viernes, junio 01, 2007

Las cosas que me pasan

Puta madre. Hoy amerita ser absolutamente bizarro, deliberadamente soez y dennysfalvísticamente coprolálico, así que para los que están acostumbrados a leerme siempre todo respetuoso y educadito, se dejan de webadas y desensibilicen sus malacostumbrados ojos -no se hagan, si total son chibolos lisurientos, todavía- a las lecturas política y educadamente correctas que luego rayarán sistemática y autómatamente con esos plumones psicodélicos llamados resaltadores.
Qué cague de risa es mi vida. Y mis aventuras. Mis estupideces, concretamente. Resulta que hoy me regresaba a mi jato como cualquier día normal, saliendo de la PUCP por la puerta principal, todo chévere, conversando con un pata y comiendo -mis ahora preferidas- granolas del cafetín de por la salida, luego me encontré con un par de amigas de la facultad que estaban conversando en el paradero y me acerqué, les invité la granola y me cagaron al decir que sabía -y por lo tanto tenía- a chocolate, entonces me reventaron el globito de una ilusión más. Hasta ahí todo normal, ¿no? Bueno, de ahí me subí al micro para regresarme, como siempre en el Daewoo blanco y gigante que sobresale de todos esos carros chistosos que nos llevan a nuestras casas no menos chistosas cada uno de sus no tan chistosos días. No hubo nada extraño durante el recorrido, leyendo un libro durante el trayecto, como siempre que escojo subirme en el Daewoo, porque es el único micro que me lleva a mi jato y en el que puedo leer tranquilamente sin que me moleste tanto la actitud neanderthálica de sendos cobradores y choferes -además, en el Daewoo generalmente no hay cobradores, cosa altamente positiva para mí-. El problema fue al bajarme. Cuando hube pisado el paradero en Paseo Parodi, advertí, oh estupidez, que había dejado el libro que estaba leyendo en el micro. ¡Pueden creer tal animalidad! Yo tampoco, y tardé minutos valiosos en darme cuenta primero y en asimilarlo después, y además en tomar un taxi para recuperar mi libro. Gracias a Confucio que no había cerrado la mochila todavía y me di cuenta, todavía a tiempo, que el libro se me había caído. Entonces, tomé un taxi que felizmente no creyó que estaba loco cuando le dije que se me había caído un libro en el micro Daewoo, señor, sí ese, ese micro grandazo que va por toda la Javier Prado. El taxista, divertido, dijo que me cobraría según la distancia recorrida hasta que alcanzáramos a ese Moby Dick motorizado. Todavía tenía unas monedas o fichas de hace 6 años del Moy de no se dónde, pero el bulto de la billetera me daba una extraña sensación de seguridad. La cosa es que, por fin, le dimos caza sin arpones ni cierres de camino -ni cagando podría el mísero Tico frente al goliático Daewoo, quedaría más liso que las microscópicas tetas de Fiorella Rodríguez; lo aplastaría con una brutalidad güestáltica a pesar de ser la misma marca y familia-, aprovechando un semáforo generoso, mismo Salvado por la Campana. Entonces, le pagué al taxista, recogí mis cachibaches -que carajo, justo hoy que tenía que correr tenía tantos, que hasta se me cayeron en el asiento y casi pierdo el cambio de luz- y corrí al micro. Inefable fue mi sorpresa al sorprenderme de lo inefable que podía ser que mi librito no se lo habían robado -quizás no tuvieron tiempo-, sino que el chofer lo tenía acomodado frente a sí, apoyado en la enorme luna llena de stickers lorchos y huachafos. Lo tomé, agradecí la deferencia, bajé antes de que cambien la luz y me vi solo en Aviación, con mi mochila a medio cerrar o abrir, con mis cuadernos y textos desparramándose indefinidamente por la abertura de la mochila hacia la ingente orilla negra de la pista, y con una edición del año de la pera de El Arte de Amar de Erich Fromm que encima lo compré usado en el qiosqo de por el paradero de la PUCP por miserables cinco soles, y que además estaba plagado de sellos de la biblioteca de un profesor de filosofía del que nunca había escuchado hablar en mi vida.
