viernes, noviembre 25, 2005

Midnights

Casi una semana de silencio esconde varias horas de sueño perdido, de sacrificio a última hora -claro, sin justificación, puesto que se pudo evitar con un planeamiento, con consciencia-. Cuando la inconstancia, la irresponsabilidad, la vagancia por un lado, y por otro la intranquilidad producto de otras preocupaciones que se cuelan por ahí -entre acontecimientos inesperados que generan depresiones, tristezas y otras tribulaciones cargadas emocionalmente-, se aglutinan, se aglomeran, se empozan y se empapan los miedos, las incertidumbres, el estrés y los sacrificios pertinentes a las obligaciones de último minuto: el desorden, el caos.

De la universidad a mi habitación, de esta a la universidad. Se hizo ya una rutina, y las amistades se dejaron de lado, y las salidas se olvidaron -en parte mejor, para poder concentrarse algo en lo poco que queda para que termine el año, en lo poco que queda para la recuperación-.

Amigo cafecito. Una constante: la madrugada, la pila de separatas acumuladas por leer, los cuadernos de apuntes, el escritorio y el cafecito.

Les presento, para los que no lo conocen, mi cuarto, aquel en el que sobrevivo estos últimos días, o mejor dicho, madrugadas. Las pestañas se están quemando, los ojos se van cansando, las posturas van cambiando, influenciadas por las molestias de músculos y articulaciones, pero en fin, a seguir, que por nuestra propia culpa -oh mi gran culpa- estamos donde estamos y hacemos lo que hacemos. Quedan ensayos, éxamenes orales, exposiciones, muchas ganas pero también ansiedades, poca fuerza y energía.

Estante y escritorio. Los folders de las separatas de ciclos pasados, las peripecias del pregado, algunos libros. Abajo el escritorio y el presente, con aroma de cafecito madrugador.

Che. El ejercicio -el saco- y el ocio -la televisión y los videojuegos-, la mochila y el maletín, los libros favoritos y el lecho. La sensibilidad de la noche, el azul de la ilusión, de la ternura, de la intimidad y el infinito, y el che de la valentía, el no conformismo, el empuje y la resistencia, el coraje de la juventud.

El Gollum. El estante de junto al camarote, el álbum de fotos, el folder del coloquio de psicología, mi propia ardilla PUCPiana, el gorro futbolero y el gollum. Ése gollum que recuerda la obra maestra de Tolkien, la concentración absoluta del poder en un solo punto -cual agujero negro tolkeniano-, la peor droga, la necesidad del poder. Aquello de lo que renegamos y no nos dejamos seducir.


Sí, pues, me encuentro de licencia por unos días. Ya veremos con qué nuevas páginas aparezco, qué novedades me traigo entre manos.

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