domingo, diciembre 10, 2006

Ni aunque mueras cien mil veces

Muertochet. Al fin.

Al fin te moriste, poooo...
Ojalá creyera en el infierno, ojalá exista, tan solo para que te vayas allí, viejo miserable. Ojalá cobraran vida los heraldos de la muerte, los miserables pueblos, los fantasmas de tanto hombre bueno asesinados por ti. Desciende ahora al más bajo de los círculos concéntricos del gran horno alighierino. Genocida, crápula, Nerón.
Ojalá murieras cien, diez mil veces, aunque ni tan siquiera cien mil muertes tuyas saldarían la cuenta de la sangre derramada. Ojalá nunca descanses en paz, Pinochet. Y de La Moneda se expulse a escupitajos tu cenagosa alma, tantas veces como quieras regresar.
Nota.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta debe ser la única vez en que (Dios me perdone) me he alegrado de que alguien se muera. Y sí Chemita, sí existe el infierno, y ese infame tendrá que responder por todo lo que ha hecho.

Chema dijo...

Cuando estuvo a punto de morir Fidel, yo critiqué en un post a todos aquellos que saltaron a desear su muerte.

El caso fue distinto porque (1) Fidel no había muerto, de hecho todavía está vivo, y según dicen, vivito y coleando; (2) Fidel por lo menos es de izquierda.

No me he alegrado ni tampoco celebraré su muerte, pues no me corresponde. Tampoco opinaré sobre quien desee hacerlo.

No sé si exista el infierno, Danza. Personalmente no creo en otras vidas más que en esta, aunque no por ello soy materialista-existencialista. Me preocupa, sí, la completud de mi persona, no como una pretensión, sino como una realidad. El ser teleológico. Así pues, no creo ni en cielo ni en infierno.

Sin embargo, por un momento deseé que fueran ciertos los infiernos alighierinos, y que Pinochet ardiera en ellos.

Los dictadores, merced a su estúpida pretensión desmesurada de poder, son personas, y como tales, están atadas a su humano destino: morir. Quizá ese sea el peor castigo que puedan tener, dadas sus delíricas ansias de grandeza que jamás podrán concretar, ante el sello inapelable de la muerte.