Esta semana ha sido la primera de toda la historia social peruana en la que la cultura popular por antonomasia, la llamada cultura chicha, aquella de la música folklórica de origen andino, ha tomado los titulares del diario más prestigioso, reconocido e influyente del país, El Comercio, y todavía por partida triple. Lamentablemente no fue por la calidad de sus interpretaciones, ni por la cantidad de seguidores que se reunieron en los últimos conciertos, tampoco por la cantidad enorme de dinero producto de las mismas presentaciones y el consumo de licor, fenómeno intrínseco y cosustancial a estas muestras culturales. No, no fue ese el motivo por el cual saltó a la luz mediática este mundo y esta cultura que de otro modo seguiría todavía rondando el anonimato mediático, a pesar de contar con exponentes de la talla de Sonia Morales, Dina Paúcar, y los ya extintos Chacalón y la Pastorcita Huaracina, la última con más de 30 años de vida artística.
Para mí fue sencillamente increíble que por espacio de tres días seguidos (martes 30 http://www.elcomercio.com.pe/impresa/edicion/2009-06-30, miércoles 1 http://www.elcomercio.com.pe/impresa/edicion/2009-07-01 y jueves 2 http://www.elcomercio.com.pe/impresa/edicion/2009-07-02), el decano de la prensa nacional nos mantuviera al tanto de los sucesos acaecidos en la farándula limeña. Tal parece que es eso, finalmente, lo que tiene que hacer un artista popular para merecerse la acogida en los medios diz que de elite. Inmolarse, matar, involucrarse en un escándalo pasional con sangre. Estos días El Comercio parecía un diario chicha un poco más pesado, caro, y con un lenguaje muy pretencioso. Pero es una señal de viraje, no de El Comercio, sino de la sociedad misma. Permítanme creerlo.
Con todo, solo quiero referirme a este pequeño triunfo de la cultura popular sobre el tradicionalismo indiferente de la elite limeña. Esta pequeña derrota, a su vez, de aquellos que creen que por tener más clara la tez, o más dinero en sus bolsillos, son personas de otro nivel. Esos mismos que ahora ni siquiera se muerden la lengua de vergüenza por chismear acerca del asesinato de la Princesita del Folklore. El crimen de Alicia Delgado ha sido conversado tanto por las verduleras del mercado central como por las señoronas caseritas de la Tiendecita Blanca.
Y es una señal, triste por cierto, pero señal al fin, de que la brecha de la indiferencia, de esta guerra de las culturas paralelas, está por fin terminando.
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