sábado, mayo 30, 2009

240 y 75 000

Mierda. 75 000 visitas. Y solo 240 entradas.

lunes, mayo 25, 2009

Sobre Renzo Schuller, Magaly Solier y la envidia

La envidia, coloquialmente hablando, es el pesar del éxito o del bien del otro. Según la DRAE, se trata de sentir tristeza o pesar por el bien ajeno. Una segunda definición de la envidia admite la emulación, es decir, el deseo de algo que no se posee, y que a su vez, es poseído por otros. Pero la envidia es en realidad una enfermedad del alma; no existe una envidia positiva, porque el solo pensamiento envidioso ya es errado, equivocado, y personalmente, inaceptable. Por una sencilla razón: porque se centra en el "afuera". Por afuera quiero decir: no en uno mismo, sino en los demás.
Si el pensamiento envidioso encierra un anhelo -que es algo interior-, por algo que no se tiene en el interior, entonces en el exterior no es el lugar donde ha de ser buscado o codiciado, sino en el propio interior. Es decir, si yo no estoy conforme conmigo, entonces yo debo mejorar. Esa debería ser la lógica; sin embargo partimos de un error al encontrar en los demás las cosas que nosotros queremos, y al no tenerlas, las envidiamos, y concretamente envidiamos a estas personas, e incluso desarrollamos sentimientos y pensamientos encontrados y negativos por ellas, cuando ellas no tienen la culpa de la velocidad con la que adquieren sus propios éxitos, y se diferencian de nosotros, que tenemos nuestra propia velocidad, y por consiguiente, nuestros propios tiempos y nuestros propios logros.
Existe una parábola en la Biblia, que no recuerdo con exactitud, pero habla de trabajadores del grano, que reciben una paga que es igual para todos por un mismo trabajo. Resulta que el jefe decide darle a uno de los trabajadores un poco más, porque sencillamente así lo quiere, entonces los demás tienen envidia de él y le reclaman al jefe que también les dé a ellos lo mismo que a él se le da. El jefe le responde a uno de ellos: Yo te pago lo justo, lo que hemos convenido por tu trabajo. Y tú no reclamaste antes, ¿por qué reclamas ahora? Por qué. Por envidia, sencillamente por envidia.
Nuestro país es el país de los envidiosos. Nadie es más repudiado que el exitoso; el exitoso, el correcto, el que hace lo que está bien, ese es un ser despreciable y nadie le hace caso. Mas bien se le ignora. Por ejemplo en el tránsito, al que respeta las normas, en lugar de alabarlo, de reconocerle su bienacción, se le insulta y se le menta a la madre por no avanzar cuando está en luz roja pero no hay nadie en el otro carril, o porque redujo la velocidad en amarillo por seguridad para no correr peligro.
Menos aún si el éxito es de una persona, o el exitoso es una persona, que pertenece a sectores menos favorecidos, usualmente deprimidos, o con menos posibilidades. Ahí ya la situación se vuelve insostenible. Las ráíces de la baja autoestima construida con fijaciones objetales extrínsecas -en sencillo: con premisas externas y no con principios internos, independientes- pululan al exterior, y se avalanzan sobre el triunfador como hienas a su presa, buscándolo hacer caer al nivel que ellos tienen, la mediocre realidad. Es decir, empatarlos hacia abajo. Por eso Renzo Schuller, Denisse Arregui y Jimena Lindo sueltan este tipo de comentarios estúpidos y racistas frente a Magaly Solier. Claro, aducirán que es un chiste, que no era su intención, pero el solo hacer ese tipo de chistes refleja su propia frustración frente a esa emulación: ¿por qué ella, que es una cholita que fue descubierta por Andrea Llosa y no estudió actuación, se va a Cannes, y yo, limeñito de Miraflores, que estudié actuación, no?
¿La justicia es la igualdad absoluta obligada y obligatoria para todos? Esa es la justicia comunista. Y es un ideal poco dable en la práctica, al menos en la práctica humana. Sin ir a lo político, quiero que entiendan lo siguiente: la justicia no es otra cosa que el devenir, la justicia es lo que sucede, es la igualdad de oportunidades. Cada uno tiene sus propias oportunidades, por tanto no es necesario fijarse en un otro para buscar en uno mismo nada. Mejor es centrarse en uno mismo y crecer a estar anhelando o emulando en otros lo que no tenemos. Un poco de reflexión, eso es lo que necesitamos, para reducir esta proclividad hacia pensamientos envidiosos. La envidia es una forma de alienación, porque al envidiar uno se rechaza a sí mismo. Se rechaza a sí mismo porque rechaza la posibilidad de creer en uno mismo y en la superación personal, y prefiere ver en los demás lo que no tiene. En la envidia, no importa el objeto envidiado, lo único que nos debe importar es que la envidia es una necesidad de ver las cosas hacia afuera, no hacia adentro, que en realidad refleja la no aceptación de lo propio, el desprecio de uno mismo o de su condición, y consecuentemente, el desprecio de lo interno.
A Magaly Solier no le importa lo que piensen los demás, ella sigue su camino. Ella es su propia competencia. Por eso va a Cannes. Renzo Schuller y compañía se fijan primero en los demás para luego pensar por asociación en sí mismos, por eso no están conformes consigo mismos, y prefieren, o su inconsciente prefiere, en todo caso, salirse con estas bromas que no hacen otra cosas que sublimar su propia inconformidad con el programita de baja monta que tienen en cable. Arriba las Magalys Solieres, abajo los Renzos Schullers y compañía.

