El outsiderismo no es una vedette nueva en nuestras latitudes. En realidad viene de muy atrás, antes de la formación de los partidos políticos; incluso antes del militarismo caudillista que en tantas oportunidades tomó el poder en nuestras tierras. El outsiderismo tiene su origen precisamente en Simón Bolívar, quien destruyó el ideal de San Martín de forjar un laboratorio político con la monarquía constitucional que diera paulatina y progresivamente una formación en ciudadanía y democracia a los criollos, y más adelante, a todos los peruanos. Simón Bolívar llegó con hambre de poder en respuesta a la gloria, convirtiéndose en nuestro primer dictador de la historia republicana. Tenía pensado, incluso, dejar a su hijo de manera vitalicia en el poder (en otras palabras, una dinastía).
Desde allí y en adelante, nuestra historia se ha caracterizado por pequeños oasis de democracias endebles, construidas en base a un proyecto de estado-nación enemistado de raíz con la realidad social y los grupos minoritarios en recursos, pero mayoritarios en demografía y en necesidades básicas y elementales. La Guerra con Chile supuso acaso la gran excusa para reafirmarnos, más por odio y ganas de venganza frente al hermano agresor que por similitudes, como país. Sí, esa misma guerra en la que los carabineros que adentrándose en las montañas recibían mensajes confusos de los indígenas, que les decían que el Perú estaba en la costa, y no tenía nada que ver con ellos. Quizás con ella recién se supo empezar a valorar la patria con los ejemplos de Miguel Grau y Bolognesi, oh curiosidad, ambos hijos de extranjeros.
Allí aparecerían el segundo civilismo por un lado, y Gonzalez Prada y su pensamiento que inspiraría a Haya de la Torre y Mariátegui, por el otro. Vendría Augusto B. Leguía que concentraría poderes por once años, deportando a Haya de la Torre y pagándole el exilio a Mariátegui. Luego Sanchez-Cerro y de nuevo el militarismo que seguiría con Benavides. Luego regresarían las eleecciones con Bustamante y Rivero, y también con Prado Ugarteche, nada menos que el hijo del traidor Mariano Ignacio Prado, pero apenas tres años después Odría y el militarismo regresarían por 8 largos años. Luego repite el plato democrático Prado pero ante la amenaza del triunfo aprista, Pérez Godoy y Lindley tomaron el poder nuevamente a la fuerza por un año. Al cabo de este, nuevamente ganó el aprismo pero los militares obligaron a repetir las elecciones, y Belaúnde Terry las ganó. Pero nuevamente, a unos meses de acabar su mandato, Velasco Alvarado dio otro golpe que se prolongaría 12 años con Morales Bermúdez. Con una nueva constitución, quizá la mejor de nuestra historia, Belaúnde regresaría y sería continuado por Alan García, quien marcaría distancia del preclaro Haya de la Torre con sus acciones y equivocaciones, entregando el poder a un desconocido Fujimori, que daría un autogolpe y gobernaría a su antojo y placer por 10 años de gran corrupción, coronando el despelote con una renuncia por fax desde Bandhar Seri Begawan. Paniagua retomaría el control de la democracia pese a haber sido elegido con la penúltima votación del congreso, y luego le entregaría a Alejandro Toledo el poder. Finalmente, García repitió el plato en esta tierra del outsiderismo.
