lunes, diciembre 24, 2007

Noche Mala


(Escrito entre las 00:50 y las 1:40am del 24 de diciembre, en un bus de Lima a Trujillo).


Para nadie resultará nuevo, si me conoce, que no son de mi agrado los convencionalismos. Particularmente la navidad me resulta un tiempo a veces molesto, no solo por la obvia incompatibilidad del caucásico y abrigado vejete en un trópico de cholos, de la solemne y grasienta pomposidad del pavo horneado con exquisiteces cuando normalmente no alcanza ni para el pollo con puré de papas, y del acto irracional de tomar chocolate caliente en la semana de mayor temperatura promedio del año; sino también de las no menos falsarias y ahuecadas reuniones “familiares” en las que se intenta demostrar una opulencia que no se tiene, y una unidad hipócrita y dudosa compartiendo con gente que de otra manera no verías el resto del año. Sí, el ejemplo perfecto son las inaguantables e imperecederas viejas que no sabes de qué parte del árbol genealógico de la familia vienen, y que te saludan prensando tus cachetes aunque ya tengas 22 años. ¿Acaso alguien las visita? ¿O se acuerdan de sus cumpleaños? No, desde luego. Estoy viajando a Trujillo a una versión más actual de estas inefables reuniones. Felizmente son una vez al año. Al menos fui sincero y les dije a mis padres que no tenía el mínimo interés en ir, pero por supuesto apareció el rollo populachero y colectivista, absolutamente indefendible y demagógico del no seas malo, hijito.

En fin, aquí me tienen, pues, viajando a Trujillo una vez más. Pero, como ningún mal viene solo, a pesar de que al menos no vine en esos transportes del infierno de Ormeño o Cial –sino en Ittsa, altamente recomendable, dicho sea de paso-, como siempre, me tocaron los peores huéspedes que a un viajante de mis características le puede tocar. Sí, una niña de unos cuatro años, sentada adelante, me hacía la vida imposible con su inacabable curiosidad de egocéntricos decibeles. Por si fuera poco, pusieron una de esas cochinas películas hollywoodenses dobladas –cuándo no en los buses-, y a todo volumen, desde luego, como para constatar que estamos en el tercer mundo. Como supondrán, me había puesto a leer, pero el mundo no quería que lo hiciera y tuve que tragarme el estúpido argumento de la película o ganarme ochenta canas, algunos vestigios de arrugas y centímetros cuadrados más de calvicie prematura en el heroico intento de seguir leyendo. Era una de esas horribles películas de Amanda Bynes; en esta ocasión se disfraza de su hermano para demostrar que puede jugar fútbol como los hombres. Qué tributo a la intrascendencia, no me jodan. Debería escribir un tratado de neofeminismo, mejor. En fin.

Una vez que acabó ese suplicio, pensé que podía leer. Pero no era todo, a mi derecha un cerdo infeliz roncaba como si tuviera un rayador en la garganta. Por suerte se ha callado hace unos segundos y no me desconcentra para desahogarme de su porcino dormitar y de las demás vicisitudes de mi tragicómica vida. Pero desde luego no me ha dejado leer a placer, el maldito. A esta gente deberían prohibirla o condicionarla a ciertos parámetros. Ah sí, métanse sus derechos por el culo. Por qué esas compañías que no tienen nada mejor que hacer que inventar maneras estúpidas de vender estúpidos inventos dizque utilísimos a precios regalo, no inventan algo que de verdad vale la pena como un callador de ronquidos o un artefacto similar que de verdad sí que es desesperadamente necesario para no tener que reprimir las ganas de silenciar a puñetazos a estos miserables que no te dejan leer, ni dormir, ni vivir en paz. Tuve que irme, finalmente, a un asiento desocupado de atrás a poder conciliar algo de sueño.

Por qué, además, no amonestan a la gente que lleva niños a los lugares públicos como el teatro, carajo. Hace poco, asistí a cuatro de las seis funciones del grupo de teatro del colegio de mi hermano, y siempre tuve la perra suerte de que por lo menos una vieja estúpida llevara a un chibolo en esas edades tan insoportables en las que solo preguntan y preguntan y preguntan y no ven ni mierda y no tienen que hacer nada en esos lugares. Y cuando uno voltea con cara de puta madre, me están cagando la vida, la vieja siempre te mira como si estuviera orgullosa de la impertinencia del niño y de la aún mayor impertinencia de haberlo llevado a ese sitio. Sí, sí, no me gustan los niños pequeños. Ojalá no tenga hijos. Seguramente les pondría un bozal porque no sería capaz de aguantar tantas preguntas estúpidas ni invasiones tan espantosas del espacio. Pero es que no tienen que hacer nada ahí, pues, carajo. Que los lleven cuando les sirva y cuando no jodan al resto. En el Perú es deporte nacional joder al otro.

¿Hasta cuándo mantendremos ese comportamiento tan sudaca de no respetar o tomar en cuenta la proxémica, el respeto por el espacio? ¿Por qué tienen que poner al tope el volumen de las estúpidas películas dobladas que siempre pasan en los buses? ¿Tan difícil es mejorar el servicio y brindar la comodidad de escuchar y ver la película O NO y no obligar a la gente a tragarse 90 minutos de cursilería barata? ¿Y qué pasa si yo no quiero ver esa mierda de película y quiero emplear mejor el tiempo y leer? Por qué me hacen la vida tan difícil. ¿Por qué los microbuseros tienen que gritarle al mundo que escuchan la mierda de música que escuchan reventándole los tímpanos a todos los demás? ¿Es que quieren vengarse con nosotros los universitarios, aparte de subirnos el precio cuanto mierda les da la gana, por la vida miserable que les tocó vivir? Por qué tienen que restregarle en los oídos a todos sus ganas de escuchar SU música. ¿Para qué mierda se inventaron los walkman? Y que no vengan a joder que son caros, porque por lo menos tienen un pariente que o bien los trafica o bien los roba y luego los vende por ahí.

Por qué no me dejan en paz ni siquiera en la víspera a la que ustedes llaman Noche Buena. A veces desearía ser tan estúpido y creer en que Papá Noel es una muestra más de unión y amor y no un boom mediático de Coca-Cola y el capitalismo. A veces me gustaría ser tan ingenuo y creer que la navidad en efecto es una fecha de reflexión y no una invitación al consumo y la mercadotecnia. A veces desearía ser tan rudimentario y común como para disfrutar viendo esas películas tan estúpidas en lugar de preferir leer y cagarme el hígado en el intento. A veces preferiría no asquearme y no sembrarme el cáncer moliéndome las facciones y encaneciendo mis cabellos de la cólera, de la impotencia y la vergüenza de soportar su barbarie, su inherente bestialidad, ustedes hombres comunes. Cuando un niño de cuatro años haga estas preguntas lo secuestraré y lo adoptaré como hijo. Y ya mejor me despido, porque el cerdo del rayador en la garganta ya empezó de nuevo a fustigarme la paciencia. Y temo perderla y patearle el asiento o tirarle la Incakola que sobró de la merienda que repartió la azafata. Feliz navidad.

2 comentarios:

Octavio M dijo...

Como bien dices, estás haciéndote un cáncer.

Anónimo dijo...

Pues para el recogimiento exterior está la semana santa, no tan comercial.

Si no fuera por ese mercantilismo barato y el Santa de The Coca Cola Company, la nalgavidad o navanidad no sería sino un pesado recuento del año. Aunque, igual, eso se gana el trofeo Trendset a la Intrascendencia 2007.