Me ubiqué rápidamente, gracias al cielo y a que bueno, pude ver pese a mi miopía inconmensurable que estaba como por la veinte de la Javier Prado Este -o sea que como a dieciséis cuadras de mi casa-, y de pronto advertí que estaba mucho más cerca de la casa de una ex que nunca me devolvió mis fotos de bebito que mi mamá cada cierto tiempo me lloraba que las recupere. Emprendí el camino, más divertido que asustado, puesto que no tenía nada que perder -ya que por esos azares me había quedado sin plata-, salvo el tiempo en actitud divertida, que finalmente no es perder el tiempo, sino consumirlo alegremente. Carpe Diem rules, yeah. Cuando llegué a la puerta de servicio me identifiqué frente al vigilante como el ex de fulanita de tal, no, viejo, no quiero hablar con ella, fácil está tan fea que ya ni la reconozco, solo quiero que me devuelva -por intermedio de su empleada si quiere, no me importa- las fotos de bebito que le presté para que me las escaneara y que nunca tuve la oportunidad de pedírselas. El vigilante, a diferencia del taxista, sí me miró con cara de qué haces acá loco de mierda, te seguiré el juego a medias. Entonces llamó a la casa, la empleada le dijo que no estaba -oh, casualidad-. Entonces le dije que si podía ella misma -la empleada- ir al cuarto de la señorita con comillas a recoger las fotos para dármelas, y el vigilante me respondió que la muchacha decía que ella no entra a la recámara de la damisela fulanita -que en realidad es más fulanita que damisela, y fulana, peor, y sutana y mengana también- sin su permiso. Entonces le dije por intermedio del vigilante que le dijera a la empleada que le dijera a la fulana diz que fulanita diz que damisela que buscara mis fotos y las tuviera a la mano para cuando yo vuelva a pasar por ahí a recogerlas. Entonces, el vigilante, con toda la fatua soberbia o cojuda prepotencia proporcional al tamaño del falo plastificado que le cuelga a todo huachimán imbécil, se comunicó con la seguridad por intermedio de su enorme huaquitoqui, otro elemento inversamente proporcional al maní sin confite que se ahoga de soledad en el océano de su cabeza de cabellos casposos apretados por una gorra con marca de transnacional decadente. Entonces dije que por favor le avisaran a la fulana mengana sutana diz que fulanita diz que damisela que, si es que tuviese en su poder todavía las fotos de bebito que mi mamá llora cuando recuerda que se olvidó hace tanto tiempo de llorarlas, las deje con la empleada que yo volvería indefinidamente, o cuando me suceda alguna cojudez semejante a recogerlas, sin prisa. Entonces me acordé de que hacía frío, carajo, y luego me acordé también de que a una cuadra de la casa de la fulana y etcétera, vivía una amiga de cuya casa podría llamar a mi viejo para que me recoja, dado que la persecución imprevista del Moby Dick mecánico que se había tragado mi libro que me había llevado a parar en Guardia Civil cuando yo me bajo normalmente en Parodi me había dejado sin fichas. Fui entonces a la casa de mi amiga pseudovecina de la pseudo damisela que era mi pseudoex, aunque no me acordaba la dirección exacta, así que interrumpí a un huachi que estaba escuchando y durmiendo al son radio incasat am o fm o pm o un partido de fútbol, que es la misma mierda, así que le pregunté que por dónde es la casa de la familia Vinelli, y el patita me dijo que aquisito nomás, a dos puertas, y que bueno que el aquisito era aquisito y no allazote, porque en efecto llegué a la casa al cabo de tres pasos de cojo senil. Entonces toqué, pensando encontrar a la webona ésta, perdón, Fiorellita, sé que estás leyendo esta estupidez ahora que te dije que leas esta estupidez y tú estúpida me haces caso de leer mis estupideces estúpidamente mal escritas. Pero el que me contestó fue su hermano o eso supuse, quien no me escuchaba porque el perrito de Fiorella se computaba Argos y ladraba y ladraba merced a sus escasos céntimetros de pecho de pollo lampiño que harían que cualquiera dudara en apostar por él frente a una vainaza como Lay Fung o esos híbridos de perros violentos que se han comido a los que jugaban a los gallos de pelea. Finalmente me llegó a decir que la estúpida de Fiorella, cómo la cagas, webona, no había llegado, todavía, cuando fui a tu casa, maldita, como si yo fuera siempre a tu domicilio o mejor dicho como si siempre tuvieras el privilegio de recibirme. Te odio. Por algo estudias derecho y te pintas el pelo. Mentira, te amo tanto como a Laura Bozzo. Bueno, entonces continué mi shoteado camino y se me ocurrió en mi carencia de sencillo y frío crepitante por los dedos de mis manos que percibían que no había una puta moneda en mi puta cómo se llama esta webada, ah sí, billetera. Ven cómo no tenía plata que ni me acordaba el nombre de esa porquería que sirve para guardar las monedas de los que se aguantan el seguir siendo misios. Bueno, llamé a mi papá para que me recogiera de mi naufragio post captura del libro que me se cayó en el Moby Dick metálico