viernes, septiembre 25, 2009

4 años

Ayer se cumplieron cuatro años desde que comencé Crepúsculos y Cuadernos. Trato de imaginarme sentado a la máquina en aquel ya lejano 2005, el departamento anterior, las paredes azules, el cabello corto recién rapado. En esa época todavía mi estómago no me advertía que nunca toleraría el alcohol, así que solía salir más, aunque no mucho más, porque nunca me gustó tanto. En esa época la única preocupación que tenía era la de asistir a mis clases de la universidad, y debo reconocer que muchas veces ni siquiera eso me lo tomaba en serio, hasta que conocí a una persona que me hizo ver la vida diferente. En esa época también andaba mal de amores, qué curioso, hace tanto tiempo. Y aunque las desventuras de esa época han sido muy diferentes a las de ahora, en cierto modo también son iguales, partes de la misma historia, sobre todo por esa sensación en la piel, de curtirse, de añejarse. No estoy seguro si he aprendido mucho desde entonces, parece que no tanto. Parece que no tanto.
Ayer se cumplieron cuatro años desde que comencé Crepúsculos y Cuadernos. 260 entradas. 80 mil visitas. 4 años. 4 años. 4 años. Y no sé por qué me parece demasiado tiempo, para apercibirme tan igual. Y no sé por qué me parece tan poco tiempo, en realidad. La cifra me parece engañosa. No estoy seguro si he aprendido mucho desde entonces. Parece que no tanto.

domingo, septiembre 20, 2009

Meteorito

El bólido no era un Lan Rover, tampoco el auto fantástico. Más bien era una buena mierda, un Tico amarillo alquilado para la ocasión. La pista, una playa de estacionamiento en la costa verde, de pura tierra, piedras y huecos que pueden hacerte remover las ideas, al costado de un Rústica y unas canchitas de fútbol donde a cada rato salen volando pelotas desviadas que nos hacen pensar en que estamos en el último lugar de sudamérica en ese primitivo deporte. El profesor, el ex chófer de mi papá, amigo de la familia. El tipo es todo un caso y merece más de un post singular, es una persona muy agradable, confiable, de gran sentido del humor y buena chispa.
No era yo el único aprendiz; a lo lejos, aunque con un carro más parado y automático, un joven andaba muy meticulosa y cautamente con su padre en otro auto. "Bah, el automático es papayita; no hay mérito con eso", me animó mi conocido instructor. Y así, con algo de Radio Filarmonía, para mi tranquilidad, intenté arrancar en ese carro tan pequeñito. La palanca de cambios puesta en primera no me daba casi espacio para mi gran humanidad. Mi pobre pierna derecha tenía que encorvarse mucho y chocaba con la palanca, mientras que mi pierna y brazo izquierdos se acomodaban aplastándose a la puerta. Fallé un par de veces en el arranque, luego pude avanzar normal en primera, el tema de las vueltas es mi fuerte, de chico hice mucho chachicar, y mis maniobras asustaron en primer término a mi instructor, pero luego lo hicieron reír mucho.
Al cabo de una hora y media, aprendí a hacer el cambio a segunda y el retroceso. Y creo que en un par de domingos más ya voy a estar listo. Estoy aprendiendo rápido, y eso me hace tener más confianza en mí mismo, aunque también me hace tener ganas de ir a por más. Pero bueno, paciencia.

sábado, septiembre 19, 2009

El pelotas

El pelotas es un ser muy simple y puede describirse muy fácilmente. Solo es preciso que vean la película The ugly truth. Todos somos unos pelotas. Pensamos con las pelotas el 95% del tiempo. Ergo todos somos pelotas. El pelotas suele darse cuenta muy tarde de la situación. El pelotas suele ser distraído, estúpido, quizás noble por momentos, muy sincero por otros, totalmente falso cuando menos se lo propone, o cuando más lo quiere, o todo a la vez. Otras veces simplemente es un pelotas. Pero siempre se equivoca. Por eso es un pelotas, que eso quede claro.
El pelotas suele ser tan pelotas que puede no advertir que se ha enamorado y prefiere por desconfianza de sí mismo, por pura inmadurez o por descarada cobardía, abandonar barcos ominosamente seguros a paradisíacos destinos desconocidos, nuevos, enigmáticos, que nunca más se darán y que terminará anhelando pelotudamente.
El pelotas suele aceptar relaciones en las que no está seguro de querer a la persona porque una pelotuda y finalmente pasajera corazonada se lo dice. No se da cuenta que las pelotas le mandan otras cosas, no se da cuenta de las incompatibilidades, no se da cuenta de los contras. No se da cuenta de la camotudez pelotuda en la que queda como un perfecto pelotas. Y pueden pasar miles de años y el pelotas no se dará cuenta de lo que realmente sucede, por más de que todo el mundo se lo diga. Solo se dará cuenta cuando se dé cuenta, en flechazo de incomodísima sensatez, instante eterno de conciencia, como mirándose al espejo, de que es un pelotas. De ahí, como si el tiempo no pasara, se olvidará de sus errores y de que es un pelotas, hasta que nuevamente lo recuerde identificándose como pelotas.
Cuando el pelotas suele enamorarse, lo hará siempre de la persona incorrecta. Sea porque esta otra no está segura, porque no quiere nada serio, porque piensa en otra persona, o porque quiere sacarse el clavo con el idiota compañero de trabajo que la despreció. Sí pues, ellas suelen ser también muy pelotas, aunque no tengan pelotas.

