lunes, agosto 21, 2006

Tercer Mundo

Estoy molesto. Muy molesto. Primero porque el miserable de mi compañero de facultad al que presté mi cámara digital para el trabajo final en parejas que íbamos a hacer -y que se truncó con el accidente que sufrí hace más de un mes- ahora dice que la misma se destrozó el miércoles pasado -qué casualidad-, y que me la va "a pagar en tres meses" -sí, claro-. Creí que mi universidad era de gente; parece que no es tan así. Segundo, porque el transporte público en el Perú es la peor basura que existe. Hoy me tocó el cobrador. Tercero porque, aunque me pareció algo más que fructífero mi primer día del segundo semestre del año, se vio opacado por estas cosas, que solo en nuestro país parecen pasar, y sencillamente, me malograron todo lo positivo que pueda haber sido este en lo académico.
Salí temprano de mi casa -eso ya es algo positivo- y fui a esperar el micro. Y no digo micro gratuitamente, es que en el Perú no hay buses. Buses se les llama a esos automóviles de gran tamaño que albergan algunas decenas de personas, debidamente equipados, diferenciados, limpios. Buses se les llama a esos automóviles que tienen una ruta específica, que respetan las leyes de tránsito y las normas vigentes, que viajan a moderada velocidad, que utilizan los paraderos y evitan estacionarse en las líneas peatonales, pero por sobre todo, que son conducidas por personas capacitadas, las cuales pueden cumplir un horario que se publica en los paraderos. Ustedes me dirán: Ah, primer mundo, pues, Chema, no pidas tanto. Lamento decirles que eso no es exacto, obviamente esto sucede en EEUU, Europa, Brasil y Chile, pero también en Colombia -no puedo dar más ejemplos, porque no conozco otras latitudes-.
Me horroricé en el acto. Todos y cada uno de los micros pasaban llenos, pero qué llenos. La gente, sin mentir, tenía que sacar los brazos por las ventanas. Había más gente de pie que sentada, y como ya no es sorpresa, la puerta abierta con dos personas apretujándose y con medio cuerpo a punto de caer al pavimento. Y sin embargo, existe una norma que impide a los transportistas, supuestamente, el exceso de pasajeros, sobre todo en tan ingentes cantidades, algo que por cierto es muy peligroso, sobre todo porque estos mismos irresponsables al volante suelen ir a velocidades temerarias por pasar la tarjeta a tiempo o competir por tiempos con otras unidades. ¿Y los pasajeros? ¿Acaso reclaman, acaso protestan? Siguen el juego, no hacen valer ni sus derechos ni el respeto por las normas. Avalan la trasgresión, la irresponsabilidad, y la inmoralidad, como veremos más adelante.
Luego de sobrevivir un buen trecho del trayecto a la universidad, apretujado como si estuviera en un camión de carga, el cobrador se dirigió a mí con aires de autoridad. Señor, apéguese adentro. Hay espacio. Obviamente no cabía ni un alfiler más en todo el vehículo, y no me fue suficiente la cara de indignación que le puse. Y tú, ¿acaso respetas la norma?, respondí indignado. Y la gente me miró, todavía, como si yo fuese el loco, el irrespetuoso. El Tercer Mundo, concluí. Una señora me miró con cara de qué se va a hacer, hijo. La calentura se me fue pasando. Pero regresó de la peor manera.
La rata de alcantarilla que me tocó por cobrador hizo lo que me motivó a hacer este escrito. Una joven pagó con un billete muy cerca de la puerta. El cobrador sacó el sencillo y se lo entregó a la chica. Y esta rápidamente reclamó: Falta el vuelto. Pobre, no le alcanzó el tiempo. El carro avanzó, nadie dijo nada. El cobrador cruzó los ojos conmigo. Yo hubiese hablado, pero la indignación fue tan tremenda que no pude pronunciar palabra; me limité a ponerle la cara más intimidante que debo haber tenido en mi vida. La bestia cuadrúpeda se puso a sonreír, como si estuviera orgulloso de lo que hacía. Cultura de la trasgresión. La trasgresión como goce, como diría el amigo Portocarrero (1). Yo no lo llamaría criollismo, empero. Para mí el criollismo es la jarana, la música criolla, las salidas a jironear en el Jirón de la Unión de los años veinte. La trasgresión de las normas no es otra cosa que la constatación del Tercer Mundo como actitud, a mi modesto parecer. Y se manifiesta tanto en la trasgresión per se, como en el avalar la misma como si fuera normal, haciéndose uno el desentendido. Callar otorgando.
Y qué decir de las grandes posibilidades de recibir monedas falsas cuando pagamos con billetes. Preferible resulta, pues, comprar en el quiosco más cercano algún producto pequeño, para poder pagar en sencillo y así evitar esa amenaza. Qué tal selva de cemento la nuestra. Por cosas como esta, yo estaría de acuerdo con la pena de muerte para los violadores-asesinos de menores, el incremento sustancial de la severidad en las penas de toda índole, el recorte absoluto de los beneficios penitenciarios -a excepción de la colaboración eficaz, por sus beneficios prácticos-, la obligatoriedad de los trabajos forzados para todo delincuente, mínimo por seis meses, así se robe un sol. Este tipo de medidas, sobre todo la primera, caerían como un mazaso que por acción-reacción reacomode la tan desordenada y caótica sociedad actual.
Y volviendo al tema del transporte público, que a mi parecer sería el ejemplo perfecto para ilustrar el Tercer Mundo, una gran portada, así como el cobrador el personaje que representaría mejor toda la podredumbre de la actitud tercermundista, no me cabría más que decir que esperar a que por fin se haga algo para regulizarlo, ordenarlo. No saben las autoridades cuánto mejoraría el ornato de la ciudad sin tanto automóvil que se cae a pedazos por ser de una flota de importados de pésima cálida y de cuarta mano. No saben cuánto mejoraría el semblante de los trabajadores que sufren de una a tres horas al día el transporte público. Ignoran que comenzar bien el día es muy importante. Mucha gente malogra todo su día -y por tanto baja su productividad, su esmero- por molestarse desde temprano. Además, ¿quién no quisiera menos ruido?, ¿quién no quisiera que se extingan los cobradores? Estos no existen ni siquiera en países como Colombia, donde existen dos tipos de buses, los ejecutivos y los económicos, los primeros donde nadie puede ir parado y la tarifa es apenas un poco más elevada -es una solución acertada-. ¿Quién no quisiera sentarse tranquilamente y no disfrutar -no pidamos tanto-, sino por lo menos no sufrir en el micro? Para esto hay que tomar medidas, señores, en vez de seguir avalando trasgresiones y con ello convirtiéndonos en cómplices pasivos. Ya basta, hagamos respetar nuestros derechos, pero tomémoslo como un deber -que lo es, también, en buena cuenta-. Y cumplamos las normas, por supuesto.

Nota:
(1) Portocarrero, G. (2004). Rostros criollos del mal: cultura y trasgresión en la sociedad peruana. Lima: Red para el Desarrollo de las Ciencias Sociales en el Perú.

2 comentarios:

Man Ray dijo...

AHHHHHHH!!!!!!!!

Chema dijo...

¿Auuuuuuu?