Está cerca de salir un proyecto en el que trabajaremos en el Penal de Sarita Colonia, y por ello estuvimos teniendo unas capacitaciones en el Gobierno Regional del Callao. Así, luego de las capacitaciones el grupo organizador quedó con el equipo técnico en organizar un paseo-excursión por las zonas más atractivas y turísticas de la región chalaca. Sin embargo, no contamos con un pequeño incidente que precedió la jornada.
Increíblemente, ese día llegué temprano a la cita, pero justo cuando estaba entrando por la puerta de ingreso de la sede del Gobierno Regional, sale por ella un señor invidente que a duras penas podía hacerse paso entre los ingresantes. No lo pensé dos veces, lo tomé del brazo y lo conduje hacia la pista, le pregunté hacia donde iba y lo acompañé hasta el paradero oficial, que no está tan cerca, unos trescientos metros luego de cruzar la Faucett.
Muy grande fue mi indignación cuando nos cerraban las puertas de los buses tanto al señor como a mí. Estuvimos casi 20 minutos esperando que alguno de los buses o microbuses se tomaran la molestia de dejar pasar al señor. No pude dejar de comentárselo y de quejarme de nuestra propia gente. Y yo te apuesto que estos van a misa y rezan al dios. Yo que no creo en él, te estoy acompañando. Los verdaderos ciegos son ellos. Por fin, y luego de insistir muchas veces, pudimos abordar un bus, me agradeció y me dio su tarjeta: era un masajista. Le había contado un poco acerca de mi trabajo social en la provincia chalaca, y le prometí ponerlo en contacto con las señoras beneficiarias del proyecto.
No puede ser que a los invidentes los tratemos tan mal. Es una muestra más de nuestra incapacidad de reconocer al otro como igual, a pesar de sus diferencias. ¿De qué nos sirve jactarnos de moralidad o religiosidad, o tanta bobería si a la hora de la verdad no se presta la ayuda necesaria en el momento debido? Un poquito de reflexión, por favor.
Regresé ofuscado y entristecido por las múltiples muestras de rechazo que sufrió el impedido señor, y también pensé en la excusa que daría por mi nueva tardanza, pero grande fue mi sorpresa cuando mis compañeros de capacitación habían tenido el gesto de esperarme en protocolo, y no entrar sin mí. Me sentí algo gratificado por su espíritu de grupo. Algunos de ellos hasta me felicitaron. Además, y felizmente, cuando llegamos, todavía no llegaban, peruanamente, los encargados.
2 comentarios:
mmmm tu gesto es plausible pero no te da derecho de hablar mal de otros... tu haces las cosas por convicción. O para que otros piensen bien de ti??
No estoy hablando de todos. No pretendía herir susceptibilidades, solo hacer un poco de reflexión, como siempre trato de hacer en este espacio.
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