Como es lo que está de moda, en esta oportunidad haremos una reflexión acerca del fútbol, y de algunos de sus principales protagonistas, Diego Maradona y José Mourinho. Escribo estas líneas, debo reconocerlo, amargado con un resultado que lo veía venir desde que comenzó el primer partido de la selección favorita de la mayoría de las personas del planeta fútbol: España, con toda la constelación de estrellas y buenos tratadores de pelota que tiene, acaba de perder con una deslucida y forajida Suiza, desairando a la mayoría de fanáticos del juego bonito, y dejando en tela de juicio las filosofías harto conocidas del buen fútbol, practicado por las mejores selecciones brasileñas de todas las épocas.
Sin embargo, otra parece ser la constante de este mundial en el que el propio Brasil gana jugando como Alemania, es decir, con lo justo y necesario y no con la fiesta carioca de siempre, y en el que precisamente Alemania termina jugando como Brasil, es decir jugando bonito, al ras de la grama y goleando. Muchos empates, equipos bien organizados que se arman hasta los dientes, de atrás para atrás, sin vocación ofensiva, que terminan robándole uno o tres puntos a los convencidos de que la mejor forma de jugar es atacar y emocionar al público, recordando que este grandioso deporte llamado fútbol es también una forma de arte.
De esta manera triunfó, con el cuchillo entre los dientes, la tumbagigantes Grecia de la Eurocopa de 2004, eliminando a todos sus rivales con austeros 1-0. Así también derrotó José Mourinho a la Barcelona de los Messis, Xavis e Iniestas en la última Champions League, para al final quedarse con la corona venciendo al también aguerrido Bayern de Múnich. Así, también, hoy día la Suiza de Ottmar Hittzfield golpea a la España de Niño Torres, las casas de apuestas y los fanáticos del buen fútbol.
Qué nos queda esperar, entonces, para esta nueva Copa del Mundo, en la que el mismísimo Brasil juega con el estilo de Mourinho. Qué nos queda, pues Dunga fue el capitán de la selección brasilera que ganó, sin goles, la final más aburrida de la historia de los mundiales, en 1994. El Brasil de Dunga ha sido duramente criticado por los medios brasileros por esa tendencia tan conservadora e impropia de la selección verdeamarelha. Qué nos queda esperar si fue Italia la que consiguió la pasada Copa del Mundo a lo Materazzi, insultando a Zidane y haciéndolo expulsar, jugando rudamente y a la defensiva, con un esquema táctico encomiable, resultadista, en una palabra: efectivo, pero nada agradable a nuestros ojos, acostumbrados a la gambeta y la bicicleta. Qué nos queda esperar: equipos como Paraguay y Uruguay, que consiguen resultados importantes ante gigantes del fútbol echándose atrás y dedicándose a contragolpear, haciendo un trabajo sin duda alguna fuerte, agresivo, también táctico y precavido, pero a nuestro pesar, nada vistoso y bonito de ver.
Hablar de fútbol sin mencionar a la Argentina es casi un pecado. Pero también debemos decir que recurre a su más grande Mesías (¿o Messi-as?) para tratar de acabar con tantos años de sequía mundialista: no gana una copa desde México 1986, es decir, hace 24 años. Ante esta sed de triunfo, la directiva argentina no tuvo mejor hipótesis de trabajo que su gran paladín, Maradona, aquel superhombre que fue capaz de darle como jugador una copa del mundo. Los directivos argentinos prefieren a un líder motivador con un palmarés extraordinario como jugador, pero totalmente inexperto como técnico, que a un Bilardo filosófico, a un Mourinho súper táctico pero que al final se queda con el resultado. Argentina recurre a su mesianismo, a esa vocación tan sudamericana de elegir con el corazón y no tanto con el cerebro.
Ahora, en este mundo tan competitivo, ni siquiera el mismo fútbol, deporte rey sin duda y refugio de muchos frente los diferentes estresores de la vida, ha podido salvarse de la vorágine efectista de nuestro tiempo. Y en esa vorágine cayeron paraguayos y uruguayos, escogiendo a técnicos preparados, inteligentes y pragmáticos que han hecho trastabillar a nada menos que los últimos finalistas de la Copa del Mundo (Francia e Italia, respectivamente). A esa vorágine cayeron también los brasileños escogiendo a Dunga como técnico y olvidándose para siempre del jogo bonito. A esa misma convicción llegó Ottmar Hittzfield y logró que Suiza derrote a la favorita Furia Roja Española. Pero la Argentina prefirió recurrir a su Mesías, el supuesto D10S. Aquel jugador capaz de jugadas inenarrables, de goles increíbles, pero también aquel ser humano que cayó en el pozo del consumo de drogas, aquel cincuentón con temperamento de joven inmaduro que no parece ser suficiente para enfrentar a profesionales como los de ahora.
¿Será posible que un líder, en nuestro tiempo tan competitivo, apele solamente a la motivación para conseguir resultados? Yo no lo creo. Es más, estoy convencido que no. Menos una persona que se dedicó tanto tiempo al consumo de drogas como Maradona, destruyendo su talento y su capacidad, y comprometiendo sus facultades más elementales. Sinceramente, no creo que Maradona sea capaz de llevar a la Argentina, pueblo tan sufrido y necesitado de triunfos, a la obtención de la Copa del Mundo. Ojalá lo logre, con todo el deseo de un sudamericano más, pero lo dudo mucho, porque para ganar ahora en el fútbol, como en la vida, se necesita no solo vocación y motivación, sino un trabajo serio: que implica responsabilidad, profesionalismo y capacidad de contenerse. Es fácil consumir drogas, tirarse al abandono, decir que las cosas están mal, es fácil llorar como un niño y culpar a los demás, o las difíciles circunstancias y vicisitudes que hay que atravesar, como seguramente lo harán miles de argentinos si en esta Copa vuelven una vez más a casa con las manos vacías. Es más difícil trabajar y dar lo mejor de sí, es más complicado sacarse la mugre, como José Mourinho. Por eso Maradona debería agradecer a Dios que no va a enfrentar a un profesional como José Mourinho en la Copa del Mundo. Por eso habría que escoger mejor en nuestros países sudamericanos a nuestros líderes políticos, no tanto por el corazón sino por el plan de gobierno que nos ofrecen. Por eso, en última instancia, nosotros no deberíamos consumir drogas, sino entregarnos a la pasión de hacer las cosas bien hechas, única garantía para verdaderamente lograr nuestros objetivos.
Para finalizar, ¿Cuál es mi pronóstico? Yo creo que el fútbol, como la vida misma, ha evolucionado hacia la ciencia y el profesionalismo, hacia la competitividad, y que el próximo campeón del mundo no va a ser el que más bonito juegue, sino el que más preciso y efectivo sea, el que maneje mejor su libreta de apuntes, su libro de referencias, el que se saque más la mugre en el dibujo táctico. Por ello habremos de lamentarnos muchos con la extinción del jogo bonito, pero hagamos de tripas corazón, y convenzámonos de que siempre será mejor la evolución que la involución que es el inmediatismo, la improvisación, y el caer en el consumo de drogas.
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