La semana pasada -y también la antepasada, en realidad-, fuera del agotamiento que me produjo el rigor académico autoimpuesto, tuvo algunas noticias provechosas. Algunas de ellas me produjeron reminiscencias que me liberaron de culpas que no tenían razón de ser, otras rellenar mi escueta agenda mental con una serie de actividades diversas, y otras seguir ampliando mi bagaje mental con inesperados descubrimientos puramente empíricos -por ejemplo, la utilización de la hemeroteca y la sala de referencias. Sí, parece raro, ¿no? pero para alguien usualmente despistado, descubrir las cosas así sin más es un extraño y hasta divertido placer-.
Esta semana ha sido provechosa, también, porque me di maña para leer las lecturas que me dejaron en clase, fuera de algunos libros que leía entre las mismas, para descansar los ojos y quitarme el stress -Gabo es siempre una cuota de relajación y amenidad-. Así mismo, asistí a un simposio en San Marcos sobre nuevas tecnologías pedagógicas y neurociencias, y a la primera serie de un ciclo de conferencias sobre el fenómeno eleccionario en la misma PUCP, como parte de este interés holístico humanista (llámese filantropía, o, -y aquí peco de vehemencia emocional, tal vez- una filología universalista) que me dificulta la decisión por una especificidad determinada.
Por primera vez siento que aprovecho cada día que pasa. Ok, en verdad no tengo agenda, pero un cuadernito viejo hace las veces de una perfectamente: en él hago apuntes, acoto bibliografía y señalo actividades culturales que en otro tiempo hubiera inadvertido. Es cierto, el ciclo no ha hecho más que empezar, y no hay que cantar victoria anticipadamente, pero es un comienzo que sienta, por fin, que no ando desperdigando las horas tan gratuitamente, como así lo hice en los primeros veinte años de mi holgazana y casi iletrada existencia. Se siente bien llegar agotado a casa y sentir que se merece el descanso.
Esta semana ha sido provechosa, también, porque me di maña para leer las lecturas que me dejaron en clase, fuera de algunos libros que leía entre las mismas, para descansar los ojos y quitarme el stress -Gabo es siempre una cuota de relajación y amenidad-. Así mismo, asistí a un simposio en San Marcos sobre nuevas tecnologías pedagógicas y neurociencias, y a la primera serie de un ciclo de conferencias sobre el fenómeno eleccionario en la misma PUCP, como parte de este interés holístico humanista (llámese filantropía, o, -y aquí peco de vehemencia emocional, tal vez- una filología universalista) que me dificulta la decisión por una especificidad determinada.
Por primera vez siento que aprovecho cada día que pasa. Ok, en verdad no tengo agenda, pero un cuadernito viejo hace las veces de una perfectamente: en él hago apuntes, acoto bibliografía y señalo actividades culturales que en otro tiempo hubiera inadvertido. Es cierto, el ciclo no ha hecho más que empezar, y no hay que cantar victoria anticipadamente, pero es un comienzo que sienta, por fin, que no ando desperdigando las horas tan gratuitamente, como así lo hice en los primeros veinte años de mi holgazana y casi iletrada existencia. Se siente bien llegar agotado a casa y sentir que se merece el descanso.
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