Estábamos regresando de almorzar en el chifa de siempre, y mi compañero de trabajo decidió hacer una parada en el Wong de Benavides, pues quería comprarse una ensalada de frutas con confite. Los tres mirábamos embelezados cómo la vendedora bañaba las frutas en chocolate blanco y negro, confite y emanems, al son de compases de una ópera de Vivaldi, que sonaba dulcemente en derredor.
Cuando en eso se escuchó la voz lacónica de la perifonista: "Señor Hitler; acercarse al mostrador". Un grito ahogado como de revivido artificialmente me separó de mi ensimismamiento. La dulzura de Vivaldi se convirtió de pronto en una frenética Carmina Burana de Carl Orff. Un frío helado se apoderó de mi cuerpo: un estremecimiento pavoroso recorrió mis venas. Me imaginé un holocausto perpetrado por un Willy Wonka bigotón que bañaba en chocolate y caramelo caliente a sus víctimas. Me quedé petrificado, en serio. El efecto me duró varios minutos.
Enseguida, pensé en la repudiable existencia de personas que ponen los peores nombres inimaginables a sus pobres niños, que no tienen la culpa del error que están cometiendo, y que no se esperan lo mucho que sufrirán en vida tal particularidad. En serio hay que estar desquiciado para llamar así a tu hijo.
2 comentarios:
jajajajajaj Dios! todo lo q produce el escuchar ese nombre. Y sí pues muchas veces no se piensa en el daño y en la vergyenza q los ninos pueden sentir por sus nombres cuando ya no son tan niños.
Anótalos: Pícoro, Increible Jol, Ronaldiño, son algunos de los nombres q encontré en uno de mis libros cuando pasé por la prestigiosísima facultad de derecho de nuestra casa de estudios... todo un capítulo dedicado al buen nombre y la dignidad x el nombre jajajjajaja
Vanne
pero hay nombres que merecen la pena... ya? (muñeco cruzado de brazos)
Y.
Publicar un comentario