lunes, abril 23, 2007

Del monstruo y su hijo: Del 11S al 16A

[Uno de los profesores más antiguos de la plantilla de docentes de Virginia Tech afirmaba ante las cámaras de un reportero connacional que los Estados Unidos se han convertido, desde que un tejano zafado asumió la conducción del gobierno, en una tierra de vaqueros. No podemos estar más de acuerdo con el veterano profesor. Si bien es cierto que no podemos achacarle culpas de todo al insufrible e impopular presidente Bush, sí podemos poner el grito en el cielo y manifestar nuestra abierta oposición a ciertas características del aparato social de ciertos Estados de la Federación que componen el país todavía más rico y poderoso del orbe. La fácil adquisición de armas es una bomba de tiempo que incubre potenciales catástrofes y masacres como la que el mundo llora en estos momentos, y no puede mantenerse alegremente por el hecho de que la cacería es un deporte nacional -ya eso es indicador poco sutil del índice de violencia del pueblo yankee-, ni por predecesoras hecatombes como 11S. Obligados a reflexionar por esta terrible coyuntura, que pone de luto también al Perú -y no solo en las personas de los deudos del estudiante fallecido- , exploremos y ahondemos el tema.]
Virginia Tech es una Politécnica ubicada en el estado del mismo nombre, en la zona yankee -asumo que todos entendemos qué quiere decir ésto en términos coloquiales- del país del tío Sam. El campus de aquesta institución ha estado abierto a estudiantes de diferentes partes del mundo, y el porcentaje de éstos ha tenido cierta importancia en los últimos años, y va lógicamente en aumento. No así, al menos a gran escala, en lo que respecta a la idiosincrasia sureña para con los forasteros estudiantes, los cuales tienen que arrostrar, todavía, cierta hostilidad xenotípica. Recordemos las votaciones anti-migrantes, el nacionalismo acérrimo de derecha conservadora propio de estas regiones del sur del país. Por supuesto, esta postura se ha ido atenuando con los años y con el incremento de la tasa de estudiantes-migrantes de todas partes del mundo, desarrollándose así cada vez más las relaciones interculturales entre los mismos. No obstante, el fantasma de la Guerra de Secesión sigue apareciendo en gran parte de los trece estados otrora confederados. El partido republicano es el que gobierna. El fanatismo religioso, la intolerancia, la cerrazón a la pluralidad y la acentuación de los estereotipos anti- pululan en el Congreso, en diversas instituciones y en la Casa Blanca.
Cho Seung-Hui ciertamente era un sujeto con serias dificultades mentales, sociales e interpersonales. Estudiaba filología anglosajona, y en más de un trabajo sus profesores, por la calidad y sobre todo el contenido de los mismos, le recomendaron asesoría psicológica. Según los estudiantes de la siniestrada universidad, Cho era un chico raro, solitario, de pocos amigos y palabras, cabizbajo y de trato complicado. Algunos mencionaron que recibió hostiles interlocuciones a lo largo de su paso por VT por su condición de migrante surcoreano. No pretendemos con ello justificar su comportamiento, sería estúpido hacerlo, sólo hemos de mencionar aquello. Ni siquiera se trata de un factor determinante, mas no puede no considerarse en el análisis. Cho no era una persona normal, de eso no hay duda. La xenofobia tampoco es normal, como muchas otras actitudes de los diferentes engranajes sociales norteamericanos -la especificación de las uniones étnico-regionales como los grupos hispanos y afroamericanos, por ejemplo; la navidad negra o Kwanza, por otro lado, una reacción a ese sentimiento de exclusión de la minoría-. Son los mismos estadounidenses los que reconocen en los sureños ciertas actitudes y estereotipos: muchos de los turistas que vienen al Perú rajan sobre ellos, algunos lo hacen incluso siendo de esas zonas, mencionando el extremismo, el fanatismo y la estrechez de pensamiento que dicen les son característicos.
La venta de armas y municiones a diestra y siniestra admite debates acalorados y polémicos. ¿Se puede negociar por unos cuantos billetes la seguridad de toda una ciudad? ¿La vida humana acaso tiene precio? ¿Está facultado -en términos psicológicos y sociales- el pueblo norteamericano, caracterizado por la sobreestimulación mediática y tecnológica que mina el juicio crítico y por el contrario desarrolla automatismos, a portar armas, a adquirirlas con la misma facilidad con la que un niño compra una paleta, tomando en cuenta que 11S tiene todavía repercusiones patognomónicas de proporciones pandémicas? Vamos por partes.
