lunes, diciembre 10, 2012

Nuevo depa, nuevos problemas


Mi pareja y yo adquirimos un departamento hace casi un mes. El amor y el compromiso nos hizo emprender la aventura de la primera propiedad en Barranco, llenos de ilusión… Son más de las 3 de la mañana y la bulla no nos deja dormir. Un retumbar frenético sin ton ni son, desacompasado, una borrachera terrible de sonidos que algunos entendidos llamarían salsa dura. Porque ambos trabajamos mañana lunes temprano, llamamos varias veces al Serenazgo[1] y ninguna unidad va ni viene, ni da razón.  A lo mejor se han sumado al jolgorio en lo que es el Embarcadero 41, la Peña del Carajo, Mr. Fish y otros tantos nombres que tiene un mismo puñetero local en la calle Catalino Miranda, aquisito nomás, a dos cuadras. 

¿Quién en su sano juicio puede asistir a un concierto un domingo hacia el lunes pasadas las 3 de la madrugada? ¿Qué acaso no tienen que trabajar un lunes?  Este es otro ejemplo de por qué la propiedad privada debería tener sus límites. No puede ser que por el derecho legítimo que puedan tener unos pocos cientos de jaranearse le estropeen la noche a miles de vecinos que tienen que levantarse temprano al día siguiente a trabajar. No puede ser que un serenazgo que se preste de ser servicial pasee de esta manera a quienes, con sus tributos, les dan un sueldo. No puede ser que un mismo local de diversión sea, a su vez, varias empresas que operan indistintamente, con un nombre por cada día o momento del día. Eso suena mal, y seguramente les evita varios problemas legales. No puede ser que una alcaldesa participe en una ceremonia de inauguración de un edificio de departamentos y se comprometa a solucionar el problema de los ruidos molestos de estos establecimientos y pasado un mes no haga nada al respecto. 

Nos pasean. Nos insultan. Nos quitan toda la ilusión. Y no hay derecho.  Me pongo a pensar que hay miles de vecinos que no se han sumado tan entusiastamente a vivir por aquí hace un mes como nosotros, sino que a lo mejor tienen varios años soportando estos atropellos. No sé si lo harán por puro y religioso estoicismo, o porque no saben cuáles son sus derechos. Me huele a lo segundo. No sé si a lo mejor también les quitaron la ilusión, a punta de patadas al amor propio y frenéticos ruidos en la madrugada, a los que, a lo peor, ya se acostumbraron a resistir.

Nuestros vecinos del departamento no se quedan atrás: pese a firmar todos ellos un contrato en el que estaba establecido que no iban a tener mascotas, muchos igual las trajeron, contraviniendo a la lógica y a las normas que ellos mismos se comprometieron a respetar. Inclusive tuvieron la frescura de negar que en el contrato que firmaron estaba la cláusula en la que se comprometían a no tener mascotas por tratarse de un departamento de alrededor de 70 metros cuadrados. Este tema estaba claro desde el documento de la separación del inmueble (antes del contrato, incluso). Qué puedo decir, se supone que la gente civilizada, cuando firma algo, cumple; el que firma afirma, dicen. ¿Los puedo culpar? A lo mejor es gente que está acostumbrada al sinsentido de vivir en una sociedad en la que la ley no vale nada y los contratos tampoco. Una raya más al tigre, qué va, como para no perder la costumbre.

Lo que me da más cólera es que encima niegan lo que firman. Se zurran limpiamente, como el ex Ministro de Trabajo que bien renunciado se fue a su casa luego de un lamentable pero seguramente muy espontáneo altercado con una trabajadora a la que insultó, presuntamente golpeó y amenazó con quitarle el puesto de trabajo porque él era el Ministro de Trabajo. Qué cosas, no, como diría El Quico. Yo no tengo ningún problema con las mascotas, el tema es que son 70 metros cuadrados, departamentos que no están diseñados para albergar a mascotas, las mismas que se van a estresar y van a estar ladrando y jodiendo a todos. Y la gente, ¿qué podemos esperar de ella?

Podemos armar el más bonito reglamento en el que establezcamos que los poseedores de mascotas deberán ponerle a sus bonitos animalitos distintivos, limpiarlos y vacunarlos, llevarlos a los pequeños en bolsas y a los grandes con bozales, acondicionar un solo ascensor para transportarlos, exigirles que lleven en todo momento sus implementos de limpieza y que limpien todo regalito que navideñamente puedan dejarnos so pena de fuerte multa. Podemos poner todo eso en el reglamento, pero hay un pequeño detalle: ¿Cómo nos aseguramos de que cumplan? Si ya tienen el antecedente del incumplimiento del contrato. Lo diré de otra forma: No estoy de acuerdo, no porque tenga nada en contra de los poseedores de mascotas o de las mascotas en sí. No estoy de acuerdo con la tenencia de mascotas en mi edificio, simplemente porque no confío en que cumplirán las normas, por más fáciles que sean. Porque están acostumbrados a no cumplirlas.

Todo esto tiene tan poca lógica como que en la avenida en que vivimos es la cuadra 3 de una avenida importante como República de Panamá, y que más allá, para ambos lados, la numeración es distinta. Y es que en Barranco, como en Lima y en todo el Perú, ya nada parece tener lógica: las empresas se cagan en los derechos de la gente, como el Ministro de Trabajo se caga en los trabajadores; la gente no reclama, y si lo hace, no es atendida; la alcaldesa, como el presidente, padecen de una inercia procaz; las entidades a las que uno debería acudir o acude, no responden o te pasean;  los propios vecinos de tu departamento, que firmaron un contrato en el que no se permitían mascotas, desconocen el contrato apenas se mudan, y tienen la frescura de negar la cláusula que han firmado.

Resulta que no me da la gana de aceptar estas condiciones. Resulta que quiero vivir en un edificio en el que uno pueda dormir de noche; en un distrito en el que la alcaldesa y el serenazgo no nos paseen; en el que los vecinos sepan sus derechos para protestar en conjunto cuando una empresa se sobrepase en los decibeles permitidos, pero a la vez sean conscientes de pagar impuestos y respetar los contratos que han firmado, así sea por las mascotas o por lo que fuere. Resulta que quiero vivir en un distrito en el que las avenidas tengan los números en el maldito orden en el que deben tenerlos, y que la gente sea proactiva y haga algo porque esto sea así. Resulta que quiero vivir en un país en donde el Ministro de Trabajo, el policía o el presidente no se caguen en el tránsito y espere su lugar para pasar, como el que menos, porque carajo son servidores públicos. Y resulta que no quiero tener que irme a Suecia para que todo esto sea realidad.



[1] Sistema de vigilancia privado asociado a la Municipalidad o Ayuntamiento local.