En esta gran historia hay varias constantes: nombres, caudillos, personas que hicieron partidos efímeros, y líderes que cambiaron a sus partidos o los acomodaron a sus personalísimos intereses. Sea como fuere, ninguno de los últimos presidentes de esta segunda primavera democrática que vivimos tuvo a bien forjar instituciones sólidas, pues la Policía, el Ministerio Público y el Poder Judicial, ni hablar del Congreso, son todos los malos del cuento, y la población les tiene mucha desconfianza. Y no lo hicieron porque ellos mismos fueron creados por la improvisación y la incertidumbre del instante. ¿Qué es el fujimorismo, acaso profesa alguna ideología? ¿Qué es Perú Posible sin Alejandro Toledo? ¿De dónde emergió Ollanta Humala? ¿El APRA tiene peso sin Alan García? ¿Se puede comparar a Gonzalo Alegría con Belaúnde? ¿Fuerza Social ha ganado un solo municipio distrital? No. Grandes nones, porque todos son o bien movimientos políticos entornados a una figura y que no representan valores cívicos ni democráticos, cuyos simpatizantes están acostumbrados a cambiar cada 5 años según aparezca cada nuevo outsider, o bien pertenecen a un gran partido cuyo nuevo líder se comporta como el peor de todos los outsiders.
Los outsiders de cada elección desde los 90 con Fujimori, 2000 con Toledo, 2006 con Ollanta y ahora 2010 con Susana Villarán, traen consigo movimientos políticos, mas no partidos. Coaliciones improvisadas, crazy-combis electorales, que probablemente florezcan para una elección, y de ahí permanezcan latentes en otros movimientos, sin conservar valores identitarios, sino más bien siguiendo a un caudillo. Esta es una clara manifestación del antiguo militarismo, una prueba irrefutable que no nos terminamos de adaptar a la democracia, y que esta es todavía muy incipiente, y sus partidos endebles. Ni siquiera el APRA puede darse el lujo de decir que es el tuerto en el país de los ciegos, pues desde que padece el liderazgo de García ya no tiene ningún cuadro decente, y la mayoría son borregos comprados por puestos que jamás buscarán trascender, porque no tienen con qué.
Así las cosas, en estas últimas elecciones vemos como Villarán triunfa con una coalición de izquierdas variopintas, donde hay orcos, trolls, muertos vivientes y otros demonios, muy diferentes cada uno del otro, que ahora gritan a voz en cuello: "La Izquierda unida jamás será vencida", pero que seguramente, como Barrantes lo padeciera en los ochentas, la abandonarán al más mínimo atisbo de responsabilidad y discrepancia. Seguimos y seguiremos produciendo estos y otros monstruos, porque la inestabilidad y la cultura del pobrecito lo permiten. Porque nos acostumbramos a votar con el hígado y con el resentimiento.
Así seguiremos jodidos, Zavalita. Porque todavía no tenemos madurez política, porque todavía no creamos instituciones fuertes, desde las fuerzas armadas hasta las iglesias, desde el Congreso hasta los partidos políticos, desde las instituciones públicas hasta el ciudadano de a pie que sigue leyendo "El chino", orina en la calle, cruza por debajo del puente o se pasa la luz roja y coimea al policía. Estamos jodidos, Zavalita, porque caemos en la estúpida resolución del apoliticismo, porque nos evitamos la responsabilidad de decidir dándole a terceros improvisados. Porque somos tantos que nos encariñamos con los "nuevos en política" que parecemos novias que caen siempre con el mismo cuento. Porque no podemos entender que la política es participación, información y cultura. Porque guardamos extremismos, porque no nos compenetramos, porque votamos por modas y preferimos las bufandas verdes a participar en voluntariados desinteresados o trabajar por los demás, porque preferimos ir contra el sistema que leer propuestas concretas. Por tantas y otras razones, estaremos jodidos si no fortalecemos las instituciones que tenemos, y permitiremos que los outsiders, fruto macabro de nuestra propia falta de identidad, cercene aún más nuestras brechas sociales.
No, esta historia no tiene un final feliz. Porque necesita que todos pongan de su parte. No esperemos que el 2011 tengamos que jugar al dopingüé entre el cáncer y el SIDA, o lo que es lo mismo, entre Ollanta y Keiko. A esa desventura lleva el ocioso apoliticismo. Evitémoslo de una buena vez, haciendo patria y fortaleciendo instituciones, dando el ejemplo y jamás menospreciando a la otredad. Y sobre todo, participando.
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