jueves, septiembre 17, 2009

Los dos Homeros

Nuestra generación no es más la generación de los poemas homéricos, es más, probablemente muy pocos de los jóvenes del mundo occidental hayan leído a consciencia los himnos homéricos, además de las obras fundamentales La Ilíada y La Odisea. Recuerdo que más de una vez la gente no me creyó cuando comenté que leía La Ilíada por puro gusto y ganas de hacerlo. Y es que es así, nuestra sociedad, progresivamente, se hace cada vez menos lectora, al menos en esta parte del mundo. Cuando uno cruza el charco, en verdad nota una diferencia abismal en lo que respecta a ver a la gente de a pie, gente común y cualquiera todos yendo y viniendo en los metros con libros entre sus manos, taxistas con tres o cuatro libros de cabecera, caminantes con libros cargados, etc., pero hay que decir también que son en su mayoría personas adultas, no tanto jóvenes. Ya es por lo menos infrecuente, incluso en esos lugares tan privilegiados, ver a jóvenes con estas sanas tendencias. Así pues, y peor aún, hablar de Homero como el referente de una sociedad culta, leída, ducha, ya no es de nuestros tiempos.
Nuestros tiempos, tienen, curiosamente, a otro Homero, que parece haber reemplazado al invidente genio de la antigua Grecia. Nada menos que Homero J. Simpson. Y decir esto puede sonar escandaloso y lamentable, pero muy cierto. En los últimos 20 años, Homero J. Simpson y la popular serie de televisión ha roto todos los récords inimaginables de rating televisivo, convirtiéndose en la serie más vista de la historia, superando ampliamente a Friends y Seinfeld, por nombrar a algunas de las más representativas. Si bien es cierto que Homero J. Simpson cumple un rol fundamental en el análisis un tanto satírico de nuestra realidad social como lado del mundo occidental, no es tampoco descabellado hablar de que Homero J. Simpson haya reemplazado en importancia al Homero de las epopeyas antiguas. Y esto es muy simple, nuestras generaciones van leyendo cada vez menos, y van viendo televisión cada vez más. No pretendo generar con esto un shock para que todos ustedes vayan a leer compulsivamente -aunque sería formidable-, la idea es simplemente realizar una pequeña reflexión a propósito de la verdadera importancia de Homero -el antiguo- en nuestra sociedad, la sociedad de nuestro tiempo, que ya es regida por nuestra generación. Homero J. Simpson no tiene nada de malo en sí mismo, en tanto sirva como un instrumento de crítica constructiva y divertida, que nos recuerda hasta donde podemos caer en el descuido. Habría que desempolvar un poco al otro Homero, fijarnos más en él, en su importancia y en su ejemplo. Por nosotros mismos.