martes, mayo 12, 2009

Como mentarte a la madre

El día viernes pasé un rato agradable sin buscármelo. Estuve presente en una de esas celebraciones del día de la madre, del hermano menor, todavía niño, de una amiga que recién conozco hace poco por medio de la chamba. Hubo bastante pica pica, globos, músicas típicas y pelucas estilo Yola Polastri. Al final la enorme cantidad de basura descubierta debajo de las sillas que gentilmente ayudamos a acaparar frente a las paredes del recinto me llevó a sugerir formas asertivas de recolección de la basura con la participación de los invitados, para que los ancianos limpiadores no tengan que hacer tanto trabajo luego de las presentaciones. Los viejos limpiadores me miraron sonrientes, las profesoras ídem; les pareció buena idea, pero en esa forma tan pretérita de sí pues, tienes razón, pero no es lo tradicional. Al final las profesoras me premiaron con un vaso de chocolate y un sánguche, como si la sugerencia solo implicara la recompensa y no la puesta en práctica. Al menos estaba rico el sánguche, y como era gratis, era más rico. La estrellita en la frente empezaba a gustarme cuando recordé que mi amiga era vegetariana ovoláctea, y podía comerme también su sánguche.
Camino a su casa me invitó a una reunión por el regreso de Barcelona de uno de sus mejores amigos, en la que participaría todo su grupo de barrio, cole y universidad a la vez -parece que los grupos de barrio son para toda la vida-, cómo será eso, yo vivo en uno de esos fríos sitios pitucoestupidones donde uno nunca llega a conocer a ninguno de sus vecinos, además de que me he mudado muchas veces. En fin, me animé a participar de la reunión mientras la animaba a cojinazos terapéuticos y lúdicos por su cese en la chamba, y nos quedamos esperando a que comience la reunión, ella fumando y yo conversando con su madre, quien también trabaja en ONGs.
Fue chistoso ver ir llegando, o que me vean mientras llegaban, cada uno de los invitados. Todos tenían ropas casuales, y yo estaba como para patearme el culo: con camisa a cuadros, lentes y pantalón con correa. Encima tenía mi maletín de laptop y mi almuerzo por ahí, estorbando. Jaja. En fin. Lo peor de todo fue que mi amiga, siempre con un look y una personalidad bastante menos alienada que la mía, se burló de la peor manera: me presentó como psicólogo y para colmo que trabaja en CEDRO. La puta madre. Tremenda mentada de madre: las simpáticas y alegres caras que me observaban con las copas y vasos levantados tornaron esas mismas copas y esos mismos vasos e incluso sus miradas hacia abajo, cabizbajos, como con culpa. Y más de uno hasta se me acercó a pedir consejo. Te odio, maldita. Na, en verdad me divertí.