martes, marzo 17, 2009

El pecado de almorzar en la oficina.

El señor ex ministro surcaba las instalaciones de la oficina principal. Saludaba al Director Ejecutivo, a un par de coordinadores, incluso al portero. Como es usual con las visitas, se les muestran todas las oficinas, enfatizando en una o dos ideas la importancia de cada área y proyecto.

Era el primer día en que se me ocurrió llevar almuerzo a la oficina, pensando por primera vez seriamente en alargar un poco mi exiguo sueldo, a ver si puedo ahorrar algo, o comprarme alguna boludez de vez en cuando sin tener que ayudarme de mi viejo o que el compañero de trabajo me preste un poco y de ahí le ande pagando de a poquitos.

Así estaba yo, despreocupado, atracándome con el arroz con pepián de choclo y su pollito en salsa roja. Así entraba el ex ministro en la oficina. Separaba yo un huesito del pollo, la mejor parte, carajo. Y el terror. El enternado ministro hizo su ingreso escoltado por el director. Felizmente el director señaló primero el proyecto que estaba más cercano a la puerta. Felizmente me habían relegado a la ventana, lo que me parece en realidad un premio porque se aprovecha bien la luz, pero ese es otro tema. Felizmente recordé que era antiguo fan de los Caballeros del Zodiaco y logré elevarme al sétimo sentido guardando en un santiamén los adminículos, tapándolos con la mochila de una compañera y minimizando el messenger poniendo en su lugar un trabajo que había ya hecho y que me puse a revisar convenientemente.

No me jodan, que estaba en mi descanso. Qué pecado extraño es almorzar en la oficina.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Es cosa de funcionarios públicos, eso de las visitas inoportunas.

Eso sí, de todas maneras, que salado. Felizmente el mar no llegó al malecón.

Urpikusi dijo...

Uhmm y por qué en vez de comer en la oficina no comiste en el comedor? eso es elemental, mi querido guátson.

Chema dijo...

Ni de funcionarios públicos ni de guátsones, mis amigos. Sencillamente mala suerte, pero al menos tuve una semana productiva. El comedor estaba lleno, naturalmente. Y si almorcé en la oficina fue porque no hubo tiempo para salir a comer, pero bueno. Felizmente el mar no llegó al malecón, aunque la salinidad siempre va a estar cerca de los que amamos el océano.