Hoy tuve ganas de volver a escribir. Hoy estuve de paso por un centro comercial, absorto, cabizbajo, meditabundo como siempre, sin prestar atención al panorama, hasta que la vi. La observé, seducido por su belleza, por su blancura, por su acabado. Una camiseta de la U, mi equipo favorito. Recuerdo que el año que pasó -año en el que por cierto, y lo recuerdo sobre todo para mis amigos cagoncitos, la U salió campeón de la manera más justa y estadísticamente significativa en mucho tiempo, ganándolo todo en números y para variar en clásicos-, fui tres veces al estadio, a tres clásicos, además. El primero fue en el campeonato apertura, un clásico que comenzó intermitente, como tímido, como que los rivales se estudiaban mutuamente, hasta que Alianza comenzó ganando, para finalmente la U voltear con dos jugadas aéreas casi seguidas. Lindo partido, linda volteada, lindo escenario. Ese día de la pura emotividad recuerdo que regalé una camiseta nuevecita que mi padre me había comprado a una voluntaria gringa que ya estaba por regresarse a su país luego de dos meses de estar, en sus vacaciones, en el proyecto donde trabajo. Así que decidí, luego del concierto de papelitos al inicio del partido y con cada gol de la U, regalarle mi camiseta, porque era la ocasión precisa, magnífica, consecuente, irrepetible. Y así lo hice. Es por eso que cuando fui a los otros clásicos, justamente los de la definición del campeonato, y fui a los dos, no llevé camiseta actual alguna. Sin embargo, en el primero escondí un gorrito de la U en mi bolsillo porque el local era Alianza en su waterstadium, y fue una odisea salir y hacerme el cagoncito triste y lloroso por el supuesto mal resultado para que no me lincharan saliendo de Renovación; mientras que en el segundo pude llevar una camiseta antigua, de colección, del año siguiente de la muerte de Lolo Fernández, del 98', que quién sabe por qué todavía me queda, y que tiene un gran significado para mí, pero que ya no está para estarla llevando a gritar y sudar un partido, sino que más bien merecer reposar colgada en la pared.
Es por eso que ahora, soberbia, esta hermosa camiseta de la U me sacó de mi característica condición de ido. Y la compré, naturalmente, porque no he tenido en qué gastar mi grati, y sobre todo me gustó más que era la última que quedaba, de modo que justamente me llevé esa camiseta, la que quedaba en el mostrador que vi en la vitrina. Gustosamente me la llevé. Ahora me acompañará cada partido. Feliz año para todos.
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