martes, septiembre 15, 2009

De la condición perfecta para escribir

Leyendo a Hemingway recogí aquella máxima que es tan verdadera, y tan humana a la vez, aquella de que es necesario atravesar una situación complicada, difícil, sentimental y psicológicamente hablando, para poder escribir con naturalidad, con destreza, con prolijidad. Por el contrario, cuando uno se encuentra inmerso en una tranquilidad absoluta, sin preocupaciones, con las cosas resueltas, cuando uno se encuentra "feliz"... pues entonces cae en una irremediable sequía literaria, en un abandono de inspiración que se siente pesado, hasta que de nuevo aparece el sufrimiento, y por consiguiente, el caos, la paradoja creadora, y es ahí, y solo ahí cuando desempolva otra vez la pluma. Es en ese estado de infelicidad completa, caótica, desordenada, desenfrenada, llena de pasión, de hiel, de intranquilidad, de sinsabor, de desesperanza, de temor, es en ese estado de las pelotas en el que la pluma se dispara sola, el cerebro no da tantas vueltas y las palabras se dejan escribir con gran facilidad. Me ha pasado a mí, una persona absolutamente normal y ordinaria, que dejara de escribir casi compulsiva y rutinariamente cuando tuve una pareja estable, a pesar de las continuas peleas y enfrentamientos, que son tema de otro post; y también le ha pasado a Hemingway, un genio. Creo, es más, que les pasa a todos.
Recordemos a la Beatriz del Dante. Imagínense que una obra tan impresionante y maravillosa como La Divina Comedia fuera escrita hacia una mujer que despreció al genio de Allighieri, que jamás siquiera le miró, que rechazó siquiera darle una sonrisa. Comentaristas y seguidores del gran genio italiano agradecen el rechazo casi mítico de Beatriz para con Dante, pues seguramente si ella no lo hubiese rechazado, nos hubiéramos quedado todos sin esta magna obra que es uno de los pilares de la esencia artística humana. Yo les aseguro que si Beatriz hubiera aceptado ser cortejada por Dante, éste nunca hubiese podido tener la vena genial para escribir jamás su gran coloso literario. En el rechazo más primario y absoluto, nuestro Dante sintió el amor más platónico, la más grande añoranza del qué pudo ser, y lo llevó a recrear un mundo sin igual.
Quizás esa hubiera sido la mejor respuesta que hubiera podido jamás darle a mi ex cuando se quejaba de que nunca le escribiera, y con ella a todas las chicas que alguna vez se quejaron de no haber merecido algunas páginas o versos. No se trata de ustedes, se trata del estado cuasi hipnótico, cuasidepresivo, cuasihipoactivo que produce la espera del amor, la ansiedad inquietante del no saber, del no tener nada serio, nada seguro, nada comprado, o de la amargura del desamor, de la pesadumbre de la desolación, la desconfianza, la tristeza escéptica, el rechazo hepático al "Vivieron felices para siempre" tan hollywoodense y falso. Solo así se puede escribir con toda la vena del alma, con toda la sangre del cuerpo, con toda la pasión del corazón.

domingo, septiembre 13, 2009

Nuevamente


Nuevamente quise no despertarme tan temprano
y quise robarle más sueño a los minutos,
para no aturdirme tanto en repensarte.
para no agobiarme tanto en representarte,
para no cansarme de intentar descansar de ti.

Nuevamente desperté con las dudas en la cabeza.
Y quise alejarlas de mi pensamiento,
pero cada que pueden regresan más intensas,
pero cada que pueden se incrustan más, violentas,
pero cada que pueden aturden más el corazón.

Nuevamente respiré el aire entrecortado, agónico.
Mientras caminaba por las calles desiertas, ajenas.
Y quise reconocerlas contigo de mi lado.
Y quise caminarlas contigo de la mano.
Y quise respirarlas con tu aliento en derredor.

Nuevamente te soñé despierto entre la gente.
Me ausenté del tiempo y del espacio, distante.
E imaginé tus cabellos de tórrido azabache.
Y soñé con tus ojos contemplándome.
Y recordé tus labios besándome.

Y durante el día escuché treinta canciones de la radio asociándolas a ti.
Y durante la semana respondí cien veces el teléfono contestándote a ti.
Y desde que te conozco, intenté leer mil libros en vano para no pensar en ti.
Y nuevamente regresé a mi casa con ausencia de ti.
Nuevamente me acosté en mi cama queriéndote aquí.

sábado, septiembre 12, 2009

Por qué no te das cuenta.

Por qué no te das cuenta...
Que cuando estoy cerca a tu cuerpo el mío se me inquieta.
Que mi pecho se estruja, que mi corazón se alegra.
Que mis palabras se difuminan y mi voz se mengua.

Por qué no te das cuenta...
Que cuando despierto en la mañana te recuerdo toda.
Y recuerdo la textura de tus labios y el sabor de tus besos.
Y recuerdo también el olor de tu cuerpo y tus cabellos sueltos.

Por qué no te das cuenta...
Que tu sonrisa me acelera el alma y me inquieta la mirada.
Que tus ojos, cuando me observan, me devoran la piel y los huesos.
Que tus labios me transportan al infinito con tus besos.

