Atención: Este artículo contiene spoilers de las películas Cinema Paradiso y Willaq Pirqa, por lo que les recomiendo ver ambas películas antes de seguir leyendo.
La reciente producción peruana Willaq Pirqa ha levantado los ánimos de los cinemeros peruanos. No solo ha tenido buena crítica y audiencia pese a la limitadísima cartelera que el cine peruano le permite a las películas de nuestro país, sino que muchos que ha visto la película realmente se han conmovido con la historia.
Por fin una película peruana, hablada en quechua íntegramente, propone un tema de culto al cine en sí mismo y se aleja de su tradicional enfoque hacia el conflicto armado interno, tema central de la cinematografía nacional. No es que no lo mencione, en el filme se hace una descripción detallada y bastante verosímil de lo que podría ser cualquier pueblo rural alejado de la provincia principal de una región en el Perú, perdido en el tiempo, cuyas carencias y dificultades propias explicarían una revuelta popular para cambiar las cosas.
Algunos incluso la han comparado con Cinema Paradiso, esa joya irrepetible, homenaje a la historia del cine.
Pero, ¿realmente podemos comparar ambas historias? Aquí no vamos a hacer un comparativo acerca de los millones de dólares invertidos en el desarrollo de ambas películas, las bandas sonoras ni tampoco sobre los castings. Si así fuera, sabríamos que incluso una película de finales de los 80s producida en Europa tendría las de ganar en términos de posibilidades.
No, nuestra comparación es antropológica, y eso significa analizar las diferencias estructurales, sin pretender clasificar o calificar uno sobre otro escenario.
El microcosmos de Cinema Paradiso es una representación muy fidedigna de una Sicilia de la postguerra, destruida por la fatalidad, que lame sus heridas entre los escombros de la poca infraestructura arrasada y llora a sus jóvene. No es gratuito que en el pueblo de Toto la juventud esté visiblemente ausente: su ausencia representa las bajas, y se reemplaza por las lápidas y las lágrimas de sus sufrientes-.
El propio Toto, huérfano por la fatalidad de la guerra, lo sufre cuando pregunta, en repetidas ocasiones, dónde se encuentra su padre, qué tan lejos queda Rusia, y atenúa en su congoja infantil su parecido con Clark Gable, en definitiva un ícono, una imagen, un hombre que no ha podido conocer, pero que es el héroe que tanto admira.
El pueblo donde vive Toto es un mundo rural que, sin embargo, no está del todo incomunicado con la civilización, en tanto que sus miembros, aún anafabetos, tienen la costumbre de ir al cinematógrafo, el mismo que lejos de ser un bus itinerante, es un valor propio de la comunidad asociado a la institución por definición, la iglesia. Este detalle no es menor: la diferencia principal entre Toto y Sistu es la figura de Alfredo. Gracias a Alfredo, Toto consigue un trabajo, adquiere los conocimientos necesarios, es capaz de sucederle luego del accidente y finalmene toma la post del pequeño cinematógrafo que pasa de las manos del cura del pueblo a un pequeño capitalista napolitano.
Alfredo se convierte en el padre sustituto de Toto, lo forma desde su niñez hasta su adultez temprana. Celebra sus logros y llora sus derrotas, ya es ciego pero puede detectar cuando la cinta deja de estar enfocada. Luego, le da el consejo definitivo: que se vaya y nunca regrese, hasta que sea alguien. Porque incluso en la Sicilia rural de la postguerra, sin padre, sin dinero, Toto puede serlo.
El caso de Sistu es muy distinto.
Nunca se sabe, realmente, en qué año se encuentra el pueblo en el que Sistu descubre el cine. Ojo, ni siquiera es el pueblo de origen de Sistu, para llegar a él tiene que caminar por horas. Aún así, ese pueblito está perdido en el tiempo. Nunca llegamos a saber en qué año estamos. Y es que no es necesario, de hecho es un recurso de la trama, no avanza en el tiempo: el único personaje que desarrolla un arco narrativo es el propio Sistu que, al dejar de contar con el respaldo del cinebus para contar sus historias, se ve en la tribulación de tener que inventarse sus propias historias para tener algo que llevarle de novedoso a su comunidad.
Sistu desarrolla un vínculo con el hombre del cinebus, pero ni de lejos es una relación tan significativa como la de Toto y Alfredo. El cinebus no es un recurso de la comunidad, es un arte extraño de un forastero de paso. En un momento se corta para siempre y Sistu debe continuar solo.
Sistu representa no solo la inocencia de un niño, que sueña con las hazañas de Bruce Lee, las piruetas de Charlie Chaplin, que siente miedo de Drácula y representa frente a su comunidad la fantasía de King Kong por la ciudad de Nueva York, sino que termina siendo el único vínculo entre su comunidad rural, andina, con el mundo occidental. Sistu representa también una dualidad real. El talento existe en todas partes: pero es la falta de oportunidades de desarrollo lo que trasciende en las posibilidades diferentes que tienen Toto y Sistu para hacerse una carrera en el mundo cinematográfico.
No sabemos qué ocurre con Sistu, si logra o no convertirse en un contador de historias profesional, dado que al final, a pesar de que el final así lo sugiere (Sistu sería el director de la película), también plantea una diferencia con la vida real respecto a la hermana perdida. Toto puede sortear las peores dificultades incluso en una europa destruida por la peor guerra de la historia. Pero la mayoría de Sistus probablemente sigan en sus comunidades aún incluso en 2022. Me pregunto: ¿Cuántos Sistus más se perderán por la falta de oportunidades, las desigualdades sociales y la falta de recursos en las zonas rurales de nuestro país? ¿Hasta cuándo la sensibilidad cinemera será la única expresión que nos haga llorar por la realidad de nuestros compatriotas en lugar de una empatía más básica que considere también sus justas demandas de cambios estructurales?
Para finalizar, Willaq Pirqa es un homenaje peruano al cine, sí. Es una especie de versión peruana de Cinema Paradiso, sí, en el sentido más icónico que en el antropológico. Es una importante oportunidad para repensarnos como sociedad, y es un buen ejemplo de cómo una película puede ser el pretexto perfecto para contar historias sobre nosotros mismos.
Aquí una reseña del filme en su 5ta semana en salas:
La infaltable reseña de Cinemesmero sobre Willaq Pirqa, que considera la mejor película peruana del año 2022:
Dedicado a Ennio Morricone, compositor y Jacques Perrin, actor principal de Cinema Paradiso, que partieron a la eternidad en 2022.
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