sábado, junio 24, 2006

Leyendo con velas

Diferente. Recordé o descubrí el placer de leer con los sentidos. Oler las páginas, aprovechar las luces, los contornos, las sombras. La fragilidad de la llamita acogedora. Una experiencia a todo dar, y solo es leer -nada menos-.


Apagón. Y se fue la luz, se acabó el messenger, el winamp, la estridencia. Mi mente asoció esto, primero, con la reciente elección de AGP y los apagones producto de bombazos y el terrorismo, el toque de queda y la hiperinflación. Una risa malévola corrió por mis labios, apristamente, y me acordé de las jodas de mis antiapristas compañeros de especialidad. Luego la paranoia me hizo creer que los humalistas quisieron meter miedo al Perú con el show mediático del ¿te acuerdas? -na, es una broma-. Pedí unas velas y me fui a leer a mi escritorio. Solo ahí, en ese interactuar distinto, en ese leer concentrado, limpio, tranquilo, en medio de un ámbar etéreo, una luz suave, íntima, reparé en la experiencia distinta del leer con velas.

Recordé de unos viajes de pequeño, a Iquitos, Tarapoto y otros lugares, que gustaba de leer siempre de noche, con velas a las afueras de los bungalows -sobre cemento, evidentemente-. Aunque esas experiencias fueron distintas, dado el follaje, los monos y los insectos, el sonido de la noche selvática, natural y salvaje, la sensibilidad salió a flote cuando me puse a oler el calorcito del fuego.

Hoy me dí cuenta que leer con velas es toda una experiencia. La intermitencia y fragilidad de la luz le dan un efecto singular a la lectura, una intimidad distinta, compleja. Las líneas ingresan más adentro en los pensamientos, mientras el calor del fuego despeja el frío de los dedos trémulos. Y pasaron unas pocas horas, y pasaron muchas páginas. Acabé un libro de Miguel Ildefonso y lo cambié por otro de Enrique Planas. Luego cambié de vela.

Y vino el electricista y puso la electricidad nuevamente. Maldita modernidad, maldita tecnología, maldito positivismo cientifista, objetivista y vacío, y seguí leyendo con la vela. Quise aferrarme al renacimiento, y recordé a Da Vinci, a Galileo y al Quijote. Ellos leían y/o era leídos de esta manera. Hubiese querido seguir así, pensé. Luego vinieron a preguntarme si todavía mi cuarto no tenía luz. No, es que así se lee mejor, sentencié, mas que peleado con mi realidad espacio-temporal, encomendándome a la sana y enriquecedora experiencia.

Y es verdad. Ahora quisiera leer siempre así. Concentración, emoción. Natural, tranquilo, conmutando con el espacio en derredor, siendo parte del silencio, solamente interrumpido por las ténues chispillas de la mecha, el pasar de las hojas y el acordarme que respiro. Un cafecito. El escritorio. El cuarto azul. Una sensibilidad a prueba de balas. Y, a partir de ahora, algunas velas que acompañen mis noches. Claro que para leer, porque para escribir sí necesito la modernidad -odio reconocerlo-: ¿Qué sería del blog? Hago un mutis sonrojado.

1 comentario:

•­»Lu!s«­• dijo...

Vengan escritores y criticos.
Profeticen con su pluma.

Bob Dylan