedad mejor, que todos queremos, pero que pocos construyen de verdad con sus actos reprobables. Porque los éxitos son pasajeros en este mundo donde la mayoría los obtiene procurándose ventajas frente a los demás, faltándoles, y faltándose a sí mismo. Esa dignidad, leones de Huánuco, nadie podrá quitársela. Son quijotes de esos que ya no se ven, tan necesarios, tan incomprendidos y tan lejanos, un ejemplo de literatura, de ficción, de la memoria, mas no de estos tiempos aciagos. Las lágrimas y el sufrimiento, son pasajeros, muchachos: en cambio la dignidad, acumulada por la coherencia y la rectitud, como una nebulosa, se esparcirá más allá de la tumba y será respirada por otros hombres íntegros, acaso sean siempre los menos, pero los mejores de todos ellos.
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