Por qué no te das cuenta...
Que con solo con un gesto, una palabra, me tendrías a tus brazos.
Que con tu silencio, ahora, me puede la angustia y el desánimo.
Por qué no te das cuenta, maldita sea, que así me obligas a abandonar
.

viernes, septiembre 11, 2009

La cajita de la Autoestima y Radio Filarmonía

Desde que descubrí que mi celular había venido con un implemento para radio, me puse a escucharlo -créanme que me demoré mil años para advertirlo- y sentó y sienta muy bien Filarmonía, sobre todo para leer libros de regreso a casa tarde de la chamba. Sienta muy bien sobre todo después de un árduo día de trabajo desde temprano, caminando, preguntando, conversando, cabildeando, cuando el cansancio agobia, cuando el aplomo devanea, cuando el sueño te coquetea los párpados. Sienta bien cuando el orgullo de haber hecho correctamente lo debido es la única excusa para no dejarse apresar por el cansancio. Sienta muy bien la buena música después de un exitoso taller de Autoestima a mis niños de la Cooperativa, quienes elaboraron formidables cajitas de la Autoestima, las cuales llevarán consigo y guardarán para cuando titubeen, cuando duden, cuando se sientan mal, para que se acuerden de sí mismos y de su valía, y de sus cosas buenas y las partes de su cuerpo que más les gustan, de sus muchas virtudes. Para que con positiva nostalgia, cuando grandes, recuerden que trabajaron una linda cajita con pensamientos positivos acerca de sí mismos en sus años mozos. Hasta escribir de ello con Filarmonía sienta muy bien.

jueves, septiembre 10, 2009

Plácidamente Plácido

El concierto del día de ayer fue magnífico. No fue para menos que el cabalístico 09.09.09 nos deparara el gran espectáculo que fue escuchar en vivo a Plácido Domingo. Las dos veces anteriores que vino me lo perdí, era bastante joven y mi madre no me solía llevar a los conciertos, pero ahora fue diferente, ahora la acompañé a mis flamantes 24 años, y con mi hermano menor, también ya bastante crecido.
La última vez que lo pudimos ver fue en la Plaza de la Familia Real, en Madrid, el 2007, cuando a la salida del Teatro Municipal en su celebración por los 10 años de dicho establecimiento, se asomara al balcón y le dedicara al público asistente varios de sus mejores temas, totalmente gratis y con fuegos artificiales y millones de papelitos. Para nosotros aquélla fue una grata sorpresa, puesto que era nuestra última noche en la capital española, y yo particularmente por aquel capricho de mi madre tuve que sacrificar días en Barcelona.
En esa ocasión, empero, no nos homenajeó con las soberbias interpretaciones de La Flor de la Canela y El Cóndor Pasa, porque eso lo tenía reservado para su última visita al Perú, en la que un timidón canciller José García Belaúnde le honrara con El Sol del Perú en el grado de Gran Cruz a mitad de la ceremonia. Luego de su más clásica interpretación, El Granado cerró con tres temas mexicanos, llevándose al bolsillo al público y al corazón al Perú. Antes de despedirse, confesó que le encantaría regresar y cantar al lado de Juan Diego Flórez, nuestra gran figura. Esperemos que regrese pronto, porque es un grande de esos que quedan pocos.

sábado, septiembre 05, 2009

Suspiros a la limeña

Estaba esperando a alguien a quien en realidad parece que no debo esperar, a la que además me estoy cansando de esperar, y a la que probablemente me cansaré de esperar en algún momento. Me sostenía meditabundo sobre el asfalto de una calleja, concentrado en la radio, hasta que de pronto me dejé llevar por la calle y anclé en una esquina; era una panadería.
Haciendo tiempo, observé los detalles de los postres, y me hizo ojitos un Suspiro a la limeña, con sus ribetes blancos y su pomareado contorno canelita. Le dije a la chica de la caja que quería un Suspiro a la limeña y una chicha para bajarla, por si me empalagaba. Pagué. Acto seguido, fui donde la otra señorita, la que atendía, y le repetí mi pedido. La segunda señorita, muy coqueta ella, suspiró cuando le pedí un Suspiro, a lo que rápidamente, acoté sonriente: "qué suerte, me salió gratis un suspiro". Lo que dije encandiló a la mesera, quien me regaló una sonrisa de aquellas.
Dos minutos después, mientras me ponía cómodo en una de las mesas de la panadería, vino la señorita con mi pedido, y mientras limpiaba la mesa, dejó caer una botella. Se sonrojó; le sonreí, clavados los ojos en ella. Finalmente, y para fastidiarla, hice yo otro suspiro. Me miró sonriente mientras se alejaba. Fue un Suspiro -el dulce- muy agradable, como también fue agradable saber que en esta espera que desespera, no debo esperar tanto, y que hay otras esperas que pueden no esperarse, o que, sin necesariamente esperar, puedo recibir algo, sin tanto suspiro por ella.