y que me llevó a pedir que me devuelvan las fotos de bebito que tanto lloraba mi madre cuando se acordaba de que se había olvidado de llorarlas, las mismas que eran para escanear y que nunca me devolvió mi diz que fulanita y damisela pseudoex con empleada que limpia su cuarto pidiendo permiso y su huachimán con falo plastificado que destilaba una soberbia fatua al hablar. Me recogió, en efecto, en menos de diez minutos, antes de que me volviera loco el recuento de las estupideces que me habían pasado y el frío que se me crepitaba por los dedos de las manos que dejaba escapar mi polera de Boca que compró mi hermanito en Argentina en el viaje que perdí porque tenía los parciales de la PUCP de la que salí para tomar el Moby Dick que se tragó mi libro de Eric Fromm que profesaba El Arte de Amar que nunca aprendió un profesor de filosofía del que nunca supe su nombre hasta encontrar los sellos plagando las páginas más monses del susodicho libro que ahora me pertenece.
Para ésto, había estado llamando a Fiorella desde mi nuevecito celular, que en realidad es un modelo casi tan viejo como los ladrillos de las casonas antiguas y abandonadas de la Avenida Arequipa que ahora sirven como escenario de novelas de bajo presupuesto y miserable guión de pseudoimitación de telellorona mexicana. Estaba llamando a la webona, y carajo, había olvidado que había perdido mi anterior celular Claro que mi madre había cambiado por un nuevo y viejo Telefónica que me paraba tintineando que la línea estaba sobrecargada. Entonces me recogió mi viejo y ya dentro del carro, mientras él estaba echándole gasolina o agua o esas webadas que necesitan los autos en los grifos, entró la llamada y le dije que cómo la cagaba no estando en su jato, que puta madre y carajo mierda no sabes lo que me pasó, me subí al micro y estuve leyendo y se me quedó el libro que estaba leyendo cuando bajé, y tuve que perseguirlo con un taxi como persigue un ratón amarilllo a un elefante blanco con complejo de Free Willy, y cuando lo encontré estaba por Aviación y pude recogerlo, y caminando me acordé que me había olvidado de pasar a recoger las fotos de bebito que mi mamá llora y reclama cuando se acuerda de que se ha olvidado de llorarlas, y que por ello tuve que soplarme la sumisión de la empleada y la fatua soberbia del huachi de falo plastificado de la fulana dizque damisela que alguna vez fue mi pseudo no me acuerdo, y que después terminé a parar en tu casa y me respondió un brother que parecía ser tu hermano, webona, y no me escuchaba porque un doggy gritaba como hijo de perra computándose Argos el guardían de las tinieblas cuando mi gato se lo almuerza con limón y las patas delanteras amarradas. Y tu brother o hermano o primo o cualquier mierda que sea tuyo me dijo que no habías llegado todavía, cómo la cagas. Estaba por tu jato, webona, ahora me estoy regresando con mi viejo, todavía por Guardia Civil. En eso Fiorella me interrumpió y me dijo ¿José Manuel? Oye, disculpa, webón, pero yo no vivo por Guardia Civil. Y entonces puta madre me di cuenta que no te había llamado a ti, tarúpida que ahora lees las últimas líneas de este sinsentido sino a otra amiga Fiorella, que me había dado su celular justo un día después de que tú me diste el tuyo-y ahora se debe estar psicoseando pensando en que mis formas de abordar son extremadamente ridículas y psicopatológicas, o cagando de la risa de las webadas que solo a mí, Chema Delgado, me pueden suceder-; igual es tu culpa webona por no darme tu número como tu tocaya que lo hizo justo cuando recién me lo compraron, no como tú idiota que me lo diste cuando todavía mi vieja no me había reemplazado el Movistar de mierda que se satura los viernes siempre por la noche y no como mi antiguo Claro que te da mas pero a mí me dio menos porque se murió ahogado la vez pasada en Huanchaco.
Carajo. Las cosas que me pasan un viernes común y corriente mientras otros sujetos comunes y corrientes se van a chupar su común y corriente chela en su común y corrientemente visitado bar de los viernes comunes y corrientes por la noche. Ve tú a saber, Fiorella y la otra Fiorella, y tú también, fulanita dizque fulana diz que nosequemierda, luego de que lean ésto sabrán que a) estoy loco, y b) qué mierda hago estudiando psicología y también c) que en verdad estas estupideces tienen su aspecto divertido, sobre todo cuando sorprendentemente te acostumbras a no sorprenderte de la costumbre de las mismas, y las asimilas como algo natural en ti.

