sábado, noviembre 12, 2005

En busca de la esencia perdida

A veces se cierran vínculos de la manera más fuerte, intempestiva, abrupta, y se quedan miles de cosas en el aire, inconexas -o conexas, pero no reveladas, flotantes, en la mente-. A veces se tiene todo el deseo del mundo de hablar, de aclarar, de apaciguar las aguas, de decir las cosas, pero el orgullo, la frialdad -de una y de otra parte-, y en cierta manera, el rencor, pese al sentimiento que aún se profese hasta el último confín del cuerpo, detienen al final toda manifestación apasionada, la cuestionan, la imposibilitan -¿miedo? ¿racionalismo absoluto?- y la extinguen.

Con toda sinceridad: ¿No les ha pasado?

¿No les ha pasado que sienten que se han quedado con mil cosas qué decir, no les ha sucedido que hay muchas otras maneras de solucionarlo todo? ¿no es acaso tan común, pero a la vez, tan doloroso? Sí, y esa impotencia... dura un buen tiempo, se imposta en el alma, se encrista en el pecho y se solidifica, revelándose ante nosotros en un espasmo copioso al respirar, en un suspirar casi permanente, en una apatía casi indisoluble...

Alguna vez alguien especial me dijo que con el término de una relación, muchas veces, se deconstruía la propia identidad, se caía en un vacío: no te queda nada. Yo no creí en eso, y refutóselo aduciendo que el vínculo seguramente se malformó, se cimentó desde el comienzo errado. En ese momento no tenía idea de lo especial que era esa persona. Ahora ya no puedo ni decirle que tenía la razón, y estoy seguro de que fue y será especial, aunque solo me quede recordarla como una buena experiencia.

Al escribir esto soy consciente de varias cosas: primero, que puede como no puede leer esto -lo más probable es que no lo haga-; segundo, que la impotencia y la frustración de haberme quedado con veinte mil cosas en el pecho qué decirle, no tienen sentido si ella no las quiere escuchar; tercero, que realmente no tiene sentido que escriba esto, puesto que lejos de sublimar esta congoja parece más bien que la aletarga; y cuarto, que sigo en una tremenda depresión.

Algunos me han visto distinto, abrigado -no solía abrigarme ni en el más húmedo de los inviernos limeños-, cabizbajo, melancólico... otros ya ni me han visto. Y ni me han dicho, para colmo, que ya no me ven. Creo que todo se reduce a esperar, no por las cosas que quedaron inconclusas, que, qué mas da, ya quedaron, presumiblemente, sin resolver, indefinidamente, sino a observar, reflexionar, meditar -ohummmmm- y asumir el karma.

Es muss sein.

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