Y por ahí destapo este espacio tanto tiempo postergado que ya no huele a nada más que a olvido, a destiempo, a cerrado. No sé que ha pasado conmigo, que ya ni hablo -bueno, a decir verdad eso nunca lo hice mucho, y por ello me dediqué más a escribir, pero:- ni escribo. Parece que el trabajo me absorbe, que la rutina y las preocupaciones son demasiado para salirme y hacerme un tiempo para estas cosas. Y no es que no me guste, que no le aproveche, que no aprenda cada día un poco más; quizás, y por el contrario, me falta esforzarme, comprometerme más, esforzarme más todavía. Quizá de esa manera retorne el impulso. Qué será. El punto es que hoy sentí nuevamente la sensación de sentarme de nuevo frente a mis demonios, y aunque todavía no los encuentro, pues deben estar volando a kilómetros de mi nueva vida de trabajador sudaca, dicen que el hábito hace al monje, así que aquí estoy otra vez. Espero que me dure la determinación, que no flaqueen las ganas, que no me puedan más el cansancio y las obligaciones, y que vuelva a la preclara procrastinación tan inspiradora y fructífera, tan querida y desestresante, tan añorada y descuidada por mí desde hace tanto.
O es que me falta sufrir, también, quién sabe. Estoy acostumbrado al cambio, a evaporar partículas de mí mismo, a sudarlas con la novedad de las particularidades con las que me toca enfrentarme cada día en este mundo de locos. Quizá simplemente me haya descuidado. Quizás haya cambiado tanto que ya no tiene sentido seguir escribiendo, o tan poco que no puedo hacerlo. Quizá mejor aquí lo dejo por hoy, que no hay que escribir de más, sino solo lo sentido, lo dilectamente pertinente según el baremo de la válvula acompasada que nos da la posibilidad de repartir el óleo carmesí que baña nuestras soledades.
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