8 comentarios:

[darksonic] dijo...

Bastante divertida la historia. Y no solo a ti te pasan esas cosas, déjame decirte. También a mí y otros a los que comúnmente nos llaman "piñas".

Chema dijo...

Supongo que eso me dará el consuelo tonto de los tontos útiles que se consuelan tontamente con que no son los únicos tontos a los que les pasan estas cosas tontas. Por cierto, no quise decir que fueras tonto.

Anónimo dijo...

...QUe salado , sin embargo creeme que hay cosas peores.Pudiste exagerar un poco mas si querias hacer mas interesante tu anecdota , de hecho no tienes que narrar las cosas al pie de la letra .
Hay cosas peores, creeme tio.
En si la espontaneidad es respetable y divertida.¿Porque estudias psicologia?:s

Unknown dijo...

Intrínsecamente piña, mi querido Movy.

: )

dime que soy chinche.

..ernesto dijo...

tuve una confusion ahi, dices estar en aviacion, luego pasas a guardia civil, supongo que te refieres a que tu cuerpo de moby dick se arrastro hasta guardia civil ya que el pequeño taxi que cargo con tu exagerada figura (sufriendo mucho y por lo cual le costaba alcanzar a la Daewoo woo woo) te dejo en esa avenida.

Por cierto gordo, hace tiempo que no te veo, cuando unas aguas con ese mongo que se dice DarkSonic, si, ese que se esta quedando calvo y se esta amanerando mas de lo que ya estaba (dicho sea de paso, concuerdo perfectamente con su comentario)

disculpa por la demora al leer, pero soy lento y mi hermano es Paulo, con eso me excuse de todoooo!!

Anónimo dijo...

Bueno, bueno: Me gustó su pequeña historia, y espero q la fiorella q no es la fiorella correcta se esté cagando de la risa y no se esté frickeando como aveces hace la gente q se cree el centro del mundo (conosco un par) y bueno, solo escribia unas lineas para decir, igualito q Nelson, JA-JA, con mucho k-riño siempre. Bueno, ahora más ahún tendré q leer el librito q me recomendó.

Chema dijo...

Anónimo 1.
El motivo era contar la historia, no tenía por qué exagerar o inventar nada. Estudio psicología porque, es un misterio, la verdad.

Sofía S.
Sí, sí. Moby. Pero no te daré el gusto de decirte eso.

Ernesto.
Sí, bajé por Aviación y luego caminé hasta Guardia Civil. Y mi cuerpo ya no es de Moby Dick. Concuerdo con lo que respecta a Darksonic. En cuanto a las aguas, por la dieta no puedo, pero en fin, normal les hago la taba.

Anónimo 2.
Gracias por tu comentario. Sí, les mandé el link a ambas Fiorellas para que se caguen un poco de la risa conmigo o de mí o ambas cosas.
Sí, sí, te lo recomiendo: El Arte de Amar de Erich Fromm. No en vano perseguí con un ratón amarillo motorizado al elefante blanco mecánico para recuperar un librito viejo, usado y plagado de sellos de la biblioteca de un profesor de filosofía desconocido.
Y sí, gasté lo mismo en el ratón amarillo para recuperar mi libro de las fauces del Moby Dick metálico que en el libro mismo, cuando lo comprara hace un par de semanas en el puesto de libros de segunda mano del buen Daniel, en el paradero de la PUCP.

Chema dijo...

¿Y qué me dirían si les digo que no les dije que extravié mi webada esa que llevan los misios y pierden los piñas que nunca tienen viernes comunes por la noche?
Imagínense que estaba sobrio.