Soy un convencido de que la venta de armas debería ser extinta de la faz de la tierra. Aquél es el único extremismo que me permito. Sin embargo, ante la imposibilidad de lograr tal beatle ideal, por lo menos puedo cuestionar estos mecanismos legales extremedamente incautos que ponen en las manos de cualquier persona, sin importar sus características, armas tan destructivas que ponen a toda la población como chivos expiatorios potenciales de masacres como la del pasado Lunes. Creo que la humanidad ha llegado a una época distinta, que no admite la violencia en ninguna de sus formas, sean éstas manifiestas o potenciales. Creo que el ser humano solo necesita su propia capacidad humana para comunicarse eficaz, eficiente y cordialmente, y no digo bocas o manos, puesto que muchos mudos y mancos han demostrado ser tanto o más humanos que aquellos sujetos que hemos tenido más suerte que ellos.
¿Es necesario portar armas? Entiendo que 11S significó un duro golpe psicológico para el pueblo norteamericano, golpe que catapultó la paranoia a niveles exorbitantes, y que quizás el plantear la veta de todo tipo de armas para la población civil sea demasiado contrareaccionismo -entiendo, mas no lo comparto-. Sería demasiado no porque sea descabellado, sino porque la gente no se siente segura sin armas -lamentable, pero cierto:-. Qué atrocidad, qué vergüenza que sea así. Hasta dónde puede llegar la fragilidad, la inseguridad, la impotencia y la debilidad de los hombres. Es alarmante la calidad paupérrima de los ambientes sociales estadounidenses, que conllevan a las personas a armarse hasta los dientes para disipar enfermos efluvios paranoides. Es lamentable e insano que un pueblo tenga que recurrir a estos extremos para convivir. Y es imperdonable que ésto se mantenga así, y no es de unos pocos años, sino desde siempre, en EEUU se mató a Luther King, a Lennon, y seguramente se quiere matar a Susan Sarandon o a Michael Moore. No es gratuito lo que ha sucedido, y no se trata de decir que Cho Seung-Hui tuvo la culpa, ni se puede justificar por esto el racismo ni nada parecido. La violencia está presente en EEUU; en el mundo en general. Luego de la masacre de VT, un estudiante norteamericano asesinó a un compañero de clases y se suicidó, mientras que en Colombia tres colegiales apuñalaron al director de su centro de estudios. En nuestro país también hay violencia, y muchísima: en el tránsito diurno, en los cláxones, en la cultura de Pepe El Vivo, etc.; la violencia en todos estos casos está tan arraigada en nosotros que no somos capaces de advertirla hasta que ocurren consecuencias extremas como las de VT, así que no miremos ésto con ojos foráneos. En tanto seres humanos, comprendamos que ésto también nos afecta.
Lo menos que podemos exigir es un control adecuado y una rigidez mayor en la adquisición de armas por parte de la población gringa -en Perú tampoco hay tantas restricciones para portar armas, que digamos-. Lo ideal sería que exijamos la veta de las armas, por lo menos para civiles, mas estamos todavía a mucho de ello. No debemos desalentarnos, debemos luchar por cambiar esta realidad tan patética como apremiante. No es posible que se juegue con fuego -literalmente- de una manera tan ingenua. Este hecho, por lamentable que sea, debe servir de ejemplo para reflexionar hondamente sobre nuestras leyes, sobre la calidad y naturaleza de nuestras relaciones interpersonales, y con mayor énfasis, sobre la completud de nosotros mismos como personas. No esperemos que el mandatario cowboy decida una burrada más, embebido en vengativas intolerantes y represivas, si sabemos que él es uno de los responsables políticos. Creemos consciencia de la no necesidad de armas para vivir, abramos nuestras puertas, miremos al otro a nuestro mismo nivel, tratemos de luchar contra los estereotipos y los prejuicios, contra la heredad de taras sociales como el racismo, el machismo y la xenofobia. Démonos cuenta que las cosas suceden en un contexto, en un ambiente, y no son eventos desperdigados sin sentido, por más extremos que sean. Cho puede ser cualquiera de nosotros. Las características personales que se le atribuyen solo pueden explicar los motivos de su conducta, mas el contexto social en el que se desenvolvió, ejerció sin duda, suficiente influencia sobre él. Una sociedad en la que una persona puede adquirir hasta doce armas por año, sin contar las municiones, no es sana. Una sociedad en la que la gente cree necesitar armas para vivir tampoco. Ésto denota serias dificultades en términos de relaciones interpersonales; no neguémoslo, trabajemos en ello. Si bien creo que debe cancelarse para siempre la venta de armas a civiles, tampoco se trata sólo de aplicar desde arriba una política mientras nada se hace desde abajo. Qué hacemos si la gente no reflexiona sobre ello: pronto fabricarían sus propias armas. Mucho trabajo nos espera.

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