Hace poco consideré pertinente algunas de las ideas de Iván Thays en el artículo que respondía a sus detractores por sus comentarios aparentemente descalificatorios de la comida peruana. La verdad es que tiene razón cuando dice que nos estamos centrando en cosas poco importantes para definir no solo nuestra identidad nacional, sino que también nos estamos centrando en cosas poco importantes para medir qué tan bien estamos. Comparto con él y con otros muchos peruanos el sentimiento de sinsabor por el bajísimo nivel de Comprensión Lectora de nuestros niños -apenas superamos a Haití, vano consuelo-; el índice elevado de corrupción frente al mundo; el alto nivel de la exclusión social que se expresa principalmente en la inequidad de ingreso y en la falta de oportunidades (ver página 6 del informe de IOH; Banco Mundial, 2010); las condiciones atroces de informalidad, delincuencia y violencia; y un larguísimo etcétera.
Hace unos días murieron 10 compatriotas en una carretera de las afueras de la metrópoli de Ontario, en la lejana Canadá. Y murieron porque el conductor, peruano como nosotros, tuvo a bien cruzar la avenida cuando el semáforo se encontraba en rojo. Para colmo, el tipo no tenía licencia de conducir. El Sheriff canadiense, más tarde, en la conferencia de prensa, no tuvo palabras para definir la tragedia en la profunda estupidez de ese acto temerario -e inconsciente-, que enlutó a varias otras familias.
Hace un par de horas, acababa de almorzar con una representante de Oxfam, natural de Canadá, y en nuestra conversación tocamos varios temas relacionados a nuestra realidad social: la discriminación recurrente, particularmente frente a las trabajadoras del hogar; la debilidad de los partidos políticos; la corrupción; la informalidad, etc. Le contaba con ironía y hasta con cierta desesperanza que, a diferencia de otros países, aquí cuando hay luz roja uno tiene que cuidarse más porque los conductores, particularmente los de las combis, en lugar de frenar, aceleran para ganarle a sus "rivales", en una fiesta grotesca de informalidad, inmediatismo e ineficacia aprendida. Por eso es que se dio, le dije, el accidente de hace unos días, por esa manía estúpida de ganarle al cambio de luz y de no pensar ni en el otro, ni en uno mismo.
A solo unas cuadras más, luego de despedirnos, yo caminaba tranquilamente por la Avenida República de Panamá para regresar a mi trabajo. Dio rojo en el semáforo, esperé unos 10 segundos, y crucé por Roca y Boloña, una vez que una combi había ya frenado, pero cuando avancé otra se pasó de largo y casi me vuela la nariz. Estuve a un segundo de no contarla. Una señora gritó asustada, y me dijo que casi me mato. Lamentablemente, aquí en el Perú es el único lugar del mundo en el que la luz roja significa que hay que tener más cuidado si eres peatón; hay que contar (por lo menos más de 10 segundos luego del cambio de luz) para vivirla, porque sino te matan. Realmente inaceptable.
Ante todas estas cosas, qué voy a sentirme bien de que las cosas vayan "avanzando". Pamplinas. La única forma de avanzar aquí es sumándose a una cruzada para cambiarlo todo: hábitos, paradigmas, fanatismos, chips mentales. Felizmente uno hace algo por cambiar, desde lo suyo en la chamba (soy psicólogo social); exigiendo boletas en cualquier interacción económica, a pesar de las malas caras de los vendedores -como si uno quisiera joder por joder, cuando es una obligación dar boletas-; respetando las normas de tránsito como peatón, aunque a veces uno tenga que arriesgar la vida por culpa de quienes más bien no las respetan... Porque no solo ofendiéndose por lo que diga Iván Thays se hace patria, sino más bien trabajando por el desarrollo del país, involucrándose en una serie de cambios; gritándole cochino al que orina en la calle; increpándole al flojo que teniendo o no cerca un bote de basura tira sus desperdicios en la vereda, en la pista o en la arena. Me encanta la comida peruana, también, pero no temo en reconocer que no es saludable; varias cosas en el país no son saludables, sobre todo la intolerancia; la discriminación (sea racial, étnica, socio-económica, política-ideológica, o sexual); la desesperanza aprendida del "que robe pero que haga obra", que no es otra cosa que tranzar con la corrupción; la falta de oportunidades; y el que la gente no se compre pleitos realmente importantes como la situación de la educación, la política, la economía o la empleabilidad, sino en el chisme, en el morbo y en la nimiedad.
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