Eso fue. Un vía crucis. Luego de la semana en la clínica y la otra en cama, tuve que regresar a las obligaciones, merced al dolor. Me publicaron el lunes 17 las fechas de los exámenes para rezagados: el martes 18 dos y el miércoles 19 uno, además de tres trabajos que debía presentar sin falta para la tarde del mismo día. Qué lindos, me dije.
Considerando que pude empezar a estudiar el viernes, y eso que por pequeños intervalos, dado que el dolor implacable golpeaba severamente, y la sensación de descentro focal y de falta de equilibrio se agrababan, merced a los hincones, hormigueos y palpitaciones de mi sufrida cabeza, hubiera sido una empresa muy difícil incluso si hubiera estado bien. Por primera vez en mi vida tuve que elegir entre mi salud y mis notas, y creo que no me equivoqué. Resigné dos de esos trabajos para darle a mi cuerpo y a mi cabeza el descanso suficiente para afrontar esos días de estudio. Y eso que tuve que, decididamente, tomar mi taza de café favorita, mi Kirma, mi termo y sentarme a la computadora a parafrasear las diapositivas de los cursos las tres madrugadas del domingo, lunes y martes, respectivamente. En circunstancias normales no me hubiera quejado, estoy acostumbrado a ese desgaste. Es el precio que se paga por no estudiar en todo el ciclo. Pero esta vez sí complicó.
Los dos días de exámenes fueron terribles. Más allá del stress bárbaro producto del leer confuso y casi desmemoriado -encima que no podía leer bien tenía que hacerlo varias veces para que se me quede, porque esos son algunos de los efectos colaterales de los edemas-, el solo ir y venir de la universidad fue una lucha épica conmigo mismo. Sobre todo el regresar a casa. La vereda y el mundo daban vueltas, los zumbidos remanentes atosigaban mis sufridas sienes. La falta de equilibrio era alarmente, el miedo a caer a esas olas de cemento -así se veían, moviéndose-, atroz. Y a juzgar por las miradas de susto que me lanzaban los conocidos, no solo mi caminar estaba afectado, sino también mi rostro. Y ese regreso en micro me fastidió más que de costumbre, porque para colmo de males, leer me fastidia, todavía, y peor sería si es en movimiento. Y qué decir de los vehículos de transporte público peruano. Otra atrocidad -A pesar de eso, compré en la tienda de libros viejos los Cuentos Completos de Benedetti, para cuando esté mejor-.
Y eso no fue todo, porque tuve que terminar el ensayo que tenía pendiente, y comerme la impotencia de no poder tener tiempo para los dos trabajos de Modificación de Conducta que debía. Lo bueno es que elegí un tema para el primero de ellos que se dejaba escribir con facilidad. Llegué a las 5 páginas apenas y viendo lo que estaba escribiendo, confiando en mi mecanografía y ortografía -que gracias a la providencia mi madre ayudó a pulir desde pequeño-. Casi muerto, me mandé el trabajo a mi correo y enrrumbé a la universidad. Por suerte el chofer de mi padre estaba a la puerta. Me llevó. Imprimí el trabajo en la secretaría de la especialidad, gracias a una deferencia especial de las secretarias por mi condición de pseudovivo. No necesité hacerles puchero ni nada, en verdad tenía aspecto de convaleciente... Y para colmo de colmos, me olvidé de devolverle un disco al profesor al que le entregué el ensayo, y tuve que regresar a casa para traérselo. Con decir que me bajaron el asiento para que descanse los sendos trayectos de ida y vuelta, suficiente para entender que fue un verdadero vía crucis.
Y no esperé tres días para resucitar, pero creo que podría dormirlos.
3 comentarios:
Pobre chema. Espero que te pongas mejor pronto y así continuar con mi terapia :p
¿Que seria, pues, de nosotros, sin ayuda de lo que no existe?"
PAUL VALÉRY, Breve epistola sobre el mito
Gracias, muchachos. Sus augurios reconfortan mi espíritu.
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