Quién soy. Pregunta aparentemente fácil de contestar, pero tan difícil al fin. Cómo no recordar ese pasaje tan cómico de Locos de Ira cuando Nicholson le pregunta a Sandler quién es y éste no puede contestarle bajo ningún medio, absolutamente desconcertado. Una sensación similar a la que siento cada cierto tiempo en el bus, cuando se me ocurre observar alrededor y ver a las gentes, a sus ojos que generalmente miran sin ver, como inconscientes del transcurrir del tiempo y la rutina, como si no se detuvieran nunca a ver más allá de sus narices, de sus decisiones, de sus pareceres. Una sensación de soledad, de distancia, de separación a pesar de la proximidad física frente a similares físicos pero no psíquicos. Una sensación similar a la que Sydney Carton sintiera momentos previos a su ejecución voluntariamente aceptada en la guillotina, cuando esos que lo miraban y pedían su cabeza -o mejor dicho la de Evrémonde, pero ignoraban su identidad-, tan iguales como él físicamente, pero diferentes en el interior, mostraban con su actitud sus conspicuas limitaciones, mientras él se preguntaba si valdría la pena el esfuerzo, si realmente fuera posible una superación, un cambio, una mejora.
Hoy acabé Historia de dos Ciudades en el bus, en el micro regresando a mi casa -como acostumbro, sin querer-, saturado por las últimas noticias que se refieren a otras más antiguas, las que tienen que ver con el caso de Analesio Pomatanta, el pobre joven de 17 años que fuera cobarde y miserablemente quemado vivo sin motivo por engendros con tan poca alma como los Defarge. Acabé Historia de dos Ciudades en un bus, en un pequeño submundo donde cada cierto tiempo -no muy extenso, lamentablemente- ocurren salvajadas sin nombre, viles suciedades, no tan horrorosas como la barbarie de la post-revolución francesa, que tanto se vanaglorian unos con enarbolar como el hito que marcó el cambio de era de la modernidad a la contemporaneidad, y que más bien podría considerarse la masacre más despiadada y brutal tan solo comparable a los campos de concentración nazzis, pero salvajadas al fin. En un bus donde es casi inverosímil observar a alguien leyendo, empleando bien su tiempo, pese a que la desordenada ciudad, tan grande y desordenada en su forma como en su crecimiento como los cabellos al viento smoggeado y los pensamientos de los pasajeros comunes, da tanto tiempo de sobra como para acabar semejante obra en viajes bien aprovechados.
Hoy acabé Historia de dos Ciudades en el bus, en el micro regresando a mi casa -como acostumbro, sin querer-, saturado por las últimas noticias que se refieren a otras más antiguas, las que tienen que ver con el caso de Analesio Pomatanta, el pobre joven de 17 años que fuera cobarde y miserablemente quemado vivo sin motivo por engendros con tan poca alma como los Defarge. Acabé Historia de dos Ciudades en un bus, en un pequeño submundo donde cada cierto tiempo -no muy extenso, lamentablemente- ocurren salvajadas sin nombre, viles suciedades, no tan horrorosas como la barbarie de la post-revolución francesa, que tanto se vanaglorian unos con enarbolar como el hito que marcó el cambio de era de la modernidad a la contemporaneidad, y que más bien podría considerarse la masacre más despiadada y brutal tan solo comparable a los campos de concentración nazzis, pero salvajadas al fin. En un bus donde es casi inverosímil observar a alguien leyendo, empleando bien su tiempo, pese a que la desordenada ciudad, tan grande y desordenada en su forma como en su crecimiento como los cabellos al viento smoggeado y los pensamientos de los pasajeros comunes, da tanto tiempo de sobra como para acabar semejante obra en viajes bien aprovechados.
Hoy acabé Historia de dos Ciudades, por fin, en tres o cuatro días ávidos de lectura, luego de pasarme casi un par de meses en la periferia de esas casi cuatrocientas páginas, que recién comprendo al final, recomiendo sin duda e incorporo a mis libros de cabecera. Y respondiendo a la pregunta, diré que soy aquel muchacho de lentes y camisa, que camina por ahí siempre con un libro bajo el brazo, que se molesta con facilidad cuando no hay forma de cruzar Juan de Arona con Manuel Fuentes, que lleva generalmente su laptop a todas partes casi sin preocuparse, que aprende cuestiones elementales que debió haber sabido siempre en un día como hoy, si no es mañana, o que ya sabe desde siempre cosas que pudo intuir su sobrio corazón. Diré que soy el que soy, doctor Buddy Rydell, orgulloso de mis imperfecciones, porque estas dan cuenta de mí mismo, porque así se está mejor, porque cada día puedo hacer algo más, y no solo para mí mismo.
2 comentarios:
Porque algo te conozco afirmo q eres el muchacho de lentes y camisa, que camina por ahí siempre con un libro bajo el brazo, que se molesta con facilidad (EN VERDAD ES CARETA PORQUE NO ERES UN GRUÑÓN COMO DICES SER) cuando no hay forma de cruzar Juan de Arona con Manuel Fuentes (SÍ PUES CALLES UN POCO DIFÍCILES... pero estamos en lima!) que lleva generalmente su laptop a todas partes casi sin preocuparse (me gusta esa actitud y me CONSTA Q LO HACES), que aprende cuestiones elementales que debió haber sabido siempre en un día como hoy, si no es mañana, o que ya sabe desde siempre cosas que pudo intuir su sobrio corazón.(LA PREGUNTA DEL MILLÓN! POR QUÉ ALGUIEN COMO TU TIENE UN SOBRIO CORAZÓN?) Diré que soy el que soy, doctor Buddy Rydell, orgulloso de mis imperfecciones, porque estas dan cuenta de mí mismo (Y PORQUE ERES CHEMA Y CHEMA ES VANIDOSO HASTA DE ESO), porque así se está mejor, porque cada día puedo hacer algo más, y no solo para mí mismo.(lo sé)...
¡Sigue escribiendo!
Quién eres? Si pues, tú sí eres gruñón, y sí que te preocupas por llevar tu laptop de un lado a otro. Intentas llevar una sobria vida, perfil bajo le llaman, pero no creo ni siento que tengas un sobrio corazón. Así te quieres mostrar, pero eso no es cierto. Tu corazón siente, se estremece, disfruta, vive, palpita a mil... y ahora más a menudo, no es así?
Ah, y yo soy Urpikusi, o intento serlo. En fin, tú ya me conoces.
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